VIERNES 1o. DE SEPTIEMBRE DE 2000
* José Cueli
Crónica de una
masacre anunciada
aAnte la noticia de los lamentables sucesos ocurridos el viernes 18 de agosto en Chimalhuacán, estado de México, sólo cabe la consternación. Parafraseando a Gabriel García Márquez, resultó ser la ''crónica de una masacre anunciada". Las imágenes no podían ser más descarnadas, la violencia y la brutalidad llevadas al extremo, la irracionalidad cabalgando a rienda suelta, la muerte enseñoreándose en la escena. El poder y la pobreza extrema protagonizando un espectáculo dantesco: la guerra en la ciudad. Guerra sin cuartel ni estrategia, tan sólo gritos, violencia y muerte, que agregan aún más duelos inelaborables a los pobladores de Neza y anexas.
Los grupos de campesinos que emigran a la ciudad se han venido afincando en la zona conurbada y han crecido, en los últimos 30 años, de manera alarmante. Marginados y exiliados del terruño (porque el campo los expulsa) al llegar a la urbe se establecen en tugurios donde viven en condiciones de extrema pobreza y hacinamiento, careciendo de los servicios más elementales.
El medio rural los expulsa y la ciudad no los integra por lo que están al margen de la sociedad y las instituciones debido a las enormes diferencias lingüísticas y al hecho de no entender y, por tanto, no poder compartir la simbología de los grupos a donde llegan. Es decir, un exilio se agrega a otro exilio. Ante la incapacidad de ''anestesiar" el dolor, la confusión y la angustia los lleva a una conducta promiscua o al camino de las adicciones. El repliegue hacia el mundo interior tampoco resulta un consuelo debido a que la mayoría de ellos, portadores de neurosis traumáticas, presentan una estructura psíquica débil, que alberga en su interior un mundo de fantasías persecutorias. Ante tal fragilidad y con la carga a cuestas de duelos y pérdidas que no han podido ser resueltos, el recurso para intentar deshacerse de la angustia que los invade suele ser la desgracia de la agresividad en actos violentos.
La violencia de la pobreza engendra marginalidad, dolor, confusión, rabia e insatisfacción extremas que pueden desembocar en la violencia homicida que con horror presenciamos en Chimalhuacán. Seres humanos matándose unos a otros con saña desmedida, dejando un saldo, hasta el momento, de más de una decena de muertos.
El problema es grave, muy grave y no puede ser explicado tan sólo como un encuentro entre dos grupos de poder. La raíz del conflicto cala más hondo y lleva ya muchos años pudriéndose bajo tierra. Ahora fue Chimalhuacán, Ƒy después? La mecha está encendida y soplan vientos maliciosos que pueden extender la brutalidad y la masacre.
El aire está enrarecido, las presiones son más intensas cada vez. Los gobiernos, en general, no han querido escuchar los gemidos del hambre y la exclusión, insisten (por sus propios intereses) en apostar por un mundo globalizado sin importarles los millones de individuos que viven-mueren en condiciones de extrema pobreza.
En Chimalhuacán el gemido se convirtió en el grito desgarrador de la violencia y la muerte que hace patente el gravísimo nivel de descomposición social en que nos encontramos. Y, cuidado, que La Llorona siempre amenaza con regresar.