Espejo en Estados Unidos
México, D.F. jueves 31 de agosto de 2000
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Editorial

CLINTON EN COLOMBIA; MAS LEÑA AL FUEGO

SOL La visita del presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, a Colombia, en el marco de los esfuerzos por implantar el denominado Plan Colombia, por el cual Washington convertiría a ese país andino en el tercer destinatario de asistencia militar estadunidense, después de Israel y Egipto, suscitó una ola de violencia en manifestaciones civiles urbanas y en los frentes guerrilleros del país.

Las esferas oficiales de ambos países enfatizaron la visita desde la perspectiva de la consolidación de las relaciones bilaterales -políticas y comerciales- y se esforzaron en subrayar que la ayuda militar aprobada -cuyo monto asciende a unos mil 300 millones de dólares- está destinada a erradicar la producción y el tráfico de drogas, a auspiciar el desarrollo en diversas regiones del país y a respaldar el estancado proceso de paz entre el gobierno de Andrés Pastrana y las organizaciones insurgentes. En su empeño por transmitir una imagen positiva y hasta humanista del programa referido de cooperación militar, Clinton señaló que "no es Vietnam ni imperialismo yanqui", en tanto que el mandatario colombiano descartó rotundamente el escenario de una intervención castrense.

Sin embargo, amplios sectores de la sociedad colombiana tienen un punto de vista opuesto sobre el Plan Colombia. En Santafé de Bogotá un manifestante lo resumió de manera inequívoca: "No podemos permitir -dijo- que otro país venga aquí a traer balas para que los colombianos nos matemos".

La frase expresa con contundencia la desconfianza y la irritación ante un programa que, paradójicamente, se propone llevar la paz a la nación sudamericana mediante la inyección de recursos bélicos multimillonarios. La anterior es la inconsistencia más palpable del plan de asistencia, pero no la única. Causa especial preocupación la idea de obligar a por lo menos diez mil campesinos a abandonar sus cultivos ancestrales de hoja de coca. Este propósito no sólo puede generar un conflicto social que agregue violencia adicional al panorama nacional colombiano sino que, errónea e injustamente, convierte a tales campesinos en protagonistas -y hasta en culpables- de la drogadicción y el narcotráfico. Un tercer factor de alarma ante la aplicación del Plan Colombia -alarma compartida incluso por los vecinos de esa nación- es la posibilidad de que la ayuda militar estadunidense se convierta, más pronto que tarde, en participación directa y que la asistencia militar para combatir al narcotráfico sea empleada contra las organizaciones guerrilleras que operan en el país, con lo cual los conflictos colombianos entrarían en una lógica de escalada e internacionalización.

En suma, los buenos propósitos reiterados por Clinton y Pastrana parecen, en el mejor de los casos, ingenuos, y chocan frontalmente -como lo demostraron las protestas de ayer en varios puntos de Colombia contra la presencia del mandatario estadunidense en Cartagena de Indias- con una realidad compleja e irreductible.


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