JUEVES 31 DE AGOSTO DE 2000

 


* Margo Glantz *

La importancia de lo minúsculo

Libro legendario, París, capital del siglo XIX (editado en Alemania por Rolf Tiedemann en 1982), en él que se incluyen todos los textos que Walter Benjamin había coleccionado y trabajado en la ciudad luz de 1927 a 1929 y, después, de 1934 a 1940, año de su suicidio. Libro mítico, pues, desde que Theodor Adorno había hablado de él en un ensayo publicado en 1950. Rumores contradictorios corrían en torno de la obra fundamental de un autor también legendario y fundamental. La publicación de los fragmentos aclara el proyecto de Benjamin, pero no los enigmas suscitados por él, un proyecto que el escritor alemán definió como ''un problema capital del materialismo dialéctico". No me interesa ųni puedoų tratar en este espacio esos enigmas, pero sí subrayar su método: ''Construir las grandes edificaciones a partir de muy pequeños elementos, confeccionados con nitidez y precisión". Utilizar como principio unificador el montaje, ''descubrir en el análisis de un pequeño momento singular el cristal del acontecimiento total". El fragmento en todas sus modalidades, en tanto que cita de textos y materiales dispersos, o cualquiera de las formas de lo minúsculo en la escritura: ''De tal forma que a través de las ruinas de los grandes edificios la idea de su plan arquitectónico hable de manera mucho más impresionante que a través de edificios menos grandiosos aunque estén perfectamente conservados".

Y Georges Perec, el escritor francés nacido en 1936, cuatro años antes de la muerte de Benjamin y cuyos padres murieron en la guerra ųla madre en Auschwitz, durante el nazismoų llega a conclusiones muy semejantes en sus libros, elijo uno en especial, Especie de espacios que comienza con las palabras siguientes: ''El objeto de este libro no es exactamente trabajar el vacío, sería más bien trabajar lo que hay alrededor de él o lo que hay dentro de él. Pero en el comienzo no hay gran cosa, cosas insignificantes, impalpables, prácticamente inmateriales: lo extenso, lo exterior, lo que nos es exterior, y en medio de lo cual nos movemos, el medio ambiente, el espacio alrededor nuestro".

El espacio que recorremos y los fragmentos que aprehendemos de ese espacio por donde viajamos, ese espacio por el que continuamente me desplazo y que trato de apresar en estos fragmentos textuales, ya convertidos en cosa diferente, totalmente diferente de lo que en sí mismo representa un viaje, un desplazamiento temporal y espacial por el que vamos circulando y dentro de los cuales, el espacio y el tiempo, hacemos actos concretos, tenemos vivencias, ocurrencias, sensaciones, placer, desagrado, desesperanza, cansancio, felicidad. Hay pocos acontecimientos que no dejen por lo menos un rastro escrito, continúa diciendo Perec en el mismo libro, ese trazo impalpable que trata de recobrar lo que uno hizo, la experiencia, la historia. ''Casi todo, ya sea en este momento o en otro, pasa por una hoja de papel, una página de cuaderno, una hoja de agenda, o no importa qué otro tipo de sostén o de respaldo, sobre el cual se inscribe, a velocidad variable y siguiendo técnicas que varían según la hora, el lugar, o el humor, uno u otro de los elementos que componen lo ordinario de la vida..."

He visitado Argentina numerosas ocasiones, aunque mejor sería decir que he ido varias veces a Buenos Aires desde 1966, año en que hice mi primer viaje por el Cono Sur, para visitar a algunos amigos con los que había coincidido en París. Volví en 1969, y conocí a Enrique Molina, el poeta surrealista no hace mucho fallecido. Fuimos con él a oír tangos en El viejo Almacén, propiedad del cantante Edmundo Rivera, allí por el Bajo, quien cantó esa noche, entre otras cosas, ''Sur, paredón y después..." su letra dice con elocuencia de manera sintética y sentimental esa presencia de lo minúsculo, eso que se queda en el recuerdo de manera indeleble pero fragmentaria. ''San Juan y Boedo antiguo ųlas callesų, y todo el cielo Pompeya ųel barrioų y más allá la inundación ųlos límites de la ciudadų. Tu melena de novia en el recuerdo, y tu nombre flotando en el adiós. La esquina del herrero, barro y pampa, tu casa, tu vereda y el zanjón, y un perfume de yuyos y de alfalfa que me llena de nuevo el corazón... Ya nunca me verás recostado en la vidriera esperándote. Ya nunca alumbraré con las estrellas nuestra marcha sin querellas por las noches de Pompeya. Las calles y las lunas suburbanas y mi amor y tu ventana, todo ha muerto, ya lo sé".

Y no es pura nostalgia, pues las distintas veces que he ido por las calles bonaerenses que ya no eran suburbanas, esas calles se transforman y recuerdo sólo unas cuantas cosas, por ejemplo restoranes pequeños en el Once, el entonces barrio judío, donde comí exquisitos blintzes preparados como en Ucrania, o esos suéteres perfectos, producto de la magnífica industria textil argentina, o la cartera de vaca color verde nilo que me compré en las calles de Florida, la talabartería argentina, antes símbolo de elegancia, hoy decadentes, o los buenos vinos que este último viaje que hice a Argentina, hace 15 días, bebí en el Club de Vino donde se escucha tango ųcon Horacio Salgán, pianista, reliquia de otros tiempos, de los tiempos de Troilo o Manzi, autores de ese tango Sur que escuché y siempre escuchoų; la vinatería ahora en manos de franceses y californianos, igual que los famosos Havana, propiedad también de trasnacionales.

Y suena cursi y lo es, pero es una cursilería con tintes de política, un sentimentalismo de tango en donde se canta siempre lo que dejó de ser, y es normal que las cosas cambien y que las ciudades vayan traspasando sus límites ųsea ese límite la pampa o el Ajuscoų y los límites se vuelvan totalmente citadinos, así es y así debe ser porque el espacio, como decía Proust en su tiempo recobrado en el papel, es tan pasajero como el tiempo. Lo que importa es que esos cambios se han producido no sólo porque han transcurrido los años sino porque la dictadura destruyó de manera excesivamente violenta lo que los años destruyen normalmente, años de la guerra sucia que siguen vigentes y que el menemismo preservó y continuó de otra manera más solapada pero igualmente perversa... Y como prueba baste un botón, la del empresario Miguel Angel Cavallo, flamante director del Renave, torturador y corrupto, recién detenido en nuestro país.