JUEVES 31 DE AGOSTO DE 2000
* Olga Harmony *
Dos monólogos
El monólogo es siempre muy difícil de resolver para el dramaturgo porque el interlocutor debe estar presente y ausente al mismo tiempo, sea un marido en el baño (Antes del desayuno, de O'Neil) o bien una voz inaudible en el teléfono (La voz humana, de Cocteau) por dar un par de ejemplos ya clásicos. Los autores ponen mil pretextos, tantos como su imaginación les proporcione. En el caso de Las alas del caos, de Roberto Sterling ųcuya identidad secreta prefiere quedar en el anonimatoų no existe tal interlocutor a no ser el pecesito en la pecera, y más bien estamos ante el devenir de reflexiones en voz alta del personaje. En medio de consideraciones acerca de Dios y el destino, se trasluce en el protagonista una gran compasión por sí mismo en todos los ámbitos de sus referencias a lo que ha sido su vida, ninguna de las cuales tiene la fuerza suficiente como para orillarlo al suicidio.
No es el primer hombre o mujer relegado en el afecto del padre por una hermana, ni tampoco el primero que debe cuidar de un padre o una madre inválidos. El peso mayor que soporta es el de su homosexualidad, pero yo creo que en muchos estratos, a no ser esa Aguascalientes en que se impide a perros y homosexuales entrar a un balneario, ésta ha dejado de ser una rémora o un baldón y no sólo en los medios universitarios e intelectuales. A pesar de tener muchos amigos que lo son, desconozco el mundo gay, pero pienso que la aceptación de la elección sexual es ya un hecho por lo menos en esta ciudad. Y si el personaje sufre ante el recuerdo de semen que le escurre por boca y ropa, también creo que, lo mismo que todos tienen el derecho de elegir su pareja sexual también tienen el derecho a elegir los modos en que esa inclinación se ejerce, lo que incluye la fellatio.
Así pues, este personaje resulta incapaz de convocarnos a la simpatía. Si bien Pedro Kóminik es un actor de muchos registros y puede hacer convincente a su lamentable personaje, la dirección de Lourdes Best (se nos anuncia que es su primer trabajo en la ciudad de México) hace uso de un exceso de símbolos, no siempre muy logrados como es la ducha de plumas que sin querer me remitió al grosero modo en que los cubanos se refieren a los homosexuales y me lo convirtió en algo muy grotesco, e impone a Kóminik un exceso de tareas actorales por entero inútiles. La escenografía de Miguel Angel Tavera es muy interesante, casi expresionista, y refleja el caos interior del personaje, al que la directora desviste y vuelve a vestir sin ninguna justificación en el devenir de sus pensamientos.
Otro monólogo de autor mexicano es La noche sin alma, de Carlos Mugica, alumno en el taller de Hugo Argüelles del que han salido notables dramaturgos y otros no tanto. Hay que decir en favor de maestro y discípulo que este chispeante monólogo es muy diferente a la negrura del humor de Hugo, lo que demuestra la independencia autoral con que se maneja este taller (y que a última fecha estaba produciendo demasiados ''argüellitos"). El novel dramaturgo hace gala de oficio. Elige como recurso un interfón por el que Lauro intenta comunicarse con Alma, le habla, le ruega, se confiesa y en el que se intercalan las intrusiones, dadas por diferentes instrumentos (el saxofón de Germán Bringas, el cello de Vitali Romanov y el teclado de José Luis Fernández Ledesma, autor de la música original) de una vecina chismosa y un niño que espera el gas.
Mugica plantea un personaje muy convincente, ese Lauro que teme el compromiso, miente y fabula, manipula hasta el extremo a Alma ųen fugaz aparición muda encarnada por Laura de Itaų, de quien sin duda está enamorado y que, haga lo que haga, siempre lo acoge. A la malicia dramatúrgica y al excelente lenguaje de Mugica hay que añadir este otro personaje que se nos revela a través de las palabras de su amante, que tampoco es el primero ųy con este dato nos informan que no se trata de una pobre ingenua engañada, con lo que la historia se hace más verosímil.
El autor dirige con pericia y un trazo muy limpio, apoyado por la simpatía de Julio Bracho y una escenografía pulcra y convencional de Beata Nowika. El tono ligero no oculta un conflicto serio en la vida de muchos jóvenes, con un personaje muy bien delineado en sus indecisiones y otro que se apunta, invisible, también muy logrado en esta obrita abierta.