MIERCOLES 30 DE AGOSTO DE 2000

* Trece noches de Antonio Gala *

* César Güemes *

Uno es el diablo. Y el otro es un dios menor. Aunque de ellos podría decirse lo opuesto sin faltar demasiado a la verdad. Antonio Gala escribe y tiene en su mano una cantidad siempre inusual de respuestas. Jesús Quintero ha dedicado su vida a preguntar y almacena en su firme carcaj cierta considerable cantidad de preguntas, no todas envenenadas.

Avanzan Gala y Quintero, Quintero y Gala, por un camino en espiral de título Trece noches, publicado por Planeta España y que acaba de llegar a México a través de algunas librerías interesadas en los lectores. La dirección del sendero que propone el volumen, hacia arriba o hacia abajo, depende justamente del lector, de su estado de ánimo, de su necesidad de acompañar a la conversadora pareja de personajes o de dejarlos hablando solos.

Gala, galante y de mesurada sensualidad repasa el tema de las relaciones interpersonales que conoce en sangre y carne y que ha llevado a la letra: "ƑCómo es posible que hayamos llegado al extremo de desconfiar hasta de nosotros mismos? No nos atrevemos a decirnos la verdad: que estamos solos, que tenemos miedo, que queremos ser acariciados, que queremos descansar en otro, que queremos amar y que nos amen". Esto es, y él lo ha dicho ya lo suficientemente claro pero vale la pena ensayar una línea de refuerzo: Ƒcómo es posible que la propia sensación sea símbolo de rubor personal?, Ƒno es ya demasiado con mentirle al vecino, a la pareja a veces o a la deidad si se cuenta con ella como para todavía tener la cara dura de mentirse frente al espejo?

Dice más al respecto Antonio Gala: "A mí me parece admirable lo del hombre. Es un animal que ama razonando. Los demás animales parece que se tiran al amor como a una piscina. El hombre puede preguntarse por qué ama, por qué ha dejado de amar. Y no puede resignarse a dejar de amar, porque puede todo menos eso".

Bueno, diríamos que en cuanto a sentimientos el hombre y la mujer, la mujer y el hombre, apelan en el mejor de los casos y siempre que la vida les dé un segundo de lucidez antes del amor, para pensar en lo que viene luego. Un segundo basta. Dos serían demasiado. Tres implicarían que no se diera la querencia, ni acaso la amistad entre dos personas.

Si habláramos de lo contrario, del odio y sus cientos de coloridas variantes, no habría casi motivo de plática: el odio se rumia, se deja añejar y se vuelve a él con recurrencia, con el paradójico cariño de un adicto por la sustancia que tarde o temprano ha de consumirlo. El odio se piensa y repiensa, se medita, se goza en el recuerdo y en el plan de lo que ha de venir. El amor no, no hay tiempo para tanto. Lo tomas o lo dejas a la voz de ya, y cuando dices ya, es posible que se haya ido.

Aborda todavía Gala, orbitando dentro del tema, dos puntos más. El primero se refiere a la manera de ser observados que tienen amante y amado:

"El amante tiene mejor prensa que el amado. El amante siempre dice: 'Caramba, apostar la vida entera, que pongo yo en el tapete verde, contra tres duros que pone el amado, siempre es perder. Porque Ƒqué es ganar tres duros a riesgo de perder la vida?' Sí, pero es que el amante gana tres duros cada tres minutos. Llega un momento en que esa buena prensa hay que cuestionarla, porque el que está pendiente del amante es el amado. El amado es irremisible. Realmente, el amante se satisface con el amor conseguido y, a veces, de pronto, vuelve la cara hacia otra cosa y el amado se queda sin la luz, porque recibe la luz a través del amante. Yo estoy ahora muy de parte del amado: se le ha hecho injusticia. El amante, cuando se va, recoge toda la parafernalia con que había adornado al amado: las velas rizadas, las joyas, los mantos bordados, como una virgen sevillana, se lo lleva todo y se lo pone a otra imagen. Y el amado se queda absolutamente desvalido. Yo estoy con los perdedores y me parece que el amado puede ser el más perdedor en el amor".

Es posible, sí, que quien es amado pierda en cuanto el otro, el amante, le retira los reflectores o las velas, que para el caso da lo mismo. Le quita la luz que le daba. Bien, pero sucede que no siempre le retira esa iluminación porque el amante así lo quiera. El amado, la amada, no pierde por necesidad cuando se queda sin esa luz que tan gentilmente le ha dado el amante y tan sin desdoro le quita. La amada o el amado tienen, en muchas de las ocasiones, otra luz, otro nicho, otras velas izadas y otros mantos bordados.

Luego, viejo y diablo y sensible, Gala llega a la dual conclusión que sigue. Doble porque cierra el capítulo que da inicio al libro y porque de algún modo la unión civil es el fin de una relación amorosa y el comienzo de otra, de la institucionalizada. Veamos:

"El matrimonio es una casa de pisos. Dedicado al sexo sólo hay uno. Luego hay otros que están como guarderías infantiles, universidades, comercios, hospitales... Hasta de pompas fúnebres tiene que haber un piso en el matrimonio. Y esa casa la tienen que hacer entre los dos. Como uno de los dos no sea arquitecto, ese edificio del matrimonio o no se hace o se hunde después de hecho".

Nada más real. Si una pareja se matrimonia, o sea, si firma un documento que la une ante el grupo social, y basa ese contrato cívico en las maneras del amor físico, está condenada, sin falla, a fallar, aunque antes follen.

De muchas formas van tejiendo las uniones Quintero y Gala. Lo mismo se puede hablar del amor que del dinero. Puentes los hay, aunque no haya tantos elementos en común como cabría esperar. Los pesos, las pesetas y los dólares caminan de un lado; de otro, así sea en una dirección parecida, lo hacen los diversos sentimientos que aparecen a lo largo del volumen.

El padecimiento, por ejemplo, es visto desde al menos un par de posiciones: o nos alejamos de él, o lo asumimos. La primera se expresa así, en palabras de Gala: "Las cosas no son hirientes si no las apretamos". Un arma, sobre todo un arma blanca, o un sentimiento del color que sea, no lastimará nuestro entorno si no ejercemos presión contra ella o él.

Pero no es todo. Oigamos: "No es que el tiempo cicatrice todas las heridas, pero nos hace mirar hacia otra parte. Nos hace quizá desear nuevas heridas, nuevos campos de batalla, guerras nuevas, hazañas nuevas. Y eso nos distrae de las antiguas". Con lo cual tenemos: el tiempo no alivia, no sana del todo, pero ayuda a olvidar. Suena bien, suena a verdad, a cosa cierta y sabida. Ejemplos habría en la existencia de cada uno si nos pusiéramos a buscar.

Luego, además de ese beneficio que el tiempo procura, no ofrece mucho más. Al menos no por sí mismo: "ƑPor qué te va a dar el tiempo nada? Entonces bastaría sentarse y que el tiempo nos sirviera la mesa, nos hiciera crecer y nos ilustrara. No. Somos nosotros los que vamos en busca de la sabiduría y en busca de la serenidad, pero el tiempo no da nada. ƑPor qué va a dar? ƑPor el hecho de cumplir cincuenta, sesenta o setenta años uno va a ser más sabio o va a ser más sereno? No. Si no se ha aprendido, si no se ha estado con los ojos abiertos recibiendo las lecciones diarias, Ƒpor qué se va a aprender?"

Se sufre pero se aprende, diríamos al uso en México. Aunque aquí hay un hallazgo superior: no hay que temer al sufrimiento, dice el entrevistado. De temer serán otros elementos en el mundo, no ése; al menos no cuando cumpla una función.

Como todo en el volumen está imbricado, más adelante encontramos esta respuesta a la pregunta de dónde encuentra el escritor la felicidad: "Yo hace tiempo que no la busco. Me pasa como con el amor. Supongo que si el amor tiene que volver otra vez a mi vida, tocará mi puerta. No se puede andar por las esquinas buscando el amor. Eso no conduce más que al insomnio y a la resaca. La felicidad vendrá si tiene que venir. Y, si no, que la zurzan". O sea, que se joda, si no quiere venir, allá ella.

Quien viene es la muerte, ésa sí, siempre. O casi. Aunque tiene su contraveneno, expresado en este diálogo que inicia Quintero:

"--El miedo a encender el cigarrillo es que me acaban de decir que cada cigarrillo son tres minutos menos de vida.

"--Y qué importa. ƑQuién mide la vida? La vida tiene que ser intensa, no extensa. La vida, que en cualquier caso es corta, tenemos que hacerla más ancha. Y si usted la ensancha fumando un poco, qué importa que la acorte en tres minutos, que es además algo que dicen los americanos".

No hay xenofobia en el comentario. Pero es que a diferencia de nuestro mexicano domicilio, a España lo que digan los "americanos" es más sencillo que les deje de afectar, que no se les vuelva norma de vida.

"Ha habido en mi vida dos ocasiones en que he sido, por una parte, casi hundido y, por otra, casi asesinado. Mi nombre ha sido peligroso en dos ocasiones y, entonces se me retiró la compañía".

ƑGala un tipo peligroso? ƑSu nombre cargado de dinamita o algún explosivo plástico? Seguramente sí, y aunque no explica por qué, debió de ser por razones de orden político, cuando el franquismo. Después no se entendería tan claramente el peligro que pudiera representar un hombre que si algo ha aportado a la cultura española es una idea concreta de paz, de trabajo, de dedicación a lo suyo que es la inteligencia. Aunque el azar también interviene, las más de las veces en contra, que es cuando lo notamos: "...la vida es como una partida de ajedrez. Sobre ese tablero nos han colocado a nosotros, y no sabemos quién juega la partida ni quién la gana. Sabemos sólo que la perdemos nosotros en el momento en que empiezan a retirarnos del tablero".

Pues es verdad, mire usted. Otro libro indispensable del imperdonable Gala.