MIERCOLES 30 DE AGOSTO DE 2000
Ť Asevera que busca una relación directa y participativa con la obra de arte
La lectura, un deleite con el que no me contento: Saúl Yurkievich
Ť Octavio Paz, "ejemplo de dualidad", la cual es una característica del escritor moderno
César Güemes Ť Escribe mientras camina. O camina mientras va pensando lo que va a escribir. Se fue a París hace prácticamente 40 años, y desde allá ha hecho una de las más continuas carreras de crítico literario que se conozcan. Pero Saúl Yurkievich, nacido en Argentina, también es poeta y acaba de completar la novena de poemarios con El sentimiento del sentido, publicado por Era y presentado anoche por él junto con Adolfo Castañón, David Huerta y Julio Trujillo.
Yurkievich está de paso en el país en que también ha pasado largas estancias. Se va en breve, pero antes accede a esta conversación sobre su doble o triple existencia entre las letras.
--Si no es una doble vida sí es una existencia más ancha la de crítico literario, incluso de artes plásticas, y la de poeta. Es una dualidad que casi no se da.
--Vine a México esta vez para participar en el coloquio en torno a El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. Y pienso que él es uno de los más altos ejemplos de esa dualidad de que hablamos. Había en él una apetencia de sabiduría y una conciencia crítica que ejerció a través de numerosos escritos; además de que tuvo el talento poético. Las dos variantes se daban ahí en la misma persona. En mi caso la escritura es una muestra de la relación que tengo con los libros. Los poemarios o los textos de narrativa producen en mí fruición estética, me seducen, me emocionan y me pasman. Pero no me contento con el deleite, con esa relación exclusivamente hedónica y entonces quiero saber. Me pongo a analizarlos y paso de la lectura propiamente literaria, que es una entrega, a la encuesta o la inquisición, como diría Borges.
Mirar tras bambalinas
"Ahí tenemos otro caso: es la idea del escritor moderno, la dualidad es una característica de la modernidad. Se trata de tener una relación directa y participativa con la obra de arte para que se anule la distancia. Por una parte está la entrega y por otra la convicción de que una obra de arte es una proposición sensible, es una especie de configuración, un sistema de representación. Se recibe lo que transmite la literatura y luego se entra tras bambalinas para ver de qué está hecha la obra."
--En los poemas que conforman este reciente libro encuentro al menos dos características distintivas. Comencemos por la temática, que si no es de orden necesariamente filosófica, sí lo es reflexiva.
--Bueno, eso corresponde a mi edad. Tengo una larga experiencia de escritura poética y eso me ha permitido atravesar mi época con la escritura. Me inicié con la poesía de los años sesenta, es decir, con una oleada de renovación estética, de búsqueda, de experimentación, una neovanguardia. Estaba interesado en desplegar todas las posibilidades de la expresión poética y no tanto en confesarme. Se puede decir que esa era la consigna: ampliar las fronteras del decir poético. Antes, poco antes, la poesía estaba restringida a una especie de zona sagrada, muy salvaguardada; los poetas, como todavía hacen algunos hoy, se encerraban con su trabajo, al que veían como un oficio sacramental. Los poetas consideraban a la poesía como un sacerdocio.
--O vendían muy bien esa idea.
--Claro que la vendían. Parece que se requería de facultades excepcionales para ser poeta, tener percepción inmediata, mediata y ultraterrena. Era de risa, claro. La poesía era vista como un sustituto de la religión, había una búsqueda de la trascendencia, de la otredad y de lo que estaba más allá de la palabra. Nosotros la trajimos hacia el mundo inmediato, la metimos en la historia, la revolvimos y practicamos la mezcla de géneros, la narrativizamos, la descendimos y profanamos, utilizamos expresiones coloquiales y la acercamos a nosotros de tal modo que pudiese decir la experiencia en todos sus aspectos, incluido lo somático y las actividades del cuerpo. Con eso quedó claro que para nosotros y a partir de nosotros los poetas no éramos seres ideales, sino carnales y frágiles, con cuerpos imperfectos. Eso lo practiqué, me metí de lleno.
"En libros sucesivos fui experimentando las posibilidades sonoras, canoras, del texto. Me interesaba por una parte la disposición formal, el uso de recursos que me parecían muy eficaces. Y luego comencé a trabajar con un sentido musical moderno, acercándome a las músicas electroacústicas, disonantes y cacofónicas que los propios músicos hacían en esa época. Por otro lado, sería absurdo que adoptara una posición distante y 'objetiva' con una palabra que me implica, me porta y me conlleva por entero. Ahí hay indudablemente un ingrediente autorreferencial. En poesía todos escribimos la autobiografía alegórica, no la anecdótica. Y luego de eso hay una demanda de conocimiento, la manera de expresar la poesía también en su relación con el mundo traducido en conocimiento. Una reflexión sobre la experiencia. Entonces, en este libro sí hay una parte reflexiva y hasta filosófica pero dentro de la poesía, no en el sentido técnico del término.
--El otro aspecto singular del poemario es el armado casi visual de los textos. Los versos simplemente se cortan o incluso los hay de una sola palabra. Si bien el recurso no es nuevo, tendrá razones poderosas para retomarlo.
--Así es, trabajo mucho con la sintaxis. Hay varios poetas que se apoyan en la construcción sintáctica común. El interés expresivo en ellos no reside en la palabra propiamente dicha, sino en el discurso. Conciben como naturales las construcciones normales, la sintaxis convencional y común. Por ahí circula el discurso y nadie se preocupa por el medio. En cambio, yo me detengo y considero que me gusta mucho hacer trabajo sintáctico, en el sentido de que acá la frase está verdaderamente construida, la sintaxis me permite incorporar ambivalencias, sugerencias, construcciones que son virtuales. Hay una línea que permite seguir perfectamente el hilo de la lógica sintáctica, pero a la vez hay una distorsión en esa sintaxis que está como prefigurando varias direcciones del texto. Y todo esto lo hago para cargar la lengua al máximo de potencialidades y eventualidades. Creo que eso también es la expresión poética y no sólo la proyección de imágenes sensibles; la lengua misma tiene que ver con la exégesis, cada palabra tiene importancia.
Heredero de la tradición peripatética
--ƑCómo es para ti un día usual en París?
--ƑUn día feliz?
--Digamos.
--Escribo en casa. Soy profesor universitario pero he preferido trabajar en la casa porque soy inquieto, estoy sentado un rato frente a los papeles y luego me levanto, hago cosas, regreso. Además, trabajo mucho caminando, deambulo por la ciudad. Hace varias décadas que estoy allá y disfruto mucho la luz de la ciudad. Claro que tengo mis lugares y mis itinerarios. Hay espacios que para mí están imantados, que tienen encanto o karma. A diario camino, hago largas caminatas. París es una encrucijada, por ahí pasa todo el mundo. Tengo la sensación de que a todos los veré en París.
--Allá viste a Julio Cortázar, por ejemplo.
--Claro y eso fue muy importante en buena medida para mi relación con la ciudad. En el año 62 fui a trabajar en una tesis y escribí un libro producto de esa estancia. Ahí conocí, en efecto, a Cortázar, e iniciamos una amistad sencilla. Yo sabía poco de él y él sabía poco de mí. Nos hicimos amigos por simpatía mutua. Después lo conocería muy bien. Y con él paseamos mucho por la ciudad, tenía un extraordinario amor a París. Hacíamos grandes caminatas. Me inició en esa sana costumbre de ir a pie a los lugares hechiceros. Me mostró su París, y a partir de ahí fui construyendo el mío. Esa es la ciudad en la que vivo en un día feliz.