MIERCOLES 30 DE AGOSTO DE 2000

 

Ť José Steinsleger Ť

Capitalismo salvaje y terror

La tecnología del siglo XX pegó un salto de calidad cuando pioneros de la industria como Frederik W. Taylor (1856-1915), Henry Ford (1863-1947) y Ferdinand Porsche (1875-1951), aplicaron la ''organización científica del trabajo'' en sus fábricas de acero y de automóviles. ''Taylorismo'' (o ''fordismo'') fue el nombre que recibió la medición del tiempo de ejecución de un trabajo a partir de la fabricación en serie y la estandarización de las piezas componentes de un conjunto.

En Detroit, capital del automóvil, varias generaciones de ingenieros germano-americanos aprendieron el abc de un sistema que ponía bajo control al obrero, sometiéndolo al espionaje constante de un extremo al otro de la cadena, mediante métodos ''científicos''.

Porsche relacionó ''productividad'' y ''necesidad'' y se obsesionó con el aumento de la productividad sin cesar, haciendo de la necesidad algo más que administración de los recursos existentes. En la Alemania nazi, su amigo Fritz Sauckel, ''plenipotenciario general para la implementación del trabajo'', jefe de la deportación masiva de obreros, resumió la idea en su primera directiva: ''Los trabajadores extranjeros serán tratados de tal manera que se les explote al máximo, con un mínimo de gastos''.

Sin embargo, el alargamiento de la jornada laboral, la introducción de innovaciones tecnológicas para ahorrar trabajo, la aceleración de los ritmos y otros métodos clásicos para acrecentar la productividad, se extendieron a toda Alemania. Y el terror de los nazis convirtió al país en la utopía capitalista por excelencia: un país de esclavos. El que no era ''eficiente''... špa'fuera! (ƑDónde hemos oído esto?)

Porsche fue atento lector de El judío internacional, de Henry Ford (1920). Junto a Mi lucha (1923), de Hitler, el libro fue best seller en la Alemania de Weimar, alimentando la reflexión de los nazis. Hitler admiraba a Ford. En su despacho, el líder tenía un retrato del industrial estadunidense. En 1938, mientras millones de personas eran sometidas al trabajo esclavo, Ford recibió la Gran Cruz del Aguila Alemana.

Los investigadores Hans Mommsen y Manfred Gieger apuntan: ''... los obreros de Volkswagen desarrollaban sus labores expuestos al frío, a los golpes incesantes, a la malnutrición y a la muerte precoz'' (Volkswagen y sus trabajadores bajo el Tercer Reich, Ed. Econ Verlag, Dusseldorf, 1996). Ford y General Motors representaron 70 por ciento de la producción automovilística de Alemania. Y, en Francia, Peugeot aplicó métodos similares.

En la industria textil sobresalió Hugo Boss, proveedor oficial de uniformes y ropa para las tropas de asalto de Hitler (SA) y las SS. La mano de obra no fue problema. Para eso estaban los trabajadores esclavos, sobre todo las polacas. Hoy, la firma Hugo Boss orienta la producción ''hacia los triunfadores y jóvenes hombres de negocios...''

Los nazis aplicaron la receta que actualmente, con otros métodos, imponen a las democracias el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial del Comercio (OMC): privatización de las ganancias y socialización de las pérdidas.

En Alemania nazi, miles de pequeñas y medianas empresas castigadas por la crisis económica de 1929, aprovecharon la expropiación de la burguesía judía y los pillajes de la Wehrmacht. En el Cono Sur de América Latina, tales prácticas permitieron que a fines de los años 70 ratas como Cavallo hicieran negocios millonarios con el saqueo de los bienes de los detenidos-desaparecidos en tanto que, a escala, los Chicago Boys aplicaban los grandes lineamientos que condujeron al saqueo de los recursos naturales, el ahorro acumulado y el patrimonio de países enteros.

Fagocitada a causa de un terrorismo de Estado, la represión feroz llegó a su fin. Pero la ferocidad de esta represión no fue la mera confrontación entre ''izquierdas'' y ''derechas'' o entre los muchos ''ismos'' de la modernidad. En Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay, el genocidio fue indispensable para echar del tablero a la miríada de conciencias que sabían decir ''no''.

Sólo por medio del terror pudieron consumarse los tres objetivos básicos que luego pasaron a ser modelo en toda América Latina: la destrucción del Estado-nacional, la instauración del capitalismo salvaje por vía democrática y la consagración de una intelectualidad cuya misión global (aquí o allá) consiste en vaciar de significación el sentido de las luchas populares.

Cavallo cayó. Pero si muchos como él siguen en libertad, hay que considerar que, como nunca antes en la historia, hay una conciencia activa dispuesta a denunciarlos allí donde se encuentren. Frente a la magnitud del desafío, algo es mejor que nada.