MIERCOLES 30 DE AGOSTO DE 2000
Ť Arnoldo Kraus Ť
Aborto: el escenario real /II
Como en tantos ámbitos de la vida, al discutir sobre el aborto se requieren entre dos y tres neuronas -la condición, eso sí, es que todas funcionen- para saber que a pesar de que la realidad tiene varias caras, dos siempre están presentes: la falsa y la veraz. Quienes abortan cobijadas por buenas condiciones económicas no son parte de ningún tipo de discusión y no engruesan las dudosas estadísticas que aseveran que en México se practican 800 mil legrados clandestinos al año. Quienes abortan partiendo de la pobreza, las mujerespobresabortadoras, son las ''otras entre las otras'' y son el objeto de los ataques panistas y religiosos. Conforman el grupo de la realidad inaplazable aunque, paradójicamente, en la mayoría de los casos su miseria ni siquiera les permite enterarse que son temas de opinión.
Las primeras, aquellas que gozan de bonanza económica, pero seguramente no más religiosidad que las ''otras entre las otras'', tienen la capacidad de bordar su realidad y escaparse de los dictums decimonónicos que aseveran que si bien la violación no es bien vista, el embarazo es una suerte de regalo divino. El producto parecería ofrenda de todos los cielos.
Sería óptimo que, en estas épocas preñadas de estadísticas, se mostrasen datos de quiénes son las mujeres violadas: sus colonias, sus condiciones socioeconómicas, sus historias. Me autoplagio: el meollo del asunto lo constituyen las pobres que abortan.
A la cuestión moral, principio por demás endeble, y que para muchas realidades es anacrónico y absurdo -la intolerancia religiosa es una de las principales detractoras de la ética-, se unen algunos datos ineludibles que muestran el precio de abortar en condiciones insalubres. Esta ''plaga invisible'' -término de Lesley Doyal- es un fenómeno que podría ser previsible pero, al igual que el irresoluble problema de si el ser humano es autónomo o no -como lo comenté hace una semana-, la intransigencia social, la intolerancia religiosa, los intereses económicos y la apatía política son algunos de los obstáculos, sobre todo en el Tercer Mundo, Guanajuato dixit, que determinan muertes y complicaciones evitables.
No existen datos precisos de cuántos abortos se practican cada año en el mundo, pero se calcula que en 1987 fueron entre 36 y 53 millones, de los cuales entre 10 y 22 millones fueron ilegales -tributo del fracaso de las políticas de planificación familiar. Otros datos aseveran que por cada dos o tres embarazos se realiza un legrado y, lastimosamente, el aborto -tributo a la obstinación de políticas del medioevo que no permiten a la mujer planear- es el cuarto método de planificación familiar -ningún médico pregona esta conducta. Asimismo, aproximadamente una de cada tres, o incluso una de cada dos mujeres en edad reproductiva, tienen un aborto. El brete emerge cuando se efectúa en condiciones adversas.
Se sabe, y aquí los números no mienten, que el estado legal del aborto -que se permita o no- es el factor primigenio que determinará la salud de la mujer. Por ejemplo, en Estados Unidos cuando se legalizó, hace 30 años, la mortalidad disminuyó de 30 a 5 por cada mil procedimientos (actualmente 0.7 por ciento de los abortos legales cursan con complicaciones y es 11 veces más seguro que una amigdalectomía). En cambio, en Rumania, bajo la execrable dictadura de los Ceausescu, la mortalidad materna se incrementó entre 1965 -cuando se prohibió- y 1984, de 21 a 128 por cada 100 mil nacidos vivos. Moraleja para el gobierno guanajuatense: criminalizar el aborto no lo evita, pero sí asegura que morirán más mujeres buscando cualquier vía -el horror mismo- para efectuarlo.
Los ''abortos clandestinos'' resultan en la muerte de medio millón de mujeres cada año, y en países como el nuestro es una de las causas principales de fallecimiento en mujeres de entre 15 y 39 años, no por falta de medios técnicos, sino porque las desprotegidas socialmente no pueden acceder a ellos. En este contexto, no es exagerado afirmar que el valor que se da a las vidas de las mujeres es magro y depende, la mayoría de los casos, de políticas mediocres; tampoco es falso aseverar que existe una relación directamente proporcional entre la miseria de la embarazada y su posibilidad de morir por el procedimiento.
Los fetos destrozados mostrados por Provida incomodan, pero hieren más los niños de la calle que, en buena parte, reflejan gestaciones no planeadas así como las mentiras de los discursos panistas que cifran en la adopción el destino de cualquier embarazo no deseado. ƑEl nuevo sino será excomulgar a médicos y/o abortadoras y no a políticos o narcotraficantes?