MARTES 29 DE AGOSTO DE 2000
* Pedro Miguel *
Nota para un hombre de bien
He recibido con consternación, señor Ricardo Miguel Cavallo, la noticia de su arresto, motivado en lo que parece un malentendido y una confusión de personalidades. Me tranquiliza, sin embargo, la actuación conforme a derecho de las autoridades mexicanas y el pleno respeto a la integridad física y moral de usted, y el que le hayan permitido ejercer los derechos y las garantías que la ley le otorga.
Tal vez sea un pobre consuelo, señor Cavallo, pero no todas las personas que se ven envueltas en problemas con las autoridades tienen la misma suerte. Mire, para no ir más lejos, en Argentina, su país de origen, hace un cuarto de siglo, una dictadura militar emprendió una campaña de exterminio de opositores políticos.
En ese contexto, la Escuela de Mecánica de la Armada, ESMA, fue habilitada como campo de concentración, tortura, asesinato y trabajo esclavo. Tal vez usted, que curiosamente perteneció a la Armada, haya oído hablar de la ESMA. Ahí no se respetaba la integridad de las personas ni se les otorgaba ninguna clase de garantías como las que usted disfruta hoy, en su arresto precautorio en el Reclusorio Oriente. De los más de 4 mil detenidos-desaparecidos que fueron llevados a la ESMA, sobrevivieron poco más de cien. Y no se trataba de terroristas y sediciosos: eran, en su inmensa mayoría, sindicalistas, maestros, amas de casa, estudiantes, gente pacífica que no estaba de acuerdo con el régimen. Incluso algunas madres que buscaban a sus hijos desaparecidos fueron a parar a la ESMA, en donde se les torturó salvajemente; una de ellas, al menos, fue asesinada.
Varias mujeres embarazadas fueron ejecutadas después de dar a luz y los encargados del lugar regalaron entre sus amistades a los bebés, como si hubiesen sido cachorros de perro. Los secuestrados pasaban semanas o meses en el área de tormento, en donde eran pateados, apaleados, violados, sometidos a descargas eléctricas, asfixiados, mutilados. Algunos fueron posteriormente reubicados en zonas en las que se les obligó a trabajos forzados. Pero la gran mayoría fueron sedados, subidos en aviones y arrojados al mar.
En la ESMA, señor Cavallo, la Armada a la que usted perteneció causó muchos más muertos argentinos que las fuerzas inglesas en la guerra de las Malvinas, cuando los marinos de su país se quedaron en tierra, movidos por un exceso de precaución difícilmente compatible con el pundonor militar. Mientras los gurkhas despedazaban a un puñado de reclutas famélicos y con los testículos congelados por el hielo de las islas, mientras algunos solitarios pilotos argentinos se jugaban el pellejo tirando sobre la flota británica bombas que no estallaban porque habían sobrepasado su fecha de caducidad, los efectivos de la Armada secuestraban, torturaban y ejecutaban, en la seguridad de tierra firme y con la cobertura de identidades falsas, a hombres indefensos, a adolescentes aterrados y a mujeres embarazadas, y rifaban entre sus amigos los cachorros huérfanos.
Entre los principales operadores de tales atrocidades destacaba por su sadismo un tal Miguel Angel Cavallo, quien se hacía llamar Sérpico. Usted es un hombre de bien y dudo que alguna vez haya adoptado ese seudónimo estúpido y de mal gusto para ocultar su participación en crímenes de lesa humanidad. Pero fíjese, qué coincidencia: aquel asesino tenía un nombre y un apellido en común con usted, físicamente se le parecía mucho y, para colmo, el número del pasaporte que usted posee era el mismo que el carnet de identidad del criminal de marras. Claro que usted, según ha declarado, es el honorable director del Renave (con licencia) y no tiene nada que ver con Miguel Angel Cavallo. Tal vez en aquella época, usted, Ricardo Miguel Cavallo, pasaba su tiempo dando mantenimiento a los barcos, o rescatando náufragos, o comisionado en la agregaduría naval en Mongolia.
Por fortuna, señor Ricardo Miguel Cavallo, la humanidad ha guardado una documentada memoria de la infamia y no será difícil establecer la verdadera identidad del delincuente con el que lo han confundido y al cual le espera una sanción penal acorde a sus crímenes. He escrito este mensaje para manifestar de alguna manera mi compasión y mi simpatía con las víctimas del asesino y para desear que pronto se aclare el equívoco, porque usted dice ser un empresario honorable y pacífico, en tanto que Miguel Angel Cavallo, alias Sérpico, es, a todas luces, un hijo de puta.