LUNES 28 DE AGOSTO DE 2000
* Bárbara Jacobs *
Obsesiones y sombras
Ultimamente me he entretenido con la idea de que, en comparación con el humanista y el hombre de ciencia, lo que caracteriza al poeta es que puede equivocarse. No sé qué tan cierta pudiera ser mi apreciación, pero, por alguna causa que desconozco, me tranquiliza, en especial cuando tomo el lápiz y me siento a escribir.
El poeta, y me refiero al artista de la palabra, o a todo aquel que, al expresarse, hace del lenguaje escrito un arte, es un ser complicado y difícil de comprender. Es capaz de sumirse en la más profunda melancolía de un momento a otro y sin razón aparente, o en todo caso por un motivo que a otro no lo afectaría y ni siquiera lo llevaría a reflexionar sobre el tema.
Pondré de ejemplo una experiencia que tuve en estos días. Mientras esperaba turno en un cubículo de una clínica de belleza, a través de la cortina de manta que divide los diferentes cubículos, oí a la estilista contarle a la clienta a la que atendía de un amigo suyo, un joven de veinte años que tenía un ligero retraso mental, que era tan obsesivo que se desempeñaba brillantemente como archivista en una biblioteca, lo que le resultaba admirable. Recalcó que sólo alguien como el joven en cuestión, es decir obsesivo por retraso mental, podría resultar invaluable para un empleo como el que él sostenía, precisamente; pues su obsesividad lo obligaba a ser preciso y, más impresionante aún, a no aburrirse.
Sumida en la silla en el cubículo de al lado, me alegré de que nadie me estuviera viendo, pues la descripción del archivista me había llegado al alma. Compartir con él la característica de la precisión y la cualidad del no aburrimiento, Ƒme convertía en obsesiva y, por tanto, en retrasada mental? ƑO no todo obsesivo tiene un grado, aunque ligero, de retraso mental? ƑCómo iba yo a desprenderme de la idea de que, por obsesiva, padecía ese retraso? Una vez identificada con el joven archivista y sus rasgos distintivos supe que mi estancia en la melancolía no habría de ser transitoria como en ocasiones anteriores.
Finalmente, lo que me fue rescatando fue la idea de que, al saber que yo, como escritora, podía equivocarme, tal vez creer que me acababa de ser revelado que era retrasada mental era una equivocación, después de todo, ya que un poeta tiende a creer, precisamente, lo que menos le conviene, es decir, tiende a equivocarse. El argumento puede ser débil; pero, que reconforta, es irrebatible.
Si el artista de la palabra, entonces, puede equivocarse, Ƒpuedo contar que la otra tarde por la puerta llegó mi sombra a buscarme? El problema no está en que la hubiera visto venir por el camino de tierra en medio de una tormenta, sino en acertar, es decir, ser precisa, al describir cómo vi que se desplazaba, si sostener que lo hacía de forma horizontal, o si decir que lo hacía de forma vertical. La verdad es que es posible usar ambas expresiones; pero, Ƒcuál de las dos se prestaría mejor a no resultar ambigua? Caminaba (Ƒcaminaba?) erecta; o sea que era una sombre vertical; pero no se despegaba del camino bajo las sombras de plata de pie, de modo que no faltaría a la verdad, tampoco, si dijera que se me acercaba horizontalmente. Añadir que lo realizaba a toda velocidad no creo que añada nada; pues qué, Ƒacaso hay una sombra pesada?
No diré que no sentí desasosiego al verla venir; experimenté una perpeljidad y un azoro tan evidentes que, de hecho, a medida que ella avanzaba, yo retrocedía, daba uno o dos pasos para atrás. Era la primera vez que yo veía una sombra independiente del objeto que la proyectaba; con vida propia, aunque sin facciones. Interesante, pensé, lo que diría del asunto un hombre de ciencia, o lo que inferiría en un sentido u otro un humanista. Un detective, que ignoro a cuál de estas dos clasificaciones pertenece, me preguntaría cómo pude estar segura de que se trataba de mi sombra, cuanto más si admito que facciones no tenía. ƑQué le podría contestar? ƑQué la certeza me la daba el grado y el sentido de la inclinación de su cabeza? ƑO que tenía la pierna (Ƒpierna?) derecha exactamente dos centímetros más corta que la izquierda?
De cuanto dijeran unos u otros, yo me quedaría con la recomendación de un poeta isabelino, Thomas Campión, "Sigue tu propósito sol/sombra triste", aunque su apreciación del sol próspero o de la sombra triste, o mi traducción de uno o de ambos adjetivos calificativos, estuviera de un modo o de otro probablemente más que equivocada.