LUNES 28 DE AGOSTO DE 2000

 


* León Bendesky *

Tropiezos

Vicente Fox tiene un poco más de tiempo del que parece imaginar. Y, como pasa con el tiempo, su extensión suele asociarse con la decisión que uno toma con respecto a la manera de usarlo. En términos políticos es necesario, cuando menos, empezar por identificar lo mejor que sea posible las ocasiones para hacer lo que uno se ha propuesto. Claro que para eso hay que saber lo que uno se propone realizar desde el poder de la presidencia, especialmente después de haber ganado unas elecciones como las del 2 de julio y tener un amplio grado de legitimidad que, por supuesto, no se va a extender indefinidamente. También es claro que no todo se puede hacer al mismo tiempo.

No es trivial plantearse una transición de gobierno en las condiciones históricas de este país, en buena parte por lo que significa la decadencia política y administrativa que ha provocado el PRI como partido de Estado durante las largas siete décadas de su hegemonía. Las expectativas que tuvieron que crearse para acabar con esa situación fueron muy grandes y Fox supo aprovechar la oportunidad política. No es lo mismo ofrecer un cambio político y económico, que además era deseado y exigido por una amplia parte de la población, que establecerlo de modo efectivo y, sobre todo, que se repartan los resultados positivos que debe generar.

Es cierto que en México el tiempo apremia. Pero la reciente visita de Fox a Canadá y a Estados Unidos, rebasó los límites de la diplomacia en los que debió haberse mantenido en este momento antes de tomar posesión. En él se plantearon, de manera anticipada y precipitada, temas sobre los que el equipo económico de transición y su propio jefe no parecen haber pensado lo suficiente, y que no se han integrado de modo consistente a lo que será el programa económico del nuevo gobierno. Por su parte, los responsables de las cuestiones internacionales de ese mismo equipo parecen tener mucha prisa por ir imponiendo sus propias visiones y en ese camino empujan a Fox a tropiezos innecesarios.

El tema de crear una moneda única fue rechazado firmemente en Canadá y la apertura de la frontera con Estados Unidos al libre tránsito de las personas fue, también, enérgicamente desechada tanto por Clinton como por el candidato republicano Bush. Eso no quiere decir que ambas cuestiones no sean relevantes o incluso potencialmente deseables en sí mismas, sino que tienen que plantearse en el marco de una visión más amplia del desenvolvimiento económico y social del país que hoy está muy lejos de quedar claro en lo que se sabe del proyecto que Vicente Fox quiere establecer y, en especial, de cómo lo va a hacer. La política exterior en términos económicos y migratorios deberá estar mucho más sólidamente anclada a un proyecto nacional de lo que ha sido el caso durante los últimos doce años y de lo que aun hoy todavía se conoce del programa del próximo gobierno.

La preponderancia del sector externo en la política económica de los gobiernos de Salinas y Zedillo ha generado resultados positivos en materia de flujos de inversión y de comercio. La entrada de capitales ha sido el mecanismo para los sucesivos programas de estabilización de los precios, ya sea con tipo de cambio fijo o flexible, y las exportaciones se han multiplicado de manera rápida, pero, con ellas, también las importaciones, y hoy el superávit comercial está sustentado en los excedentes de las maquiladoras. Pero todo esto ha generado un crecimiento económico desarticulado en cuanto a los sectores productivos, que no abarca sino a una parte de la población, mientras que por otro lado se acumula la pobreza y cuya expresión regional es sumamente desigual y en la cual las brechas se siguen ampliando.

En materia de integración económica como la que empieza de manera apresurada a plantear el presidente electo puede hacerse una modesta proposición. Desde 1994, cuando se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el gobierno mexicano ha estado muy activo promoviendo este tipo de acuerdos con diversos países del mundo. Los resultados estrictamente económicos de esos convenios son muy desiguales y lo son, igualmente, sus expresiones estratégicas. Mientras tanto, ha sido imposible favorecer el aumento de la oferta interna y lograr una mejoría decisiva de las condiciones de la productividad general de la economía, que es la única manera sostenible de conseguir la mayor eficiencia y el crecimiento que pueda expresarse en mejores niveles de bienestar social y competitividad externa. No parece haber una clara definición de lo que se busca con la firma casi indiscriminada de acuerdos con virtualmente quien se deje. Lo que parece que se ha perdido de vista en este activismo comercial es que lo primero que hace falta es, como ha propuesto mi colega Víctor Godínez, firmar un acuerdo de integración con nosotros mismos.