LUNES 28 DE AGOSTO DE 2000

 


* Marcos Roitman Rosenmann *

El ciudadano-consumidor: el objetivo político del social-conformismo

Ligar el concepto de ciudadano a los vaivenes de la política contingente o teorías ad hoc, destinadas a infravalorar el papel central de lo político en la construcción de la acción social, es un acto espurio. En ambos casos surgen explicaciones de coyuntura apegadas a procesos electorales, donde los triunfadores señalan lo eficiente de su campaña y los perdedores la incomprensión de su discurso por el electorado. En estas circunstancias el referente es el mercado electoral.

Los partidos y sus dirigentes se transforman en productos de consumo ųlenguaje, vestimenta, comportamiento, etcétera. Todos los actos del candidato o los candidatos están sometidos a los controles de calidad de la campaña. Cualquier error puede suponer la catástrofe: la pérdida de votos. Pero este fenómeno es conocido, su enunciado no es novedoso.

Acostumbrados, sobre todo en las dos últimas décadas, a la mutación que han sufrido las campañas electorales (globos, camisetas, encendedores, bolsas, conjuntos musicales, en definitiva ser productos para el consumo) restamos importancia al fenómeno.

El discurso político de contenido formativo cede paso a una frase determinada, que se repite durante todo el proceso electoral. Hay un papel y un guión, y no es aconsejable abandonarlo. Así se tiene la seguridad de no equivocarse. La espontaneidad y la incertidumbre no deben hacerse presentes.

Improvisar cuesta caro

Si analizamos la reciente campaña electoral en España, podemos notar ese hecho; los grandes partidos optaron por la contundencia de la frase. Rotunda pero ambigua. Para el PSOE fue ''Lo máximo'', para el PP ''Vamos a más'' y para IU ''Somos necesarios''.

Era suficiente. El ciudadano-consumidor no puede verse agobiado con discursos programáticos o debates sobre contenidos y proyectos político-sociales. El elector, el votante potencial, debe sentirse identificado con la frase; ahí radica el éxito y el secreto para conseguir su tan disputado voto.

Para el ciudadano-consumidor la política es gestión, administración, no guarda relación directa con lo cotidiano. Lo afecta pero no lo determina.

Los ciudadanos-consumidores están inmersos en una vida ajetreada: van al trabajo o lo buscan. Tienen múltiples preocupaciones. Los procesos electorales ųmunicipales, legislativos o presidencialesų no ocupan un lugar destacado entre sus actividades cotidianas; salvo para los militantes, se trata se una actividad prescindible.

Asistir al colegio electoral y cumplir con la obligación de votar, no es una necesidad vital. Las amplias franjas de abstención ųentre 35 y 60 por ciento de la ciudadaníaų demuestran esta actitud reacia a participar.

Con ello, la legitimidad de los gobiernos y cargos públicos electos termina debilitándose en tanto expresión social de una colectividad; representan no más de 20 por ciento del electorado real, incluso cuando gozan de una mayoría absoluta.

Pero Ƒpuede ser de otra manera en tiempos de mercado? Si analizamos, esta actitud pasiva es consecuencia de la transformación de los comportamientos sociales producidos por el avance incontrolado de la lógica del consumo. Todos somos consumidores.

Y la política se transforma en un objeto de consumo. Puesta en el mercado, se comporta como cualquier mercancía, no tiene más valor que otra, salvo para quien la compra, consume y utiliza.

Son estas mutaciones de la política lo que habilita su puesta en el mercado, alterando su significado social. Como mercancía debe ser objeto de deseo, de consumo. Miembro del mundo de las mercancías, pierde su centralidad como acción articuladora de ciudadanía plena. No ocupa un lugar preeminente, viéndose inmersa en un mundo al cual debe responder adoptando sus valores y negando su identidad. Sólo así podemos entender el nuevo significado que tiene para el ciudadano-consumidor de política.

Desfigurados los procesos políticos electorales, hay que producir un consumidor de política. Igual que existe un mercado para consumidores de coches o sexo, debe habilitarse un mercado amplio para los posibles consumidores. Y los partidos asumen esta premisa, ser objetos de uso y disfrute para futuros clientes. Transformados en productos y sometidos a la ''rigurosa ley de la oferta y la demanda'', tienen fecha de caducidad y están obligados a reunir los mismos requisitos exigibles a cualquier otra mercancía. Cuando ello no sucede, los consumidores se defraudan, castigan al producto y se pasan a la competencia.

ƑVoto útil?

Resulta preocupante el comportamiento mercantil que asumen los responsables políticos de los partidos para justificar o explicar una derrota electoral en términos de oferta y demanda. Cada vez que se pierde una elección se aduce a esa falta de conexión entre el discurso ofertado y la demanda producida. Es esta alteración de los principios que definen lo político y la política, lo que me permite comparar dos procesos electorales recientes, sin conexión visible y considerados independientes: Chile y España.

Los candidatos buscaron afanosamente ser objeto de deseo para los consumidores electorales y la respuesta fue más que notable. En Chile, aunque en la segunda vuelta perdió el candidato de la derecha, Lavín, cabría preguntarse si se puede hablar de un ''pinochetismo'' en el porcentaje superior a 48 por ciento de los votantes que sufragó por ese candidato. Y en España, si el triunfo de Aznar por mayoría absoluta supone un 50 por ciento de ciudadanos de derecha o conservadores.

Una primera hipótesis plausible para explicar este fenómeno puede ser el señalar la diferencia y el grado de disociación existente entre el votante consumidor de política y el ciudadano articulador del proyecto social.

Nos hayamos ante una propuesta de desarticulación política de la sociedad en beneficio de un consumidor individualista que mira por su interés personal. Es un consumidor no ciudadano, en su horizonte histórico y en su conciencia no está el sentirse partícipe de un proyecto colectivo.

Mientras se produzca la gobernabilidad del Estado, para el elector, consumidor del mercado de la política, carece de relevancia el sentido social y el contenido ideológico que posee todo proyecto político.

Sin duda, los triunfadores en un caso y los perdedores en otros, se encuentran unidos por esta dimensión del problema. Tratan de administrar y gestionar no de articular democracia. Los votantes ciudadanos-consumidores piden estabilidad, tranquilidad, orden, progreso, eficiencia, racionalidad y mucha certidumbre.

No les llama la atención que los gobernantes electos privaticen, desmantelen la educación, los servicios de salud, eliminen los impuestos directos, etcétera. Para el consumidor, sólo hay una máxima: elevada rentabilidad con mínimo coste y riesgo.

Hoy nos encontramos que tanto ganadores como perdedores en las contiendas electorales expresan una acción gerencial de la política. Y aquéllos cuya crítica va más allá y plantean una alternativa humana y colectiva al capitalismo y la explotación salvaje, por ejemplo, se les ubica en la soledad y la marginalidad haciéndolos merecedores de adjetivos despectivos como ''socialistas o comunistas desfasados''.

Así, los verdaderos triunfadores son los grandes almacenes. Los supermercados, con su llamados a las rebajas, las ofertas y las gangas. Son las multinacionales del consumo.

En España o Chile y en cualquier país donde se celebran procesos electorales asistimos a este proceso de despolitización y mercantilización de la política, cuyo resultado culmina en la producción de un conformista social, pasivo y eufórico de participar en las rebajas. Las empresas de opinión y encuestas tienen grandes beneficios al ser contratados para saber qué piensa el electorado, qué quiere consumir y dónde hay que incidir en el discurso. Todo está programado. Si se falla, se cambia de empresa de consulta.

ƑNo es ésta una profunda mutación del homo sapien, zoum politikon que dejaría boquiabierto al propio Charles Darwin? Esperemos que la cordura y la recuperación de la centralidad de la política permita reconstruir y rehacer una sociedad con justicia social y por ende democrática. De lo contrario demos la bienvenida al Cuarto Reich.