DOMINGO 27 DE AGOSTO DE 2000

 


* Carlos Bonfil *

Hombres X

A partir de la tira cómica Hombres X (X-Men), de Marvel Comics, también creadores de El hombre araña y Los cuatro fantásticos, todos ellos éxitos editoriales de los sesenta, el director Bryan Singer incursiona con acierto en el terreno de la ciencia ficción. Hombres X, la película, ofrece algo más que un añadido hollywoodense de deslumbrantes innovaciones técnicas. Su director regresa a la malicia de su primera cinta, Sospechosos comunes, con la elección misma de los actores para sus personajes centrales (Sir Ian McKellen como el villano Magneto, estupendo), y a una reflexión política sobre los peligros de la intolerancia y el totalitarismo, presente en su cinta anterior, El aprendiz (Apt pupil), estelarizada también por McKellen.

Una leyenda inicial señala una fatalidad para el género humano: "Cada 200 mil o 300 mil años, la humanidad sufre mutaciones importantes". La acción se sitúa a principios de este nuevo siglo, cuando la gran mutación ha comenzado a producirse y los primeros afectados forman ya una minoría social temida y despreciada. Se temen sus poderes sobrenaturales (fuerza magnética, telequinesis, autosanación de heridas, capacidad de invadir la mente ajena, levitación voluntaria), y se desprecia su condición de fenómenos de feria, de freaks amenazadores: su diferencia y su conducta extravagante.

Hombres X recicla, no sin ironía, obsesiones y paranoias colectivas. La presencia insidiosa entre nosotros de extraterrestres capaces de someter voluntades y apoderarse del planeta fue ya el tema de la estupenda cinta de Don Siegel, Muertos vivientes (Invasion of the body snatchers, 1956), y de sus secuelas (Kaufmann, 78; Ferrara, 94).

Los mutantes, una figura predilecta del cine futurista de los noventa, constituyen hoy la nueva amenaza. Otro temor, que el canadiense David Cronenberg ha expuesto metafóricamente, es el que suscita un poder científico capaz de multiplicar experimentos y clonaciones animales y humanas, y que hoy promete volver transparente la piel durante veinte minutos para diagnósticos médicos más exactos. Hombres X no abunda por supuesto en estas consideraciones. Pero detrás de su inocente apariencia de entretenimiento fílmico de verano, hay todo un despliegue de propuestas visuales fascinantes, desde la visita a una escuela de seres superdotados --la cofradía de nuevos mutantes-- hasta la constitución ósea del propio Wolverine (el australiano Hugh Jackman), con sus retráctiles garras metálicas, o la estupenda inmovilización de policías, amenazados por sus propias armas, las que luego de elevarse por los aires se dirigen contra ellos.

Como en una cinta de John Woo, un proyectil disparado se mueve en cámara lenta hasta detenerse a milímetros de la frente de un adversario y surcar en ella un agujero con aplicación minuciosa. Los efectos especiales ganan aquí en sofisticación y eficacia. El duelo entre bandas opuestas de mutantes (el humanista profesor Xavier, Patrick Stewart, contra el irreductible radical, Magneto, Ian McKellen) tiene como complemento el esfuerzo por aniquilar a todos los mutantes emprendido por el muy macartista senador Kelly (Bruce Davidson) en el Congreso estaunidense.

El crítico Edouard Waintrop, del diario francés Libération, aventura una interpretación interesante: los dibujos de Stan Lee en Marvel Comics eran referencia, en 1963, a la lucha por los derechos civiles de la población negra en Estados Unidos. Los discípulos del profesor Xavier tenían algo en común con los seguidores del pacifista Martin Luther King, mientras los radicales adeptos de Magneto emulaban actitudes de los panteras negras, con Malcolm X como líder espiritual --una oposición presente ya en una cinta de Spike Lee.

Esa interpretación, algo esquemática, sugiere sin embargo la capacidad del director Bryan Singer de trascender los códigos y convenciones del género para conferir a la tira cómica una dimensión más ambiciosa. Después de todo, Enrik Lehnser (Magneto) es, en las primeras escenas, un niño que descubre sus poderes de mutación en un campo de concentración nazi, lo que no le impide perder a sus padres y, de paso, toda fe en el género humano. Medio siglo después, se enfrenta a nuevas mutaciones de la misma vieja intolerancia. No en una calle de Berlín, ante una horda de skinheads --el escenario más realista--, sino frente a un Congreso y una población amedrentada dispuestos a sancionar una nueva barbarie. Este subtexto, la calidad de los actores, la dirección atinada de Singer, y la fotografía de Newton Thomas Sigel (Tres reyes), plagada de innovaciones deslumbrantes, hacen de Hombres X una experiencia muy disfrutable que esperemos puedan repetir sus secuelas ya previsibles.