DOMINGO 27 DE AGOSTO DE 2000

Un minuto

 

* Néstor de Buen *

No he tenido oportunidad de leer la declaración de inexistencia que la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje hizo de la huelga de Volkswagen. Sólo a través de la prensa me he enterado de que prosperó la afirmación de la empresa respecto a que el inicio de la huelga fue extemporáneo porque comenzó un minuto después de la hora anunciada. Además, por lo visto, se invocaron razones relacionadas con la falta de celebración de asambleas y se dijo también que el sindicato no había hecho la petición de revisión del contrato colectivo de trabajo antes de los últimos 60 días de su vigencia.

Vale la pena aclarar que la petición de revisión se hace directamente a la empresa y no por conducto de la junta. Dudo, con todo el derecho de dudar, que el sindicato haya cometido ese pecado, sobre todo teniendo un abogado tan experimentado e inteligente como Héctor Barba.

Lo de la falta de ciertos acuerdos de asambleas de sector, por lo menos, me parece sospechoso. Si el comité ejecutivo emplazó y tenía facultades para hacerlo, aunque le faltara algún acuerdo sectorial, me parece que la JFCA no podía, por sólo ese motivo, declarar la inexistencia de la huelga. No hay que olvidar que el artículo 693 de la Ley Federal de Trabajo concede a las juntas una facultad para reconocer la personalidad de los representantes de los trabajadores sin sujetarse a reglas estrictas. Y en el caso me parece que la representación fue acreditada de manera suficiente.

Lo que no tiene hija de la abuelita es el argumento de que la huelga estalló un minuto tarde. Habría que ver, en primer término, con que cronómetro se certificó ese hecho aunque debo suponer que habrá sido un reloj alemán muy caro manejado con rigor por algún notario público. Pero, además, la huelga no es ni la colocación de las banderas ni el abandono del lugar de trabajo sino, simplemente, la suspensión de las labores. Y quiero suponer que habrá labores, en una empresa del tamaño de la Volkswagen, que no se pueden detener salvo con el riesgo de poner en peligro muchas cosas. Y el abandono de una planta de más de doce mil trabajadores se debe tomar mucho más de un minuto, sin olvidar al personal de guardia que seguramente había sido designado por la empresa durante el periodo conciliatorio.

El tema del minuto y el atrevimiento de las autoridades ųy lo digo en plural con toda la mala feų de declarar la inexistencia por ese hermoso motivo, es anécdota que pasará a la historia como una prueba más del vergonzante control de los asuntos laborales que lleva a cabo la autoridad.

La huelga debe ser entendida como una lucha entre dos, y el Estado nada tiene que hacer en ese conflicto, ni siquiera dentro del marco de nuestra muy corporativa legislación laboral que se olvida de que reglamenta una Constitución que en esa materia es generosa y justa. Y declarar la inexistencia, con la rapidez que se hizo y por este motivo tan idiota ųy que me perdonen los idiotasų es la mejor demostración de la falta de respeto por los derechos de los trabajadores y de la sumisión vergonzante de un sistema decadente frente al poder de las multinacionales.

Es claro que ahora la autoridad, la que sea, estará tratando de conciliar intereses y que la empresa, de repente conciliadora, ofrece generosos aumentos salariales (lo de generosos es un decir) a pesar de que, legalmente, se ha perdido el derecho a la revisión del contrato colectivo de trabajo y que por lo mismo, la nueva oportunidad se tendrá que esperar dos años, independientemente de la revisión salarial del año entrante.

No es ajeno a todo lo ocurrido el propio sindicato. El ir a la huelga con una petición de aumento de 35 por ciento es un error increíble. A nadie, con dos dedos de frente, se le puede ocurrir semejante barbaridad. Y si se alega que la empresa ha tenido muchas utilidades, cuiden que se las repartan en mayo del año que entra, pero no confundan las cosas. Y si más allá de las formas, se les pasó cumplir algún requisito estatutario provocando un pretexto insignificante pero utilizable para declarar la inexistencia, también es culpa sindical imperdonable.

Todo esto pone de manifiesto la decadencia de origen (Ƒse podrá decir eso?) de nuestro sistema laboral, corporativo y fascista y cuya reforma ya constituye una auténtica necesidad. Pero los protagonistas del cambio deben ser los propios trabajadores y sus sindicatos democráticos. Los técnicos podemos ayudar y debemos hacerlo y explicar los alcances de las cosas.

Lo que ocurre es que muchos de los sindicatos que se atribuyen independencia, lo único que esperan es ser sindicatos "sustitutos" de los corporativos, para hacer lo mismo que ellos. Y los trabajadores, que se jodan. *