SABADO 26 DE AGOSTO DE 2000
Espectáculo Ƒprivado?
Leonardo Páez * ųšQué desesperante es ser mexicano! ųvociferó el europeísta.
A lo que el hombre del altiplano replicó:
ųEs que confundes la razón con la paciencia.
Pero sí, con todo y la paciencia ųen este caso eufemismo para negligenciaų que caracteriza a la afición taurina, todo indica que por estos rumbos sólo queda de una sopa, porque la de fideos ya se acabó.
Y cómo no se iba a acabar si lo que podemos llamar, con mucha cautela, comunidad taurina del Distrito Federal ha visto pasar la última década ųpor lo menosų dormida en los recuerdos, atascada en la visceralidad y sumida en la cuasi deliberada desinformación o, si se prefiere, a merced de la crítica especializada y sus particulares intereses.
Olvidó que asistir a una plaza de toros es el último eslabón de una dilatada cadena unida, antes que por los dineros, por las neuronas, el pensamiento comprometido, la sensibilidad aguda y el gusto por hacer bien las cosas.
Desde este ángulo, en el que los sirenitos de la crítica jamás se ponen a mirar el mediocre espectáculo que defienden, en la ciudad más poblada del mundo ni empresa, ni ganaderos, ni toreros, ni autoridades ųsi exceptuamos el espectacular calambre de la delegación Benito Juárez al empresario el pasado 13 de agostoų, ni público han atinado a honrar una tradición taurina mexicana con 474 años.
Explicaciones puede haber varias, realidades una: Hace por lo menos dos décadas que aquí no surgen toreroscon imán de taquilla, y hace ya siete años que el voluntarismo del promotor Herrerías no consigue sino importar anualmente dos o tres diestros llenaųplazas que le aseguren sus utilidades, a costa de las de la fiesta y del ahondamiento de una brecha generacional.
Queda como única víctima inocente de este desfile de ineptitudes el toro de lidia, que en su imposibilidad de protestar ante los hombrecitos que dicen criarlo, comprarlo, torearlo y admirarlo, apenas alcanza a lucir ųcuando la tieneų su hermosa lámina y su formidable tauridad ųconducta de toro bravoų, a merced de racionales sin la menor disposición al desafío que entraña dignificar la fiesta dignificando a su protagonista principal: el toro.
Por lo pronto, y prefigurando otra temporada grande como las siete anteriores, colonizada, dependiente, ridícula en términos de recuperación del interés del público por parte de los diestros mexicanos, el inefable empresario de la Plaza México viajó a España a contratar diestros que medio le den atractivo a un serial a base de toreros nacionales anquilosados mal llamados figuras y de una docena de jóvenes que nomás no rompen luego de varios años de alternativa.
Pero con esos criterios taurinos globalifílicos el empresario lo único que logrará es aumentar la dependencia de México con respecto a España, cuyas figuras acusan, gracias a tantas postraciones, una creciente falta de respeto por el toro y por el público que, mitotero y sin ideología, se conforma con pagar, al precio que sea, el arte y el oficio a cuentagotas de julis, ponces y compañía.
Son las consecuencias de creer que la fiesta brava, también, es privada.