SABADO 26 DE AGOSTO DE 2000
* Juan Arturo Brennan *
Doloritas, Arlequín y los Mínimos
Con oferta variada e imaginativa, así como la inevitable polémica, ha transcurrido en las instalaciones del Centro Cultural Helénico la tercera versión del Festival Internacional Música y Escena, concebido y dirigido por la compositora Ana Lara. En una de sus primeras sesiones se realizó el estreno en México de la versión escénica de Doloritas, fragmento operístico de Julio Estrada basado en el Pedro Páramo de Juan Rulfo. Esta obra seminal de la literatura moderna mexicana ha sido a lo largo de los años una especie de Némesis, Moby Dick y Santo Grial para creadores de diversa vocación; dramaturgos, coreógrafos, cineastas y compositores fascinados por el universo rulfiano se han dado a la tarea de glosar, cada cual con sus propias herramientas, la elusiva voz de Rulfo, con resultados no siempre exitosos.
Lo que propone Estrada es, en principio, una ópera radiofónica que bajo determinadas circunstancias puede ser puesta en escena. El compositor ha construido laboriosamente y con gran cuidado a los detalles una pista sonora con voces y efectos de sonido, a la que se añaden, en vivo, un contrabajista (Stefano Scodanibbio), una voz femenina (Fátima Miranda) y un ruidista (Llorenç Barber). Con la interacción entre los ejecutantes y la cinta grabada, aunada a los efectos sonoros en vivo y la distribución espacial del sonido, Estrada ha logrado una aproximación rigurosa e imaginativa, llena de tensión, al peculiar pensamiento de Rulfo, a su lenguaje y, de manera notable, a una serie de componentes expresivas que no están explícitas en el texto de Pedro Páramo.
La audición de Doloritas (fragmento que habrá de ser completado con Susana San Juan) es una experiencia sonora rica y compleja que puede leerse y analizarse en varios niveles, y en la que se nota la evidente profundización que Estrada ha hecho en la obra de Rulfo. La parquedad del elemento escénico y visual hace pensar, sin embargo, que pudiera resultar más enriquecedora la audición de Doloritas en el ámbito radiofónico para el que originalmente fue creada.
Un par de días después, la notable clarinetista holandesa Barre Bouman realizó una rica y compleja versión del Arlequín de Karlheinz Stockhausen, asumiendo con elegancia y energía singulares las tareas de ejecución, mímica, actuación y danza propuestas por el compositor alemán. Si algún peligro acecha a los intérpretes del Arlequín es la posibilidad de que la ejecución resulte dispersa y fragmentada, debido a la multiplicidad de momentos sonoros y visuales contenidos en la partitura.
Uno de los méritos principales de Barre Bouman fue, precisamente, lograr una versión fluida y unitaria de la obra, caracterizada por una técnica instrumental de alto calibre que permitió, por una parte, descubrir un lirismo atípico en la música de Stockhausen, y por la otra, admirar la amplitud de su registro, la ductilidad en la digitación, la pureza de su sonido y el control de la respiración circular. Con su combinación de atractiva presencia escénica y sabia musicalidad, Barre Bouman construyó un polifacético y entrañable Arlequín.
El Teatro Mínimo de Italia, bajo la dirección de Amy Luckenbach, ofreció una notable sesión de música y títeres basada en dos obras del poeta Edoardo Sanguineti. La primera de ellas, una conmovedora (y por momentos desgarradora) visualización del poema Novissimum testamentum, un inquietante desnudarse el alma leído por el propio poeta y reflejado en escena por su alter ego, un títere de notable parecido con el escritor. En las líneas finales del poema, la simbiosis poeta-títere alcanza un pathos evocativo de gran profundidad.
La segunda obra presentada por el Teatro Mínimo fue A-Ronne, en la que el texto de Sanguineti es desdoblado, desconstruido, fragmentado, multiplicado y transformado de maneras múltiples por Luciano Berio. En esta obra, típica del catálogo del compositor italiano, se aprecia con especial claridad la preocupación de Berio por extraer del texto toda su carga fonética, acústica, semiótica, lingüística, política, erótica e ideológica. Mérito singular de los títeres del Teatro Mínimo fue el haber hecho resaltar, de manera simultánea o consecutiva, todos esos niveles de lectura, a través de una componente visual y una dinámica escénica en las que la poética y la crudeza se mezclan a partes iguales. Dadas las circunstancias, no puede quedar sin mención el hecho de que Barre Bouman interpretó el Arlequín con un hombro desnudo, y que los títeres del Teatro Mínimo se paseaban por el escenario con sus genitales y otras cosas de fuera, practicando toda clase de actos de autoerotismo y fornicación. ƑDónde estaban los probos legisladores cristeros, los impolutos ideólogos guanajuatenses, los inefables voceros episcopales y los obesos e inmaculados cardenales para impedir y censurar semejantes desacatos? ƑA dónde vamos a ir a parar sin su vigilancia estricta y sin su guía espiritual? šHorror al crimen impune!