SABADO 26 DE AGOSTO DE 2000
* Golpe a tecnócratas
En gestación, un nuevo poder: la meta, el Estado empresarial
Carlos Fazio /I * Vicente Fox no estará solo en el poder. Forma parte de un grupo de banqueros y empresarios que decidieron asumir de manera directa las riendas del Estado. Su candidatura fue impulsada y financiada por grupos conservadores oligárquicos, y su victoria en las urnas ha desencadenado una ruptura con continuidad, que derivará en una recomposición de las fracciones que integran la elite dominante.
Su llegada al poder coincide con la consolidación de un proceso de concentración y oligopolización económica y centralización política en la toma de decisiones, y expresa que las formas anteriores de representación clientelar y corporativa fueron desplazadas por formas de representación directa que se habían venido manifestando de manera larvada. Asistimos al comienzo de un proceso de regresión neoligárquica, en el sentido de que los grupos propietarios ejercerán directamente la dominación ųaunque lo hagan por medio del Estadoų, remplazando a una parte de la alta burocracia gubernamental y eliminando a la antigua mediación conciliatoria representada por la ''clase política'' priísta.
Se dice que con Fox ya estamos en la democracia. Pero los que mandan poseen una visión del mundo que poco tiene que ver con las formas democráticas; la verticalidad de las corporaciones se asimila más con los usos totalitarios. Por otra parte, bajo la hegemonía estadunidense del libre mercado, la democracia bárbara latinoamericana ha sido desde un comienzo un asunto de el ites. México no es una excepción. Tampoco Estados Unidos. Siempre ha sido así. Hace casi medio siglo, C. Wright Mills estudió la estructura del poder en la sociedad norteamericana, y definió que los miembros de la elite se conocen entre sí, y al tomar decisiones ''se tienen en cuenta unos a otros''. Harold Lasswell complementó la fórmula elitista de la política preguntando ''quién obtiene qué, cómo y cuándo''. La historia está llena de respuestas a esa pregunta.
Hoy, cuando globalización significa concentración (del capital), la política se ha privatizado. En México, la privatización de la política no es nueva. Se fue haciendo más visible a partir de 1987, cuando el prominente capitán de la ''banca paralela'' y líder del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), Agustín Legorreta, y los 300 propietarios del país, ''pactaron'' con el presidente Miguel de la Madrid la imposición a todos los mexicanos de una serie de políticas económicas en defensa de sus intereses corporativos y de clase. Se acentuaba así el ciclo perverso y nefasto de 'privatizar las ganancias y socializar los costos', iniciado según algunos especialistas por José López Portillo con la ''nacionalización'' de la banca, como se conoce el acto de prestidigitación mediante el cual el Estado mexicano ''rescató'' a los bancos quebrados para devolvérselos después ''saneados'' a una nueva oligarquía financiera.
Crisis de hegemonía
Para otros, como Roger Bartra, la expropiación de los banqueros fue la manifestación de ''una crisis de hegemonía''; la coincidencia de la erosión del sistema financiero con el desgaste del sistema político en un momento de transición. A partir de allí, ''una cúpula de cúpulas'' agrupada en el CCE, junto con el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios ųque reúne a los 37 supergrandesų asumieron la representación política del empresariado, en remplazo de la vieja alianza que operó hasta la nacionalización de la banca en 1982. Hasta entonces, ambas corporaciones de la derecha reaccionaria habían asumido una estatolatría vergonzante y no confesa del poder de la Iglesia y los empresarios, y sacrificado la autonomía de sus intereses clasistas e institucionales a su inserción negociada y relativamente pasiva en el sistema político, al que daban legitimidad.
Roto el bloque político hegemónico, fracciones representativas de los banqueros y del capital monopólico se sintieron ''traicionadas'' y redefinieron su estrategia. Se inició así un lento proceso de reacomodo, no exento de contradicciones, encarnado por la pugna entre dos corrientes agrupadas en el PAN, que enfrentó a los seguidores de Manuel Gómez Morín y Efraín González Morfín, que recogieron las antiguas tradiciones católicas conservadoras para adaptarlas al pensamiento de la Iglesia posconciliar, con la corriente liberal reaccionaria encabezada por José Angel Conchello y Pablo Emilio Madero. El conflicto asumió la forma de ''abstencionistas'' versus ''electoralistas''.
A su vez, el a veces tortuoso amasiato entre fracciones del gran capital y los gobiernos del partido de Estado se volvió más ''transparente'' a partir de 1988, el año del ''gran acuerdo'' del salinismo con los dueños de la industria, la agroindustria, el comercio, el servicio y el dinero. La crisis económica había provocado una acelerada rearticulación de los amos de México, y junto con la creación de emporios empresariales se dio una gran concentración de riqueza en un puñado de oligarcas.
Fue entonces, también, cuando comenzaron a salir a luz los turbios enjuagues subterráneos y la tupida red de complicidades ųmuchas veces de tipo delincuencialų existentes en el seno del ''capitalismo de cuates'' practicado desde los tiempos de Miguel de la Madrid. Parte de la elite del poder, por ser hijo de un ex secretario de Estado que en su momento aspiró a la Presidencia de la República, el candidato Carlos Salinas edificó su mandato con base en el amiguismo. Así, el 14 de marzo de 1988, menos de cuatro meses antes de la elección presidencial, Carlos Hank González, el Rey Midas de la política, reunió en su casona de Lomas Virreyes al entonces candidato priísta Carlos Salinas con algunos de los hombres más ricos del país: Emilio Azcárraga, Carlos Abedrop, Miguel Alemán, Carlos Slim, Juan Sánchez Navarro, José Madariaga, Carlos Hank Rhon, Roberto Hernández, Enrique Hernández Pons, Jerónimo Arango, Agustín Legorreta y Claudio X. González.
Para corresponder a la generosidad de sus patrocinadores, durante su sexenio Salinas les ayudó a multiplicar sus capitales. Desde Los Pinos, él decidió quién ganaba y quién perdía. Así, procreó a 24 multimillonarios, que juntos podían pagar más de la tercera parte de la deuda externa de México. En forma paralela se fue gestando una recomposición de la elite, impulsada desde arriba por el nuevo Estado interventor y fue muy significativo que de los 30 empresarios que concentraron la compra de entidades públicas, menos de una docena sobresalieran por el número y la cuantía de sus operaciones: Pablo e Israel Brener, Carlos Abedrop, Carlos Slim, Iker y Eneko Belausteguigoitía, Enrique Rojas, José Serrano, Jorge Larrea, Enrique Molina, Bernardo Garza Sada, Adrián Sada, Antonio del Valle y Antonio Madero Bracho.
Para entonces, el proceso de negociación neocorporativo entre los empresarios y el gobierno, fincado en compromisos e intereses mutuos, se había vuelto costumbre. En marzo de 1993, tuvo lugar un banquete en la casa de Antonio Ortiz Mena, el padre del ''desarrollo estabilizador'', 18 años secretario de Hacienda, ex presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y de Banamex. A la cena asistieron 29 magnates y el presidente de la República, Carlos Salinas. La lista incluyó a Jorge Martínez Güitrón, Raymundo Flores, Villa Corona, Alonso de Garay, Angel Lozada, José Madariaga, Carlos Hank Rhon, Claudio X. González, Carlos Slim, Eloy Vallina, Aurelio López Rocha, Carlos Abedrop, Jerónimo Arango, Emilio Azcárraga, Alberto Bailleres, Antonio del Valle, Manuel Espinosa Yglesias, Bernardo Garza Sada, Diego Gutiérrez Cortina, Jorge Larrea, Gilberto Borja, Roberto Hernández, Adrián Sada, Lorenzo Zambrano.
A ellos se unieron el presidente del PRI, Genaro Borrego Estrada, y el secretario de Finanzas del partido, Miguel Alemán Velasco. Lo más graneado de la elite del poder ųincluidos varios multimillonarios de la revista Forbesų, con sus monopolios, oligopolios, bancos, casas de bolsa y enclaves familiares: Grupo Carso (Telmex, Sanborn's, Loreto y Peña Pobre), Televisa, Cemex, Banamex, Bancomer, Grupo Sidek, Peñoles, Desk, Vitro, Visa, Alfa, Kimberly Clark, ICA, Dina, Cydsa, Femsa, Grupo Chihuahua, Grupo Cifra (Aurrerá, Suburbia, Vips, El Portón), Pepsi, Grupo Gigante, Banco Internacional, Inbursa, TMM, Aeroméxico, Mexicana de Aviación...
El anfitrión propuso crear un fideicomiso para financiar al PRI y a sugerencia de Emilio Azcárraga pidió a cada uno de los asistentes una ''inversión'' inicial de 25 millones de dólares. En total se pensaba ''recaudar'' 750 millones de dólares. El gobierno le pasaba la factura a los beneficiarios de la venta de bancos y paraestatales ųlas famosas privatizaciones salinistasų, para promulgar la ''independencia'' del PRI del Estado. La proliferación de las ''células empresariales'' del tricolor, ideadas por Ernesto Zedillo como coordinador de la campaña de Luis Donaldo Colosio, fue un simple botón de muestra que exhibía la funcionalidad de la relación entre los hombres del dinero con los del poder político.
Dos meses antes de los comicios de 1994, como candidato sustituto, Zedillo se reunió con los grandes empresarios de Nuevo León en la casa de Lorenzo Zambrano (Cemex). Allí estuvieron Eugenio Clariond (Imsa), Bernardo Garza (Alfa), Julio C. Villarreal (Grupo Villacero), Alfonso Romo (Pulsar), Roberto González Barrera (Maseca), Eugenio Garza Lagüera (Vitro), Jorge Lankenau (Grupo Abaco-Confía), Adrián Sada (Banca Serfin), Gregorio Ramírez (Grupo Industrial Ramírez), Humberto Lobo (Protexa) y Alberto Santos (Grupo Desarrollo Inmobiliario). Un mes antes de la elección los empresarios entregaron a Zedillo un cheque por 21.8 millones de dólares.
El candidato del Partido Revolucionario Institucional todavía se dio tiempo para reunirse furtivamente con varios de los supermillonarios de Forbes y un par de nuevos ricos del salinismo, entre ellos Roberto Hernández (Banamex), Ricardo Salinas Pliego (Televisión Azteca), Gilberto Borja Navarrete (ICA), Carlos Cabal Peniche (Grupo Unión) y Carlos Peralta (IUSA).