VIERNES 25 DE AGOSTO DE 2000

Mural sinfónico

Pablo Espinosa Ť Las hormigas de Dalí serpentean el brazo de guitarra, que por efectos de la epistemología convertida en rock, es de pronto y simultáneamente el violín de Paganini, el clavicordio de Scarlatti, el laúd de Monteverdi, la varita mágica de Merlín, el cuello del cáliz del Santo Grial, una sirena que recuperó ambas piernas, una fuente de placeres innombrable. Luego de tres horas de orgasmos metafóricos, uno queda dulcemente estúpido, el corazón en flamas, los tímpanos calientes, la convicción de que aún nos faltan dedos en las manos para ennumerar los conciertos de rock verdaderamente históricos que hemos disfrutado en México en fechas relativamente cortas: Pink Floyd, The Rolling Stones, King Crimson, Robert Plant & Jimmy Page, Bob Dylan, (espacio para que el lector apunte sus propuestas), y Joe Satriani.

Brujo, hechichero, mago, duende, alushe, alquímico maldito bendecido por Fausto que, enamorado de Margarita, se cortó una oreja, gritó y su gesto fue capturado en óleo por su nueva rencarnación: Edvard Munch y ese grito sale de una garganta finisecular que, mito del eterno retorno, se ha convertido nuevamente en guitarra.

ƑCómo es posible que un guitarrista haga música durante tres horas seguidas y nunca se repita? Aquí es donde Epicuro, Perogrullo y Demóstenes, en conturbenio con Heidegger, llegan a un acuerdo de respuesta: sencillo, muchacho, porque el señor Satriani posee ese grado máximo de la triada arte-ciencia-artesanado que se llama estilo.

Qué otra cosa sino estilo significa hilvanar secuencias en coherencia, unidad y fluido tales que el resultado, en tres horas de concierto, es la sensación de haber escuchado un mural sinfónico, de haber visto una sinfonía pintada, de estar poseídos por el mismísimo espíritu creador, que nació durante 180 minutos y a cada instante de la guitarra del señor Satriani. Veni, veni creator spiritus, parecía cantar, en un sucedáneo hipertecnologizado del gregoriano, la guitarra.

ƑCómo es posible que un guitarrista sea, al mismo tiempo, apolíneo y dionisiaco? Aquí es donde Eric Clapton -es decir, Dios-, Jeff Beck y Robert Fripp llegan a un acuerdo tácito: las nuevas generaciones, hijo mío, así como a cada santito le llega su capilla, avanzan que es una barbaridad, como la ciencia.

Si Pentesilea fue derrotada por Aquiles es porque una lluvia de flechas apuntaron a sus pechos que, vírgenes, no alcanzaron a amamantar a sus infantes, observa el ciego Homero, entonces qué podrían temer diez mil mortales techados por una tormenta de solfas calcinadas que se ciernen sobre sus cabezas como las flamas del Pentecostés, cavila Robert Johnson -ese músico de blues que, dicen, entregó al demonio su alma en una encrucijada a cambio de ser un genio de la guitarra- escondido tras bambalinas, entre las piernas del escenario del Auditorio Nacional.