VIERNES 25 DE AGOSTO DE 2000

Ť Interpretó 27 temas en tres horas; de Time a Going down


Entrega absoluta de Joe Satriani en su concierto

Ť Al músico neoyorquino del rock instrumental le quedó chica la guitarra

satriani Arturo Cruz Bárcenas Ť Joe Satriani dio un concierto de una sola pieza. No reservó lo mejor de sí para el final. De Time a Going down -27 rolas, tres horas en total-, el guitarrista neoyorquino llegó al límite en cada tema. Le faltaba instrumento, parecía. Por momentos, la mano izquierda se unía a la derecha; desde y hasta ahí requinteaba. A veces salían aullidos; a veces los arpegios tranquilizaban a los anhelantes de estruendo, esa manía a la que acostumbró Beethoven ("Al compás de...", Beatles dixit).

En el Auditorio Nacional, la noche del miércoles, hubo un intermedio de 15 minutos, quizá para remojar afuera la garganta. Pero el concierto de Joe fue una continua demostración de virtuosismo, resultado de un trabajo diario, persistente, con el necio objetivo de arrancarle a la lira gritos o lamentos. Hay miles de guitarristas; pocos logran un estilo, menos trascienden. En el anal de los guitarristas de rock, junto a Beck, Hendrix, Clapton, Blackmore y Knopfler, está Satriani.

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''ƑCómo pueden tres músicos hacer tanto ruido y meter a tanta gente en el Auditorio?''. En la salida de la estación del Metro los revendedores hacían su agosto. Cuando desde los andenes quieren captar incautos es que el concierto va a estar bueno. "šYaaa! šCómo que a 500! šEs casi el doble!". ''Le gano poco y es mucho el riesgo'', responde el tunante. ''Ya ves, vieja, por no comprarlos antes. Pero para que venga otra vez el Satriani... Ni modo... me da dos". ''Entra tú si quieres. Yo aquí te espero''. Ese es amor del bueno.

La desesperación cunde entre el público. ''De una buena vez voy a comprar mi camiseta, sino luego la venden más cara''. ''Yo quiero una taza con el allien que se parece a Satriani''. ''Adentro las chelas están re caras; ya me empujé unos alipuses para estar a tono con el Satrián''.

20:40 horas. Chiflidos y mentadas para arriba. Ya que comience. Ya estoy chido. Vas a ver, este güey sí le tupe. Llegaron los compadres. Pero si son bien fresones; se la pasan escuchando a Luismi.

Ahí está el odioso ese, que ni habla. Se siente la crema y caca. Y aquél, Ƒqué onda? ƑNo que puro jazz? ƑNo que bien finolis? ƑY toda esa bola? šAh, los invitados especiales!

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20:45. Como diría Hendrix: šhey, Joe... Satriani! Acabó el güiri-güiri. Se acabó la carne asada. El genio neoyorquino de la creación del rock instrumental, Satriani, se suelta, para abrir boca, con Time. Siguió Devil's slide, que lastimó los tímpanos, pero Crush of love fue una muestra del equilibrio de las notas musicales por encima de olas bravas. Con lentes que le daban apariencia de mosca, Joe llevaba la melodía a un continuo permanente. Ante el maestro, reverencias. Hasta los impávidos no pudieron seguir como estatuas de palo y movían la cabeza; algunos llevaban el ritmo con los pies; otros con los ojos y las cejas.

Satch boogie abrazó al auditorio en pleno e hizo comprender que no hay límites para la imaginación, alimentada por el talento, ese toque de Dios. Allá por 1980, Black Oak Arkansas tocaba una rola, Cuando la electricidad llegó a Arkansas, potente rock pesado que gustaba a los más heavy. La noche del miércoles, la velocidad llegó al Distrito Federal. šHey, Joe... Satriani!

''šPero si parece que tiene 20 dedos!''. ''Es el pulpo Satriani''. Ese mar de olas bravas siguió con Borg sex.

Con copete de hueso, Satriani llegó a la capital azteca; ésta como uno más de los puntos de la gira Engines of creation, acompañado de Stu Hamm (bajo) y Jeff Campitelli (batería). Estos dos maestros están a tono con el maestro de la luz eléctrica.

Satriani cambió varias veces de guitarra, todas de su línea propia, Ibáñez. Como pocas veces, el Auditorio Nacional se llenó de un personal femenino agraciado por los dioses. Luengas cabelleras, cuerpos introducidos a chaleco en Pepe Jeans y unas boquitas que camarita de retratar. Si algo más le tenemos que agradecer a Satriani es su imán para haber hecho despertar a esa bola de greñudos que parecían desaparecidos, a esos roqueros de viejo cuño que huyen espantados de los conciertos de Luismi. Son los críticos por antonomasia, los eternos inconformes.

Satriani hizo que Lázaro se levantara. El rock no está muerto. šHey, Joe! Y Ceremony provocó en un chavo un grito desgarrador. Alzó los brazos, agradecido por ese rock+blues+jazz+todo de cinco estrellas. Fueron 27 rolas. Un preámbulo, después de Love thing, fue el solo de bajo de Hamm, con un champurrado de Los Beatles a Caifanes. Hamm demostró que el bajo puede ser una orquesta. Cuando tocó La negra Tomasa unos rucanroleros aplaudieron la atención, el detallazo con el público.

Surfing with the allien, compuesta en 1987 (el disco es considerado el mejor álbum de rock instrumental de todos los tiempos), fue el encanto. "La tecnología posibilita crear nuevos estilos musicales, pero lo importante es que algunos permanecen", ha dicho el guitarrista.

Hacia las 23:30 los espectadores se van, abandonan el Auditorio Nacional. Volverán cuando regrese el rock, la velocidad y la luz.