VIERNES 25 DE AGOSTO DE 2000

Ť Nietzsche: la profecía de la memoria Ť

Ť José María Pérez Gay Ť

A principios del siglo XXI, Federico Nietzsche es todavía un filósofo tan inquietante y enigmático como a principios del siglo XX. Sus lectores se hacen hoy la misma pregunta que se hicieron hace cien años: ƑEs un gran filósofo o un poeta malogrado? Si lo comparamos con Aristóteles y Hegel es un diletante colérico. Si lo comparamos con Goethe y Hölderlin las parábolas de Así habló Zarathustra son los disfraces retóricos de un discurso filosófico.

Me parece que Nietzsche es ante todo, y sobre todo, un escritor dedicado a la filosofía, así como Sören Kierkegaard, el filósofo danés, era un escritor dedicado a la religión. El maestro de Nietzsche no fue Hegel sino Schopenhauer. Más allá de las diferencias académicas, Nietzsche fue un amante de la sabiduría, que buscaba la eternidad, quiero decir: deseaba superar no sólo su tiempo, sino el tiempo mismo.

Nietzsche estaba muy consciente de ser el primer filósofo de esa época; en mayo de 1884 escribe desde Venecia: "Mi obra tiene tiempo --no quiero confundirme con las tareas del presente. Acaso dentro de cincuenta años o cien años existan individuos que abran los ojos y se den cuenta de lo que hice. Ahora me parece no sólo difícil, sino imposible hablar de mí públicamente, sin quedarse muy por detrás de la verdad". Nietzsche sabía del destino de las publicaciones que no eran para todos, cuando le dio a su testamento, Así habló Zarathustra, el subtítulo "Un libro para todos y para ninguno": para todos los que podían leer, y para ninguno que no pudiera compartir los supuestos y las experiencias del autor: leer entre líneas e interpretar sus textos.

Nuestra imagen de Nietzsche ha cambiado en los últimos cien años. Comenzó con el reconocimiento del moralista y el psicólogo; floreció con el entusiasmo por su libro Así habló Zarathustra; se transformó después con el nacional socialismo, que aclamó la voluntad de poder y convirtió a Nietzsche en un ideólogo del superhombre germano, uno de los grandes malentendidos de esta historia y, por último, culminó con la obra de Heidegger sobre Nietzsche como el filósofo que consuma la metafísica occidental.

Giorgio Colli y Mazzino Montinari, dos profesores italianos, comenzaron a publicar, el año de 1967, la primera edición crítica de las obras de Federico Nietzsche. De los quince volúmenes de su edición, ocho de ellos corresponden a los fragmentos de 1869 al 1889: 5 mil páginas aproximadamente. Colli y Montinari trabajaron doce años en los archivos de la ciudad de Weimar, revisaron los originales y restablecieron, página por página, los manuscritos; corrigieron las interpolaciones de los textos, las falsificaciones de Elizabeth Förster-Nietzsche, la hermana del filósofo. A partir de entonces el libro La voluntad de poder, un espejismo y una leyenda, se convirtió en una serie de fragmentos, en una especie de bitácora del pensamiento experimental y de la trayectoria de Nietzsche.

No hemos tenido suerte con los clásicos alemanes contemporáneos en español. Nos hace falta una buena traducción de la obra de Nietzsche, como nos hace falta una buena traducción de Sigmund Freud o de Franz Kafka. Las miles de ediciones piratas de Nietzsche repitieron los mismos errores de la primera traducción (1935) de Emilio Ovejero Mauri. Por desgracia, Alianza Editorial suspendió la publicación de las obras de Nietzsche, en la espléndida traducción de Andrés Sánchez Pascual, que seguía los descubrimientos y las aportaciones de Colli y Montinari.

Nietzsche no sólo fue el primero en llamar nihilismo a esa certidumbre de estar a la intemperie después de la muerte de Dios, sino también el primero en ejercer su crítica con una maestría psicológica incomparable. Nadie como él siguió la trayectoria del nihilismo en la moral y la política, en la filosofía y la religión, en la literatura y la música de la modernidad. El resultado de sus quince años de reflexión fueron El crepúsculo de los ídolos y El anticristo, y una gran cantidad de notas, apuntes, ensayos y aforismos. Aquí Nietzsche vuelve a la intuición anunciada en Zarathustra: el eterno retorno es la verdadera superación del nihilismo.

Después de haber sanado de la muerte, Zarathustra anuncia esta nueva eternidad: "Todo avanza, todo retrocede; eterna gira la rueda del Ser. Todo muere, todo florece de nuevo; eterno fluye el año del Ser. Todo se quiebra, todo se reúne; la casa del Ser se construye eternamente. Todo se despide, todo se encuentra y saluda de nuevo; el anillo del Ser es eternamente fiel. En cada fracción de segundo comienza el Ser, en cada aquí gira la rueda hacia allá. El centro está en todas partes. El camino de la eternidad es sinuoso". Este es el corazón de la filosofía de Nietzsche: la idea de la eternidad cobra un lugar predominante, el himno a la gloria debió cerrar el libro Ecce homo.

šEscudo de la necesidad!

šLa más alta estrella del Ser

--que no alcanza ningún deseo,

que no mancha ningún No,

eterno Sí del Ser,

te afirmo eternamente,

porque te amo!, šOh eternidad!

El "Ego" de Nietzsche se transforma en un destino universal cuando el Tú debes de la moral cristiana y el yo quiero de la libertad naciente, los ejes del discurso filosófico moderno, se convierten en la necesidad de la naturaleza siempre idéntica a sí misma. Nietzsche destruyó y venció la tentación del suicidio --ese privilegio del hombre frente a los dioses y los animales-- con la eterna afirmación del Ser. La voluntad, libre ya del tú debes y del Yo quiero, se redime de sí misma. Sin embargo, la teoría del eterno retorno nos revela que Nietzsche nunca escapó del cristianismo, pues esta teoría no es sino un sucedáneo de la religión, y no menos que la paradoja cristiana de Kierkegaard, ofrece una salida a la angustia. Nietzsche hizo de esta idea un principio del arte de la vida: debes vivir el instante de tal modo que éste pueda regresar sin horror.

No existe ningún otro filósofo --salvo quizá Montaigne-- que haya pronunciado tantas veces la palabra "Yo". Vale decir: Nietzsche sabía que era Nietzsche. Se sentía un ejemplo y un experimento. Nietzsche vivió y pensó hasta el fin la transformación del tú debes en el yo quiero moderno, pero no dio el salto del yo quiero al difícil juego de Heráclito, el devenir entre la inocencia y el olvido: el nuevo comienzo y la rueda que gira en sí misma. Nietzsche, refractario al autoengaño, abandonó la esperanza de cualquier redención, la certidumbre de vivir bajo la protección eterna de la providencia, en este sentido es con Baudelaire el más moderno de los modernos. Por paradójico que suene, su esfuerzo por unir el destino humano con el Fatum cósmico, por regresar al hombre a la naturaleza sólo dio resultado cuando ya no era hombre, ni mucho menos un superhombre sino un ser que vegetaba en un manicomio, despertando la lástima de los demás.

En sus primeros ensayos, Nietzsche definió al filósofo como "el médico de la cultura" y, años más tarde, como un embajador o un redentor. Nietzsche imaginó ser el último joven de Dionisio, el dios del vino y del éxtasis, pero en realidad era uno de los apóstatas más radicales del siglo XIX, el más piadoso de los ateos. La muerte de Dios se vuelve un lugar común de su filosofía, pero sus implicaciones saltan a la vista. Los hombres, pensaba Nietzsche, están todavía muy lejos de aceptar la noticia de esa muerte: "Las grandes nuevas necesitan mucho tiempo para ser comprendidas, mientras que las pequeñas novedades del día tienen una voz fuerte y las entiende todo el mundo. šDios ha muerto! šY hemos sido nosotros quienes le hemos asesinado! Los hombres tendrán la oportunidad de conocer la sensación que produce el haber asesinado al ser más poderoso y santo del universo, šse trata de una sensación increíblemente abrumadora y nueva! ƑCómo se consolará el asesino de todos los asesinos?"

Nietzsche invoca las consecuencias de la muerte de Dios que nosotros, los hijos del siglo XX y de sus horrores, hemos llegado a comprender. Nietzsche escribe: "Quién sería capaz de adivinar las enormes dimensiones de la destrucción, del ocaso y las revoluciones que nos esperan en el próximo siglo, para contradecir al maestro de esta enorme lógica del terror, al profeta de un sol negro sin precedente en la tierra?" En efecto, si pensamos en Auschwitz o en Hiroshima, Nietzsche tuvo razón.

Nietzsche definió a la modernidad como la época de los experimentos, no sólo en el sentido de los experimentos científicos, sino en uno más vasto y profundo. En Más allá del bien y el mal escribió: "Un nuevo género de filósofos comienza a nacer. Me atrevo a bautizarlos con un nombre peligroso. Los filósofos del futuro tienen el derecho, acaso también la injusticia, de llamarse experimentadores. Este mismo nombre no es sino un ensayo y, si se quiere, una tentación".

El filósofo del futuro es, para Nietzsche, el médico de la cultura, el intérprete y crítico del mundo: el que conoce la profecía de la memoria, el que para crear recuerda y se opone al veneno lento del olvido. Nietzsche se dio cuenta de que era peligrosísimo dejarle a los políticos el mundo de la cultura y de la vida, porque ellos eran los "profesionales del engaño", los que se ganaban la vida manipulando nuestras pasiones. Por el contrario, el pensamiento experimental no deseaba persuadir sino inspirar; inspirar otro pensamiento, poner en marcha las ideas. Las convicciones son enemigos de la vida, las convicciones son más peligrosas que las mismas mentiras.

A principios del siglo XXI, Ƒqué nos queda de Nietzsche? Acaso la más permanente de sus lecciones sea ese aforismo de sus notas póstumas, que Nietzsche escribió unos meses antes de hundirse en la locura: "Hay que redimir a los hombres de la venganza. Nadie tiene derecho a vengar en los demás lo que sus padres o sus abuelos hicieron con él". Nietzsche sabía que nuestra sed de venganza es la de una cadena infinita de seres humillados y ofendidos que buscan humillar y ofender a los demás y librarse de las humillaciones y las ofensas anteriores con otras todavía más atroces.