JUEVES 24 DE AGOSTO DE 2000

 


* Olga Harmony *

El armario

La leyenda negra de nuestro teatro de que mafias sórdidas y egoístas impiden que se escenifiquen las obras de jóvenes autores desconocidos se deshace poco a poco y en mucho se debe a lo que Otto Minera ųese funcionario fuera de serie- acoge en La Gruta, el pequeño y codiciadísimo espacio del Centro Cultural Helénico, que se va convirtiendo en una especie de vivero que nos permite conocer a muchos y talentosos nuevos teatristas que un día a la semana alternan sus propuestas con otros de mayor trayectoria. (Y ojalá que pase lo que pase con el nuevo gobierno y sus instancias culturales, no se interrumpa la generosa labor que realiza Minera). Y si bien no todas las escenificaciones resultan parejamente logradas, la oportunidad que se brinda a los jóvenes de darse a conocer por público, crítica y gente del medio es en sí misma preciosa.

A la generosidad de Otto Minera se suma la de Germán Castillo que hace poco se entusiasmó y dirigió el texto de un alumno suyo en la Facultad de Filosofía y Letras, Edgar Chías, cuyo texto ƑUltimo round? Se mantiene en cartelera en este mismo espacio. Ahora es Carmina Narro, la dramaturga y directora ųmás cercana en generación a su discípulo que el maestro Castilloų la que, con igual generosidad, dirige la primera obra de Alejandro Cabáñez escrita en su taller de Dramaturgia en la Sogem. Sin duda es Carmina quien subtituló la obra de su alumno como Mexican beauty en irónico homenaje a la exitosa película hollywoodense American beauty, porque ambas se refieren a la disolución de la familia tradicional en sus respectivas sociedades. El título original es una muy clara metáfora de ese armario en el que muchas familias parecen guardar sus secretos, "sus muertos en el armario", que aquí se ilustran físicamente.

La odiosa familia de clase media mexicana de hace cincuenta años (cuya imagen cinematográfica, no tan ficticia, era una mesa de comedor, en la que se sentaban los obedientes hijos, con un amo dominante, que era el padre, en una cabecera y una abnegada y sufrida mujer, la madre, en la otra) ha sido cuestionada por muchos dramaturgos de la segunda mitad del siglo en diferentes tonos, desde la hiriente y explícita crítica de un Jorge Ibargüengoitia o un Emilio Carballido, hasta la dolorosa imagen que proporcionó Jesús González Dávila, por citar algunos. Las luchas generacionales y los cambios originados en los años 60 y 70, dejaron esta problemática de lado, a excepción de las fábulas negras de Hugo Argüelles, en que este autor siempre ha intentado dotar de explicaciones psicológicas la acción de sus caracteres. Los jóvenes parecen más inclinados a tratar otros temas, como la problemática de la pareja o la inanidad ideológica en que se mueven.

Ahora, con esta farsa desatada, un autor muy joven vuelve a poner el ámbito familiar en escena. Tiene razón Juan José Gurrola cuando piensa en Alfred Jarry en referencia a este texto, porque de alguna manera parece una ensoñación vengativa adolescente llevada a sus límites, al no dejar títere con cabeza. Y junto al juvenil desenfado, se ofrece una gran capacidad para el diálogo en que los personajes, por muy unidimensionales y fársicos que sean, se retratan enteramente a través de sus palabras y de sus actos absurdos, en que no falta algún ingrediente ųel amor imposible de José por Silvia, o el hijo adoptivo- del melodrama familiar clásico.

Carmina Narro, que siempre me ha parecido mucho mejor dramaturga que directora, en esta ocasión lleva a cabo un trabajo de dirección muy redondo que añade virtudes a las del texto y logra destacar los muy buenos gags del mismo. En una escenografía no muy lograda de Flavia Hevia, que al principio no se entiende como la habitación de José, el trazo de la directora es siempre muy eficaz, sobre todo en las chispeantes y difíciles escenas de violencia, subrayadas por la música en vivo de Jorge Sosa. Hay que señalar la presencia en el reparto de teatristas jóvenes más conocidos en otras parcelas del quehacer teatral, como el director Rodrigo Johnson, en un papel que en una de esas farsitas del cine inglés hubiera interpretado Alec Guiness; el ya muy reconocido dramaturgo Humberto Leyva, como José, y la diseñadora Adriana Olivera, como la sirvienta, quien con su conocido apodo de La Pajarita se responsabiliza por el vestuario. Junto a ellos, e igualmente graciosos, los actores Enrique Arreola, Genoveva Alvarez y Erika Settner, la belleza mexicana vestida de escolapia en homenaje a la película.