Indonesia, que no tiene nada de árabe, es el más grande Estado islámico del mundo; la presencia musulmán en el sureste asiático es casi tan vieja como el Islam mismo, milenaria y masiva. La tragedia que viven hoy las islas Molucas tradicionalmente cristianas y ahora islamizadas a sangre y fuego, la guerra inter- minable que opone los musulmanes separatistas de la gran isla de Mindanao a los filipinos católicos, ¿muestran la existencia de un Islam agresivo, muy diferente de un Islam tradicional mucho más tolerante y del cual el presidente indonesio, Abdurrahman Wahid, es un hermoso representante?
El secuestro de turistas inocentes muy alejados de Mindanao y el recrudecimiento de los combates en la isla coinciden con las matanzas y las expulsiones de cristianos en las Molucas. Es más que una coincidencia, sin que eso implique ninguna orquestración, ningún complot internacional islámico; la presencia de argelinos y marroquíes en Afganistán, contra las tropas soviéticas, la presencia de afganos y jordanos en Chechenia contra los rusos, tampoco demuestra el "complot islámico". Lo único que manifiesta es que vivimos en la "aldea planetaria", a la hora del mundo; como dijo Octavio Paz, "la historia universal es ya tarea común. Y nuestro laberinto, el de todos los hombres".
Los musulmanes del sur de Mindanao se sienten amenazados en su identidad por la presión demográfica de los campesinos filipinos (católicos), como los moluqueños (cristianos) lo son por la transmigración de campesinos javaneses (musulmanes). Por cierto y para que vean que la religión no explica la guerra, que sí podría ser una de las causas, no es la causa única, los musulmanes separatistas de Aceh y de otras provincias indonesias luchan contra Dzhakarta (islámica) porque se sienten amenazados por el "imperialismo javanés". Su fe común no los une más que el cristianismo a franceses y españoles, o franceses y alemanes en épocas todavía recientes.
En ambos casos, tanto en Filipinas como en Indonesia la crisis presente, con su fachada religiosa, se debe en gran parte a las dictaduras anteriores, la de Ferdinand Marcos en Filipinas, la de Suharto en Indonesia. Todo eso ocurre en islas grandes o chicas, pero "ningún hombre es una isla", como decía John Donne. Por eso tenemos la tentación de creer en el "complot", en la sincronización perfecta y maquiavélica. El sureste asiático es una gran caja de resonancia y todo lo que ocurre en un punto afecta los demás. La brutal represión desatada durante largos años contra los cristianos de Timor se volteó en 1989 también contra los musulmanes de Aceh; la intervención internacional salvó in extremis a Timor Oriental y dio esperanzas al movimiento independentista en Aceh y... en Mindanao.
Todos los movimientos insurgentes de la región y los movimientos moderados autonomistas también piden la organización de un referéndum garantizado por la Organización de Naciones Unidas, sobre el modelo del que liberó a Timor Oriental. Fuera de esa región, pero en una situación comparable, se encuentran Ceylán (Sri Lanka) y Cachemira. Ahí también se trata de problemas muy viejos y que van para largo. Como en los Balcanes y en otras partes del mundo, tarde o temprano, les guste o no a los estados y a la comunidad internacional, habrá que pensar en mover las fronteras. Será necesario, será difícil dado la imbricación de los grupos humanos y el nexo terrible que se hizo, que se hace entre cultura, política y religión. Mientras tanto, guerrilleros, traficantes y piratas prosperan a sus anchas, para desgracia de los civiles, rehenes y víctimas, atrapados en una trampa en la cual la religión sirve de marcador, como la señal de Caín, pero al revés: "Y le puso el Señor una marca a Caín para que no lo mataran" (Génesis 4, 15).