JUEVES 24 DE AGOSTO DE 2000

 

* Octavio Rodríguez Araujo *

Una interpretación

Si en algún estado era urgente derrotar al Partido Revolucionario Institucional no hay duda que se trataba de Chiapas. La historia de Chiapas, desde muchas décadas antes de que el PRI existiera o hubiera sido imaginado, está relacionada con la complicidad de gobernantes con finqueros, terratenientes, caciques y demás explotadores de indios. Pero desde que el PRI existe, tal complicidad ha sido la regla, con la señalada característica de que los gobernantes priístas se han pasado la estafeta con el exclusivo apoyo de las "fuerzas vivas", mismas que han podido sobrevivir gracias a los apoyos incondicionales que, en reciprocidad, les han otorgado los gobernantes.

Amado Avendaño (el gobernador en rebeldía que fuera abandonado por la mayoría de la Asamblea Democrática Estatal del Pueblo Chiapaneco por la división de ésta, lograda por el "procónsul" de Zedillo en aquel entonces) no triunfó en 1994, como pudo demostrar el Tribunal Electoral del Pueblo Chiapaneco a finales de ese año, pese a que se concluyera que las elecciones debieron anularse (declaradas nulas o inexistentes, se dijo) dada la gran cantidad de anomalías que hubo. Pero en esta ocasión, y con base en los resultados preliminares y las encuestas de salida, el PRI sí perdió, gracias a la coalición de ocho partidos opositores reunidos en la Alianza por Chiapas y a un candidato creíble.

Al parecer en Chiapas las diferencias programáticas y de principios de los partidos coligados contra el PRI no fueron importantes, por lo que no se tuvo que mencionar, para beneplácito de los "puros" en política electoral, el expediente del voto útil (para derrotar al tricolor) que tanto les molestó en las elecciones presidenciales. En Chiapas se entendió que la condición de los pobres, y especialmente de los indios entre los pobres, no podría mejorar mientras no fuera derrotado el partido que desde el gobierno ha hecho posible que la atrasada burguesía local, asociada a intereses capitalistas del centro y extranjeros, viviera e hiciera de las suyas con absoluta impunidad. También se entendió que mientras el PRI siguiera gobernando, la posibilidad de una solución de paz digna y justa para los indios rebeldes y sus demandas sería muy poco probable. Por parte del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, su largo silencio durante el proceso electoral se debió, en mi interpretación, a una táctica muy inteligente para mantenerse en la oposición al gobierno que resultara y sin compromisos con éste, pues para el EZLN, coherentemente, gobierno es gobierno, independientemente de quién lo encabece, aunque es claro que sus dirigentes y bases conocen las diferencias entre Roberto Albores y Pablo Salazar Mendiguchía y lo que cada uno significa en términos de compromisos y lealtades.

El triunfo de la Alianza por Chiapas, con el Partido Acción Nacional en la coalición, puede significar también una presión para el futuro gobierno de Vicente Fox en relación con ese estado sureño. Fox habrá de respetar los acuerdos que se hayan establecido entre su partido y los demás que formaron la alianza, pues es de suponerse que sin esa coalición el PRI no hubiera perdido de manera tan clara. En otros términos, el guanajuatense le debe a la Alianza por Chiapas que el PRI no conservara uno de sus bastiones en el sureste, el posible efecto dominó en otros estados de la región y la posibilidad de gobernar "más nacionalmente", si vale decirlo así. Pero esta deuda significa apoyo y compromiso para que con el nuevo gobierno se aplique la ley contra las organizaciones paramilitares auspiciadas o toleradas por los gobiernos priístas, desmilitarización del estado, reivindicación de los acuerdos de San Andrés, promoción de la propuesta de ley de la Cocopa sobre derechos y cultura indígenas, diálogo positivo con el EZLN y, desde luego, solución al conflicto en Chiapas en un marco de democracia, justicia, dignidad y respeto por la voluntad de los pueblos indios.

El 20 de agosto quiere decir, por cuanto a los resultados electorales, que no fue suficiente la alianza de partidos para ganarle al PRI sino que se requirió la voluntad de la mayoría de los electores para que esa derrota fuera posible. Este dato debe ser entendido por los partidos coligados, por su candidato a gobernador y por el actual presidente electo de México, si de veras es cierto que se quiere gobernar con democracia, en beneficio del pueblo y por el país en su conjunto.