MIERCOLES 23 DE AGOSTO DE 2000
Ť Bernardo Bátiz Vázquez Ť
Una nueva Constitución
Entre los múltiples temas que analizará el grupo convocado por Vicente Fox Quesada y Porfirio Muñoz Ledo para estudiar y preparar la agenda de la reforma del Estado, se encuentra uno fundamental del que se ha hablado mucho y poco se ha hecho. Este tema es el de una nueva Constitución.
La historia, maestra de la vida, según el conocido lugar común, nos enseña que cada una de las tres principales constituciones mexicanas que han estado en vigor, vino al mundo en medio de graves y cruentos conflictos. La de 1824, como culminación de la larga y destructiva guerra de independencia; la de 1857, como producto del levantamiento de Ayutla en contra de Antonio López de Santa Anna y como generadora de la sangrienta guerra de tres años entre conservadores y liberales; la actual, de 1917, fue precedida por la revolución maderista y la lucha de Venustiano Carranza contra el gobierno huertista y precedió, a su vez, los rudos enfrentamientos entre los antiguos aliados y colaboradores del mismo presidente, que acabó asesinado en Tlaxcalantongo.
En vísperas del inicio del siglo XXI, el flamante presidente electo reúne a un grupo sin duda muy brillante de intelectuales, políticos y estudiosos de la política, defensores de derechos humanos y expertos en derecho, con el específico objetivo de estudiar la posibilidad de concluir la reforma del Estado y de plantear la posibilidad de una nueva ley constitucional.
No cabe duda de que una nueva Constitución es necesaria, ya que la vigente ha sido objeto de innumerables reformas y se le ha convertido en un documento desigual, en partes contradictorio, incompleto en unos asuntos y excesivo y sobrado en otros.
Este desastre de legislación constitucional en buena medida se debe a que, en la era priísta, cada presidente iniciaba su sexenio con una gruesa carpeta de reformas bajo el brazo y no hubo uno solo que no metiera mano en el asunto, la mayoría de las veces sin buena asesoría jurídica, sin técnica legislativa adecuada y sin mayores reflexiones o debates.
Cuando el pueblo, o los interesados en el tema se enteraban, ya estaban en vigor los cambios y se decía que nuestra Constitución era tan flexible, que se tenía que estar bajo el sistema de hojas sustituibles, por la velocidad y la frecuencia de los cambios.
En el nuevo régimen, en el que tantos han puesto sus esperanzas y al que por lo pronto otros le damos el beneficio de la duda, de entrada se habla de una nueva Constitución, pero según me relató un amigo que estuvo en el encuentro de los expertos, el presidente electo no dio línea, sino que por el contrario, solicitó a los presentes sus luces y ofreció impulsar lo que en el grupo se estudie y concluya.
Desde su campaña, Vicente Fox Quesada buscó alianzas en todos los campos políticos posibles y lanzó sus redes lo mismo a ex priístas que a perredistas, y sin medir pelo ni tamaño aceptó una gran diversidad de aliados, diferentes entre sí y aun opuestos en ideas y proyectos.
En esta nueva agrupación de elite intelectual, se repite el fenómeno y lo mismo encontramos en la lista empresarios que clérigos; hombres de izquierda que priístas de cepa; defensores de derechos humanos, juristas y simples grillos.
Lo heterogéneo puede dar buen resultado, pero habría que estar alerta, no vaya a ser que ese grupo tan selecto y, podría esperarse, tan crítico, nos distraiga con sus profundas discusiones y debates, mientras que los verdaderos cambios se dan en otro lado.
Sería ciertamente muy alentador que pudiéramos llegar a una ley fundamental (a propósito no uso el término Constitución), sin agitaciones excesivas y sin enfrentamientos violentos.
Sin duda es posible, hay un proyecto de reformas al artículo 135 constitucional que plantea la posibilidad, mediante un mecanismo de amplia discusión y aprobación final por voto directo del pueblo. Los notables pueden hacer su trabajo, la ciudadanía hará el suyo.