MIERCOLES 23 DE AGOSTO DE 2000

 

Ť Arnoldo Kraus Ť

Aborto: el escenario bioético /I

Las 750 palabras que me permiten los editores de La Jornada, son insuficientes para cualquier gesta que lidie con el tema del aborto. Así que, para que el producto de estas líneas llegue a buen término -hablo conmigo-, lo prolongaré, como escritos independientes, durante dos o tres semanas. Al escenario bioético habrán de agregarse las razones a favor y en contra del aborto, los números como sinónimo de la realidad, el papel de la mujer como gestante pero no como receptáculo de fetos, las controversias morales y las preguntas de las preguntas.

Temas tan delicados como el aborto, la eutanasia, o la clonación, deben leerse bajo el prisma de la bioética y la realidad social y particular del individuo.

Cada persona debe estudiarse como un caso independiente y no bajo un enlistado rígido de ideas. Las normas bioéticas son una guía moral que orienta a médicos, sociedad e individuo.

La ética médica, a nivel mundial, suele (o debería) estar regida por cuatro principios cuya publicación inicial cumplirá dos siglos. El origen de éstos suma las venas comunes de la tradición médica y de la moral; estas ideas deben ser leídas como una agenda incompleta que dejan amplio espacio para que cada caso sea discutido.

Son cuatro los principios: (1) Respeto por la autonomía (norma que avala la capacidad de decidir de las personas autónomas); (2) Ausencia de maleficiencia (concepto que evita causar daño); (3) Beneficiencia (grupo de preceptos diseñado para proveer beneficios y balancear beneficios contra riesgos y costos), y (4) Justicia (grupo de normas para distribuir beneficios, riesgos, y costos objetivamente). Si bien la beneficiencia y la no maleficiencia han jugado un papel histórico en la ética médica, en las últimas décadas, la autonomía y la justicia son igualmente importantes debido a los cambios que han experimentado sociedad e individuo.

Aun cuando dista mucho de ser realidad, los preceptos anteriores son el acmé de una medida ética que respeta al interesado y se preocupa por balancear todas las situaciones posibles. En el caso del aborto, la autonomía es el eje central de la discusión.

Sin afán académico, menciono a vuelapluma que, desde 1789, en la Declaración de los Derechos del Hombre, la autonomía es el principio más fundamental y propio del ser humano, entendido como ''la libertad de realizar cualquier conducta que no perjudique a terceros''. Lo mismo sugirieron J. S. Mill o Kant, quien colocó el principio de autonomía como base de su ética, porque consideró que la autodeterminación de la voluntad es lo que define los actos morales. Es evidente que los conceptos anteriores no son aprobados por la mayoría de las religiones y, de ahí que en muchos sentidos, los problemas relacionados con el aborto sean irresolubles. Las razones son simples: la pregunta Ƒes el ser humano autónomo?, ofrece respuestas antagónicas, sin encuentro.

Para quienes piensan que el individuo sí es autónomo, el aborto es una decisión que le pertenece a la mujer -preferentemente a la pareja. En cambio, para quienes consideran que la persona no es autónoma, el aborto es un atentado contra la vida y, por ende, contra Dios.
La autonomía mezcla la libertad de realizar conductas, vinculadas con el manto de la realidad social y económica del interesado. Este atributo, como ya se dijo, excluye cualquier acción que pueda ser en detrimento del otro o de los otros y es una decisión individual. Como en pocos casos del saber humano, el aborto requiere tolerancia, respeto y conocimiento de la realidad. Sin esas armas, todo diálogo deviene sordera.

En relación a aborto y autonomía la trama se complica mucho más, pues la definición de lo que es ''ser humano'' durante la gestación es compleja. No existe al respecto consenso entre médicos, eticistas y teólogos. Es decir, el problema no es uno, sino son dos: madre y producto. Para la mayoría, el meollo central gira en torno al asesinato que supone acabar con el embrión. Otras corrientes agregan, además, que la madre carece incluso del derecho de ejercer sobre su propio cuerpo. Y esto nos regresa al problema del derecho de gobernarse a sí misma(o).

Cuando una mujer aborta motu proprio, suele hacerlo después de haber sumado conciencia y realidad, y a sabiendas que esta acción, siempre plagada de inmenso dolor, es la óptima para su contexto -enfermedad, otros hijos, abandono, pobreza, etcétera. Suele hacerlo ejerciendo su autonomía y como manifestación última para preservar su entorno y su vida. Acorde con múltiples estadísticas, sobre todo aquellas que siguen el destino de las mujeres pobres y desprotegidas, religiosas o no, el derecho al aborto es el derecho a la vida.