MARTES 22 DE AGOSTO DE 2000

Una buena y otra mala

 

* Alberto Aziz Nassif *

Como se dice al anunciar las noticias, hay una buena y otra mala, Ƒcuál quieres primero? La buena es que en Chiapas se llevó a cabo un proceso electoral limpio y que la alianza opositora triunfó; la mala es que la descomposición del PRI se profundiza y provoca enfrentamientos fatales, como lo vimos en el municipio de Chimalhuacán, estado de México. No se trata de dos acontecimientos completamente desconectados, sino de dos caras de una misma moneda: la desarticulación de un partido de Estado.

En Chimalhuacán se enfrentaron dos grupos de priístas, dos bandas de choque que durante años han mantenido cuotas de poder, alianzas mafiosas y métodos violentos para presionar por sus intereses. Se trata de cacicazgos que hoy, cuando han perdido una parte de su poder, salen a relucir con toda su crudeza. La semana pasada, la guerra de caciques entre los lobistas y los antorchistas abrió fuego y dejó 14 muertos y cientos de heridos. Es importante resaltar que no se trató de una excepción o de un hecho aislado, sino de un modo de hacer política, la de los caciques, esos intermediarios de un poder dentro de una estructura autoritaria. Estas guerras entre grupos están cobijadas dentro del PRI, sirven a sus intereses y eran ampliamente funcionales para mantener territorios de poder. Así opera el priísmo, pero desafortunadamente para estos caciques, los territorios perdidos crecen y los espacios para reproducirse se angostan. Cuando se piensa en general sobre la descomposición del PRI y sobre lo que pasará con esos poderosos grupos y caciques, existe un temor abstracto. Las trágicas escenas de Chimalhuacán, del pasado 18 de agosto, le ponen rostros y colores a esos grupos que hoy están dispuestos a pagar cualquier precio, con tal de no perder todos sus territorios de poder.

ƑCuántos enfrentamientos más habrá entre priístas en las próximas semanas y meses? Esperemos que por la magnitud del caso sea tratado por la justicia federal y que no quede como un episodio menor dentro del gobierno estatal, ni como una negra herencia para el próximo gobierno.

Estructuras de caciques, grupos violentos, guardias blancas, asesinatos cotidianos y una red de intereses económicos han tenido al estado de Chiapas en una situación de crisis permanente, inestabilidad y guerra. Una parte muy significativa de ese panorama está asociada con el PRI y su estructura de poder. Frente a ello resulta alentador que los resultados del pasado 20 de agosto hayan sido una elecciones tranquilas.

A pesar de las maniobras conocidas del priísmo, como la compra y coacción del voto, el acarreo y la manipulación, no pudo ganar. Esta victoria de la oposición abre una gran expectativa para que en Chiapas las cosas empiecen a cambiar, para que la negociación con el zapatismo se pueda reanudar. El triunfo de la Alianza por Chiapas, y de Pablo Salazar Mendiguchía, estuvo en sintonía con la victoria de Vicente Fox el pasado 2 de julio.

Las primeras dos piezas para un nuevo rompecabezas chiapaneco ya se han conseguido. La voluntad expresa del presidente electo y la del próximo gobernador están en la misma dirección: la de lograr una pacificación mediante un amplio consenso. Estas elecciones vinculan a las urnas y a la democracia electoral, con el punto de inicio para lograr un amplio consenso sobre la pacificación en Chiapas. La legitimidad de origen en este nuevo gobierno será un ingrediente de contraste con las administraciones priístas, que entre interinatos y represión generaron un desgobierno. Por primera vez desde el levantamiento zapatista, el gobierno del estado tendrá un papel central en la pacificación de la región.

Esta transición chiapaneca no será fácil, ahí están las severas dificultades para desmontar a un aparato político de caciques, represivo y con fuertes intereses económicos, y al mismo tiempo, construir otros mecanismos políticos que puedan darle a Chiapas nuevas instituciones democráticas, tanto para la procuración de justicia, la representación, la autonomía municipal, como para lograr un amplio desarrollo económico y social, que pueda enfrentar la grave pobreza que tiene abatidos a millones de chiapanecos.

Chiapas y Chimalhuacán, la buena y la mala, muestran hoy los retos a los que se tendrán que enfrentar el nuevo gobierno federal y estatal: desmontar las estructuras caciquiles, cambiar las inercias y construir instituciones democráticas. Para enfrentar el reto se necesita de grandes consensos. Ojalá que los grupos duros, de la derecha y de la izquierda, dejen de contaminar el escenario con acciones y reacciones, con torpezas y oportunismos, como las que hemos visto con la penalización del aborto en Guanajuato y la despenalización en el Distrito Federal. *