MARTES 22 DE AGOSTO DE 2000

 


* Fernando González Gortázar *

ƑSea por Dios?

Cuando uno leía las cifras aterradoras que se expusieron en la reciente conferencia de Durbán, y reveía la devastación y el sufrimiento que el sida está causando al mundo, era imposible no pensar en la Iglesia católica condenando el uso del condón, que podría aliviar la tragedia. Y cuando uno contempla la miseria y la hambruna de muchedumbres crecientes, la naturaleza arrasada, la violencia causada por el hacinamiento, tampoco puede dejar de pensar en la Iglesia católica prohibiendo el control natal. Ahora, cuando uno vea a una mujer que aborta para salvar su vida física y emocional que ha sido violentada, y luego la mire rumbo a la cárcel para terminar de ser pisoteada, no dejará de pensar en esos obispos y en sus títeres del Congreso guanajuatense a los cuales, como decía Boogie El Aceitoso, todo lo humano les es ajeno.

Es increíble hasta dónde han pervertido su propia religión, cómo han transformado al "Dios del amor" del que me hablaban de niño, en un ser de crueldad implacable que exige víctimas humanas. También es increíble la arrogancia de ciertos jerarcas del clero, que insisten en confundir su obsesiva noción de pecado, el catecismo y la doctrina, que sólo son válidos para sus feligreses, con la ley, que tiene que valer para todos. En el asunto del aborto, el desacuerdo es claro e irresoluble: los ortodoxos piensan que un embrión de dos células es una persona independiente con todos sus derechos, mientras que otros creemos que un embrión no es un ser humano, sino la posibilidad de un ser humano, tal como una semilla es la posibilidad de un árbol, y que no se puede llamar talabosques a quien come una fruta y desecha las semillas. Ellos no pueden convencerme, ni viceversa, porque la comprobación es imposible. Yo hablo de razón, ellos de fe. Por lo tanto, al no vivir en un Estado teocrático y gozar (teóricamente) de libertad de conciencia, la solución es simple: que ellos practiquen su fe y dejen a los demás hacer lo que juzguemos correcto: no tenemos por qué acatar dogmas ajenos.

Pero los católicos tampoco se agrupan en un solo frente. Por muchas décadas se nos hizo creer que México estaba construido con monolitos. Luego apareció la realidad: ni el PRI era un monolito ni la CTM ni tampoco el Ejército ni la Iglesia católica. El obispo de Ciudad Victoria, por ejemplo, acepta que "habrá ocasiones en que se pueda (abortar), aunque eso sería algo excepcional". (Además, hay que recordar que por lo menos en una ocasión documentada --durante la guerra de independencia del Congo--, el Vaticano permitió que monjas violadas interrumpieran su embarazo.) Los sondeos televisivos muestran una sólida mayoría de mexicanas y mexicanos que piensan que sí existen causas válidas para el aborto, y que la mujer preñada debe ser quien diga la última palabra. Así que la guerra santa con la que el líder de Pro Vida amenaza a Rosario Robles por su admirable iniciativa jurídica, tendrá más oponentes de los que él supone.

Juan XXIII se quedaría pasmado al ver en lo que acabó el anhelado aggiornamiento de su Iglesia: hace 300 años las pecadoras eran enviadas a las llamas de la hoguera; hoy las sentencian a las llamas del infierno mediante la excomunión. Ese castigo máximo no lo ha impuesto la curia ni a los que secuestran y mutilan ni a los narcotraficantes ni a los autores de las masacres de Acteal y de Aguas Blancas. Las condenadas son las mujeres que no quieren reducir su maternidad al nivel de la violación o el estupro; las que no quieren que un acto de fuerza arruine sin remedio la única vida que tienen; las que no quieren traer al mundo seres dañados congénitamente, cuyas oportunidades de ser felices son nulas. Contra ellas sí se lanzan las leyes del cielo y de la tierra. Todo es monstruoso, desproporcionado y enfermizo.

Después de todo esto (y de otras aberraciones que hemos visto), la destrucción de un dibujo de Manuel Ahumada por un par de fanáticos tapatíos podrá parecer cosa menor, pero no lo es. No lo es, por muchas razones; entre ellas porque un cardenal, Rivera, calificó el hecho como "autodefensa" de la Iglesia misma y porque otro, Sandoval, apoyó abiertamente el ataque y ofreció pagar la multa de sus autores (los que, por cierto, ya están en libertad). Con ello, ofendieron el orden legal y convirtieron la violencia sectaria en causa válida. El principio del respeto como fórmula de convivencia ha sido despreciado por dos influyentes jerarcas religiosos. ƑHasta dónde pensarán llegar? Porque de destruir obras de arte se pasa con facilidad a la persecución de las ideas, y de allí, a la de sus autores. Los ejemplos son demasiado abundantes y aterradores como para tener que recordarlos.

Estamos acostumbrados a las cíclicas ostentaciones de poder del alto clero. Amparado en los nuevos tiempos, es claro que esta vez va por todo, y que después del aborto atacará a la educación laica, y seguirá de filo con sus demás reclamos: el condón, la política demográfica, los medios de comunicación, y un largo etcétera. Los consensos básicos y la gobernabilidad que parece estar buscando el presidente electo, tienen sus más firmes oponentes en su propio partido y en sus aliados naturales. La pregunta es si se desea vivir en una sociedad cuerda, civilizada y tolerante, o se busca el sojuzgamiento y la destrucción de la diversidad, del disentimiento, las de las minorías de cualquier tipo. En este momento, como ha ocurrido tantas veces en el pasado remoto y cercano, las embestidas de la derecha ciega son un ingente riesgo para la nación; tal vez el mayor de todos.