LUNES 21 DE AGOSTO DE 2000

A.V. Putin

 

* León Bendesky *

En algún lugar de las profundidades del Mar de Barents. 16 de agosto de 2000. Camarada Putin, o debería decir presidente como corresponde a la digna república que usted encabeza. Como usted sabe, el día 12 de agosto nuestra nave, el submarino nuclear Kursk, parte de la que fuera poderosa flota rusa, sufrió un accidente que provocó que se precipitara al fondo del mar. No sabemos bien lo que ocurrió, si fue un choque o una serie de explosiones en el propio barco. La nave se sumergió como jalada por una pesada piedra hasta que se asentó maltrecha y ladeada a una profundidad de unos cien metros. Esto ocasionó la sorpresa primero y el pánico después entre la tripulación que valerosamente sirve a la marina de nuestra patria, o debería decir de nuestro país como corresponde a las maneras políticamente correctas que prevalecen hoy en el mundo globalizado del cual formamos parte orgullosamente.

El Kursk es uno de los pocos submarinos nucleares de la flota rusa que funcionan, ya que desde hace más de diez años se ha ido deteriorando rápidamente hasta hacerse casi una inservible chatarra. La verdad es que las naciones con las que compartimos la paz después del derrumbe del comunismo no deben preocuparse demasiado por la seguridad en los mares. Qué tiempos aquellos de la guerra fría en que la flota soviética surcaba los mares como una amenaza para los enemigos imperialistas. Pero hoy, el desgaste y la ruina de aquel viejo régimen y la descomposición del que usted dirige, nos ha dejado tan disminuidos que imponemos menos respeto y junto con nuestro poder militar ha decaído la dignidad de nuestras fuerzas armadas.

Usted sabe, presidente, cómo se ha degradado nuestro ejército al que no se le paga a tiempo sus salarios y carece de pertrechos necesarios para cuidar de la seguridad de nuestras fronteras y, también, dentro de ellas. Muchos de nuestros soldados desertan y otros venden sus armas para hacerse de algún dinero y los comandantes no pueden restablecer la moral de las tropas. Créame, presidente, que los soldados rusos no quieren ir a Chechenia y combatir en las calles de las ciudades con civiles entre las víctimas. Menos quieren quedar atrapados en una emboscada de la cual no pudieron ser rescatados por falta del equipo adecuado de la aviación. Y créame también que no nos alivia el hecho que luego se erija un monumento en su memoria como el que usted inauguró hace poco en Pskov. A nosotros en la marina tampoco nos va muy bien y ya ni el recuerdo del acorazado Potemkin nos hace mantener la frente en alto. Somos muy conscientes de cómo se ha degradado el poder político en Rusia, de la fuerza de los nuevos oligarcas, de las actividades cada vez más extendidas de la mafia, famosa ya en todo el mundo, de la incontenible corrupción y de la profunda crisis de nuestra economía. ƑSe acuerda, presidente, de aquella época en que pusimos en jaque a los estadunidenses en la carrera espacial y estábamos en la punta del desarrollo científico y tecnológico?

Pero no es tiempo de nostalgias, presidente, nuestra situación en el Kursk es muy dramática. Este submarino se convierte en un gran sarcófago. Tal vez usted no se da cuenta, pues debe estar muy ocupado en su acostumbradas vacaciones de verano en Sotchi, que está muy destruido y que ya han muerto muchos de mis compañeros. El mantenimiento del Kursk es muy deficiente y ello se debe seguramente a las restricciones presupuestales que son necesarias para mantener la precaria estabilidad de la economía. Nosotros lo comprendemos, y quién más que los valientes marinos rusos están dispuestos a dar su vida por el bien de nuestro país. Lo que no comprendemos, presidente Putin, es que usted y su gobierno no hayan entendido el peligro en el que nos encontramos y hayan reaccionado con una displicencia que realmente nos ofende. Es cierto que no somos el único problema que usted enfrenta y que nuestra fracturada armada está rezagada en su tecnología y capacidad para rescatar a un grupo como el nuestro de 118 marinos. Sepa usted, sin embargo, que ésta es nuestra única vida y creemos que es una forma bastante inútil de perderla.

Nos parece muy bien que usted, sus ministros y los jefes militares quieran defender el honor ruso y traten de rescatarnos, aunque sea de modo tan angustiosamente lento y usando nuestros propios recursos. Pero en aras de esa solidaridad global que tanto se pregona en estos tiempos de hegemonía solitaria y de unipolaridad, hubiese sido bueno pedir la ayuda de los gobiernos del G-7 con los que usted se reúne periódicamente en bellos lugares y lujosos salones y hacer todo lo posible por sacarnos de este infierno congelado. Los días han pasado lentamente, estamos desesperados y usted no sabe la prueba extrema a la que nos han sometido. No es fácil prepararse a morir en estas condiciones, la espera por ese último instante de oxígeno es insoportable. Somos una imagen patética de una sociedad desfondada económica y socialme