LUNES 21 DE AGOSTO DE 2000
Chiapas y el sumidero
* Rolando Cordera *
Sigamos tomando el pulso del consenso que se aspira convertir en forma principal de gobernar. No sólo serán los temas económicos y financieros los que lo pondrán a prueba, sino los más delicados asuntos de la existencia cotidiana, individual y colectiva. Difícil de imaginar como método permanente y prioritario de la gestión estatal, el referido consenso se aleja del horizonte inmediato de la política concreta a medida que los intereses y las pasiones se cruzan en la moral pública y las creencias privadas.
Lo que parecía a algunos optimistas un simulacro o globo sonda, se vuelve hoy una ofensiva de gran escala. Sin más, la jerarquía católica avanza con todo en busca de territorios nuevos por conquistar, antes de que el nuevo gobierno siquiera empiece a explorar las veredas del acuerdo y el apoyo razonado de unas mayorías fluidas como nunca antes, a pesar de la contundencia de la victoria "cultural" del 2 de julio. Antes de negociar, parecen decirse los estrategas del nuevo y el viejo criterio, más vale marchar sobre las filas de los que no se puede sino llamar los enemigos conocidos de siempre.
En Chiapas se juega también la suerte de la oferta del consenso. Ahí, se vive en toda su extensión la más feraz y agreste versión de la política de la imposición y el enfrentamiento que no mira a sus lados ni se molesta en preguntarse por las implicaciones de mediano o largo plazos de sus actos. Sin haber removido uno solo de los intereses del subsuelo que determinaron el alzamiento del año nuevo de 1994, en un juego irresponsable de simulación constitucional que permitió a dos administraciones federales no afrontar sus deberes elementales y propiciar la desaparición de los poderes locales, el estado sureño llevó a cabo ayer unas elecciones para gobernador precedidas por los peores vaticinios.
Podemos esperar y desear, que de todas formas se imponga el talante ciudadano del momento y que la presencia de observadores y medios informativos disuelva los nudos de violencia y desorden, prepotencia y fácil mensaje vengativo, que caracterizaron las campañas. Pero nada está aquí garantizado, mucho menos escrito. Lo que se oye y se lee, por desgracia, apunta hacia otro lado.
Hace unas semanas se supo de las intenciones y amenazas contra la estabilidad poselectoral, proferidas desde la presidencia del Congreso local por un miembro del PRI. Inmediatamente después vino la agresión a Sami David, candidato priísta a la gubernatura, y a partir de ahí, una cascada de ominosas advertencias cruzadas entre los contendientes y sus respectivos coros. Hoy, un día después de las elecciones, probablemente empecemos a vivir una nueva hora de la verdad chiapaneca, que se apodere otra vez, sin previo aviso, de la coyuntura mexicana en su conjunto.
Detrás de todo este estridente y amenazador cuadro, como se dijo arriba, está toda la inconstitucionalidad con que se ha escrito la historia política del estado. Con desenlaces electorales buenos o sin ellos, esta cuestión es la que el país entero, no sólo Chiapas, debe asumir sin ambages. Sin ello, el gran estado del sur seguirá en el sumidero. *