LUNES 21 DE AGOSTO DE 2000

* El gobierno tenía los palacios, pero nosotros las calles, dice Amado Avendaño


Intentaron matarme y seguir vivo me hizo seguir adelante

Hermann Bellinghausen, enviado /II y última, San Cristóbal de las Casas, Chis, 20 de agosto * Seis años después de la aventura de ser gobernador pese al fraude, el crimen, la guerra y la traición, Amado Avendaño encuentra ahí una razón más para amar la vida y tenerle agradecimiento. Miles de chiapanecos, especialmente indígenas, lo consideraron ''su gobernador''; muchos, simbólicamente, lo tienen todavía por su legítimo mandatario. A la hora de una nueva oportunidad para Chiapas de erigir una cierta democracia, el gobernador en rebeldía rescata aquella experiencia.

''No estaba en mi imaginación aspirar a ser gobernador. Fue mi propia familia la que me empujó, a partir de aquel famoso comunicado del subcomandante Marcos. donde llamaba a la sociedad civil a derrotar pacíficamente a los zapatistas. Mi familia aceptó el reto, y me lo comunicó cuando regresé de un viaje el 11 de mayo de 1994. Esta es una familia democrática, me dijeron, y tú sólo tienes un voto, así que tienes que aceptar''.

Don Amado recuerda que la familia decidió que se entrevistara de inmediato con la comandancia zapatista.

''Esa misma noche viajamos y al otro día amanecimos en la selva Lacandona. Los compañeros zapatistas me dijeron que aceptaban que fuera gobernador, pero de transición. Algo que limpiara el panorama, donde no hubiera privilegios ni ventajas. Al triunfar convocaría a un congreso constituyente para, cuando se hubiera hecho la nueva Constitución del estado, llamar a elecciones y entregar el bastón de mando a quien gane.

''El PRD nos dio registro y asesoría, y tuvimos nuestro primer acto de campaña en Guadalupe Tepeyac. Luego fuimos a Taniperla, y yo nunca había visto tanta gente junta. Era la gente nuestra, que estaba alentándonos. Con eso en el ánimo estuvimos en Tuxtla y fuimos a la costa, que es mi tierra. Antes, también fuimos a El Bosque y Roberto Barrios, en Palenque. Estando en Tapachula, de tanto insistir que fuéramos a un desayuno con todos los candidatos, convencieron a mis asesores''.

Así, la mañana del 25 de julio, Avendaño y su comitiva tomaron camino a Tuxtla Gutiérrez. ''Un tráiler nos estaba esperando en el puente Siete Cigarros, entre Pijijiapan y Tonalá. Se nos echó encima y mató al asesor del PRD, Agustín Rubio Montoya, a mi sobrino Rigoberto y al estudiante Ernesto Fonseca García. Los perdimos. Quedé mal un año. La campaña siguió sin mí. Me presenté al cierre de campaña en San Cristóbal y Tuxtla, pero no podía hablar, y mi hija Elia tenía que leer mis discursos''.

En su despacho de siempre, de buen humor, y ''con satisfacciones a pesar de las desgracias'', Avendaño relata: ''No sé si fue la euforia del zapatismo, la reacción de la opinión pública ante mi atentado, o que la figura de Amado Avendaño algo llenaba para la ciudadanía. Muchísima gente decidió ir a votar por mí. El PRI tuvo que multiplicar sus artimañas para superar su derrota. El Congreso del estado, priísta, se erigió en tribunal electoral y le dio el triunfo a Eduardo Robledo. Esto exacerbó los ánimos, pues la gente había visto cómo fue el fraude. La sociedad civil, los zapatistas y la gente de oposición acordaron instaurar un gobierno en rebeldía, alternativo al oficial. El 28 de diciembre, mientras Ernesto Zedillo daba posesión a Robledo en un bunker, los indígenas y las organizaciones me entregaron el bastón de mando en la plaza central de la capital. El gobierno tenía los palacios, pero nosotros teníamos las calles''.

Con 1995 empezó la efervescencia del gobierno en rebeldía. ''Nos instalamos en San Cristóbal, con 38 secretarios, representantes de todas las organizaciones ųdice Avendañoų pero aquí empezó el problema. Al poco tiempo, el gobierno federal mandó a Dante Delgado Rannauro como un cuarto gobierno, siendo los otros tres el mío, el del PRI y el Ejército federal. Con las manos llenas de dinero, vino a socavar al gobierno en rebeldía. Compró uno por uno los ministros con vehículos, casas, prebendas. Cuando me quedé sólo con uno, me fui a la selva y los zapatistas me dijeron que así les había sucedido a ellos siempre: el gobierno compraba los líderes. Me convertí en un gobernador en rebeldía simbólico, apoyado por los zapatistas. El tiempo haría el resto''.

De su difícil experiencia política, Avendaño extrae lecciones: ''El madrazo me definió. Intentaron asesinarme y seguir vivo me hizo seguir adelante. Reconozco que aprendí a sufrir. Quedé apestado, sin dinero. Pero el tiempo nos ha dado la razón. Ahora, incluso los coletos, que eran mis enemigos, se convencieron de que hace falta un cambio. Ahora me visitan, me escuchan, me conceden autoridad moral''.

Refiere que su actual publicación, La Foja Coleta, aún más modesta que El Tiempo, se paga de su sola venta, no tiene anuncios. Pero diariamente agota su tiraje de mil ejemplares, a 1.50 el ejemplar, con lo que paga el papel, los reporteros y los trabajadores que les ayudan a él y a Conchita Villafuerte, su esposa, en este negocio que sigue siendo familiar, independiente y comprometido con los humildes. El es el mismo que hace años gobernó como alcalde la ciudad de San Cristóbal de las Casas, y que al calor del levantamiento indígena llegó a gobernador. El tiempo hace su labor, el cambio ocurre, pese a todo, en el estado del sureste sin el cual sería imposible entender la historia moderna de México.

Don Amado da por terminada la conversación, y empieza a cantar para sí, como lo hace con frecuencia. Esta vez se trata de La Mancornadora: ''Pues tú ten en cuenta que voy entre flores, y nuevos amores me pueden querer''.