* Interpretó 55 canciones en el concierto que ofreció en el Auditorio Nacional
Vicente Fernández aguijonió el corazón del público
Arturo Cruz Bárcenas * "šY esos güeyes de Enrique y Julio Iglesias, nomás que escucharan estos coros!", gritó Vicente Fernández cuando interpretaba Hermoso cariño, una de las 55 canciones que se aventó la noche del viernes en el Auditorio Nacional. Varias veces, el Jilguero de Huentitán llegó hasta lo más profundo de ese público que casi llenó el foro de Reforma.
Fue una noche de parlamentos, de ocurrencias, de apóstrofes, de reverencias. ''Buscamos oscuridad como los gatos'', se dice en una rola.
Vicente no dio tiempo para suspiros. Tan pronto acababa un tema decía a su mariachi: "šViene de ahí!". Cincuenta y cinco aguijonazos a la esquina del sentimiento bohemio. El público, diverso, dominado por gente mayor, por parejas con hilos de plata en las sienes, quiere a su ídolo y lo respeta. Tan pronto se iba a alguna de las esquinas del escenario, la gente se paraba y lo saluda, agitando la mano. "A este charro sí le entiendo lo que canta. Yo no sé inglés. ƑPara qué hacerle al menso?", dijo un chavo emocionado cuando Edith y Chente cantaban Tarde, de Juan Gabriel, que hizo famosa Rocío Dúrcal.
En una parte de la canción, Edith cerró los ojos, cuando los abrió había perdido la ubicación del cantante. Hizo un movimiento chusco, gracioso. El pequeño susto causó risas. Edith se despidió con Se me olvidó otra vez, también de Juanga.
Se fue de nuevo la esbelta y caderona. Para que quedara constancia del halo que dejó la actriz y cantante, Vicente se reventó una de sus rolas más famosas: Mujeres divinas (''Hablando de mujeres y canciones/ se fueron consumiendo las botellas...") y otras linduras que sólo conocen los que han padecido la peor tragedia: amar sin ser amado. Y no es albur.
El temazazo de Martín Urieta levantó al público de sus asientos. Chente rompió el momento romántico y, para sorpresa de muchos, bailó chévere No, no y no, aquella de Los Panchos. Luego de echarle figura y de lustrar el piso hizo una payasada, cual participante de La danza de los viejitos.
Pero quien ha visto al Jilguero sabe que lo suyo es arrancar del alma los suaves sentimientos de dolor. Iba y venía de una esquina a otra del escenario. Se tomaba algo que parecía agua. Alzó su copa y brindó por alguien. Varios aplaudieron el recuerdo, la evocación. El requinto se escuchó y comenzó Si acaso vuelves (''sé que si me ves tienes que llorar''). šAy, cañón! Cuando Vicentico cantaba más alto, más recio, el público coreó la rola. Chente calló. Alzó el micrófono. Artista y público fueron un ente parmenidiano. El concierto estaba en su clímax. Siguió otro momento del pasado: Mi juramento, la inolvidable del ecuatoriano Julio Jaramillo, que Chente bailó. De nuevo hizo su payasada. Y a reír. Si Chente no es pueblo-pueblo, como lo fueron Pedro y Jorge, sí es barrio-barrio.
Pasaron Ella, de José Alfredo; A pesar de todo, la que engrandeció Nelson Ned; Rayito de luna, de Gil; un homenaje a Juanito Záizar, Cruz de olvido, para muchos la canción más hermosa sobre la renuncia al amor. El público volvió a rebasar a Chente, quien calló una vez más para que el respetable cantara. "ƑQuieren más? ƑNo se han cansado?".
El Mariachi Chapala comenzó con la melodía que molestó a los profesores de biología: La ley del monte, por aquello de que "las pencas nuevas que al maguey le brotan vienen marcadas con nuestros nombres". šJijujijuy!
Subió la ahora más bella que nunca Ana Gabriel. Hizo dueto en Paloma negra y Amor de los dos. Por poco Chente olvida que se hallaba en un auditorio. Se le acercaba a Ana cachondamente. Lujos que se dan ciertos artistas.
Se fue Anaga y Vicente se preparó para cerrar: El rey, Poquita fe, Mi viejo, Voy a navegar (esta rola es de antes del auge de Internet) y otras, hasta que llegó la superesperada Por tu maldito amor. Varios se desgañitaron. "šQuítense la pena y canten!", exigió Chente. Siguió Volver, volver. "Y el que no cante, por lo menos que puje".
Más de tres horas de concierto.