DOMINGO 20 DE AGOSTO DE 2000
* El músico de origen puertorriqueño ofreció en CU una tralla gozona
Como dos pianistas, evocó Eddie Palmieri el sentimiento caribeño
* El recital incluyó suites, jazz, son montuno y rumba; las emociones fluyeron de nuevo
Ernesto Márquez * Sabroso y aleccionador fue el concierto que dio Eddie Palmieri con su sexteto de jazz afrocaribeño, la noche del viernes en la sala Nezahualcóyotl. La verdad es que después de tanto empalago musical se agradece un poco de tralla gozona, y qué mejor para ello que una sesión con la banda del pianista puertorriqueño.
Como ya se había apuntado en estas páginas, Eddie suele empezar sus conciertos con una sesión de calentamiento, una suite a piano solo con un alto componente de clacisismo y un sistema de interpretación de órdago que nos hace pensar que el que está ahí no es uno sino dos pianistas: Eddie y Palmieri.
Doña Tere y Random thoughts son los componentes de esa suite gozona, en la que se evidencian las variadas influencias de Eddie: la manera introspectiva y poética de Bill Evans, el lirismo característico de Keith Jarret, el prebop y posbop de Thelonious Monk y la contundencia sonora y sonera de Lilí Martínez Griñán, el legendario pianista y arreglista de Arsenio Rodríguez.
Transcurridos los 16 minutos que dura tal ejercicio de recogimiento anímico, el ambiente cambia con la entrada de los cinco elementos restantes. "šAhora sí vamos a gozal!", grita entusiasta Eddie y arranca con Palmas, producción 94 a la que le agrega la obertura de Displacement, un arreglito de cuerdas que toca en un Yamaha DX7, instrumento que curiosamente no era de su gusto, pero que ahora le sirve para crear un clima introductorio al montuno y la descarga.
Para quien no conoce el trabajo de Palmieri esta otra sesión lo deja despistado y huérfano. Primero era jazz, Ƒy ahora? Nada, tan sólo otro sentimiento musical: el del Caribe, el primigenio, el de natalicio...
Palmieri goza, grita, gruñe, ordena, marca... En su rostro se dejan traslucir todas esas emociones, y sus músicos le obedecen como el gran líder que es.
Joe Santiago ("el bajista con timba") le sigue firme, con su touche funk, que incita y provoca; el imaginativo José Claussell, un veterano en su banda, abre camino con sus timbales, mientras que el gran conguero Richie Flores no se da descanso, descubriendo sonoridades en sus tres tambores y el bongó (šqué maravilla de manos y qué sentido del tempo, jolines!). Eddie los presenta haciendo hincapié en lo grande que son: ''El mejor trompetista del mundo'', dice refiriéndose a Brian Lynch, quien viene soplando de maravilla, ''y mi compay Conrad Herwiig, quien es un gran jazzista que ha tocado junto a Dizzy Guillespie y otros''.
La banda ya está completa y la gente quiere šazúcar! Eddie le da salida con un largo montuno introductorio. Este es un viejo tema que nunca falta en sus conciertos y que, de una u otra manera, es el sello de identidad de ese jazz afrolatino que él hace.
El rey de las blancas y las negras, a sus 64 años, nos da una muestra de vitalidad y simpatía: baila, canta y, cuando es el momento propicio, incita a que se le siga, marcando el ritmo de la clave con las manos. El bajista Santiago aprovecha el momento para desarrollar un largo solo que se confunde entre palmoteo de la gente. Eddie regresa al tumbao y cede terreno a Lynch, que jala aire para inspirar en su trompeta rumberojazzística mientras que el maese Conrad Herwig pistonea su trombón con energía evocando la sagrada Manteca, de Chano Pozo.
El balance entre los montunos y las improvisaciones es lo que propicia la exploración musical de Palmieri. El siempre se ha referido a que todo radica en el estudio de los aspectos armónicos y rítmicos de la música, y en la intensidad con que se interprete. Una especie de diálogo entre el cerebro y el corazón afianzado por lo que se sopla, pulsa o percute.
La fiesta continúa con Bolero dos, otro espléndido ejercicio pianístico en el que de nueva cuenta lucen los metaleros. La rumba llama y Eddie nos manda Bouncer, con la que intenta concluir ante la negativa de la gente, por lo que nos regala un espléndida propina rumbera con la que siempre cierra y en la que Richie Flores construye un espectacular e imaginativo solo de tambores, haciendo ritmo y melodía que deja perplipendejo a más de uno.
En la única presentación que hizo el mago de las blancas y las negras en las Sala Nezahualcóyotl quedó demostrado lo que nos dijo acerca de su ejercicio musical. ''Antes era un tocador de piano, ahora soy un pianista y un músico más universal''.
Será precipitado creer que ya ha llegado a donde quiere, pero tiene argumentos sobrados para disfrutar mientra lo intenta.