Ť Carlos Bonfil Ť
Diecisiete años
El Festival Cinematográfico de Verano de la UNAM sigue ofreciendo, hasta el 21 de septiembre, opciones excelentes para los cinéfilos de la ciudad de México, Cuernavaca y Toluca. De las 11 películas programadas no puede señalarse una sola elección desatinada, y tal vez lo más novedoso de la propuesta anual sea permitirnos apreciar muestras notables de la producción fílmica oriental. Una de ellas es Diecisiete años, la película más reciente del director chino Zhang Yuan, de quien se conocen en México Los bastardos de Beijing, de 1993, y Detrás de la ciudad perdida, de 1997, exhibida hace poco en el cine club del Centro de la Diversidad Sexual.
Zhang Yuan es figura destacada de la llamada Sexta Generación de cineastas chinos, la que surge después de los sucesos trágicos de la Plaza Tiananmen en 1989, y que sucede a la generación de Chen Kaigé (Adiós mi concubina), Zhang Yimou (Sorgo rojo) y Tian Zhuangzhuang (El papalote azul). Contrariamente a Yimou, cineasta con obsesiones y constantes temáticas bien definidas, y con un estilo plástico inconfundible, el director de Diecisiete años sorprende por su variedad de recursos estilísticos y por la sutileza con que cuestiona la realidad política de su país. En esta película se revela además como un estupendo paisajista urbano. La ciudad continuamente sumida en la niebla es la ilustración elocuente del estado de ánimo de la protagonista, Tao Lan (Liu Lin), una adolescente que asesta un golpe mortal a su hermanastra por una ridícula disputa familiar y termina en la cárcel cumpliendo una condena de diecisiete años. Su buena conducta en el presidio le permite ser premiada con una salida excepcional para festejar el fin de año con sus familiares. El difícil rencuentro con su madre y su padrastro es el tema medular de la cinta.
A partir de un suceso de nota roja, y con un tono muy próximo al melodrama, Zhang Yuan ofrece un soberbio arranque (los primeros veinte minutos) en el que sitúa el conflicto familiar: la exasperación de la madre, la resignación del padre, harto ya de la esposa, dispuesto a concentrar su entusiasmo afectivo en su hija, y la rebeldía e inadaptación de Tao Lan, en franca oposición con la aplicación e hipocresía de su hermanastra.
La leyenda "Diecisiete años después" marca una transición en el tono, estilo e intensidad de la cinta. Del encierro doméstico se pasa al orden penitenciario, con la descripción de disciplinas y rutinas propias de un campo de concentración, y una toma admirable que sitúa el muro del penal a mitad de la pantalla ofreciendo vistas paralelas de la actividad carcelaria y del ajetreo citadino. Con el anuncio de su permiso de salida, inicia el último episodio del tríptico de Yuan, el regreso a casa. Con un marcado saludo al neorrealismo y claras afinidades con el cine de Yimou, en particular Qiu-Ju, una mujer china, el realizador muestra el empeño de una funcionaria de la cárcel, a la que Tao Lan, insiste en llamar "capitana", por conducir a la reclusa hasta el domicilio familiar, de pronto difícil de localizar. Los temas de la culpa y la redención dominan en este largo itinerario urbano, y se concentran en la actitud callada, casi hosca, de la protagonista, reticente en todo momento a enfrentar el momento decisivo del rencuentro.
En un primer análisis, esta última parte, de dramatismo muy intenso, parece apuntar hacia la reconciliación y el optimismo, como si del drama familiar hubiera que desprender una lección social edificante. Sin embargo, son múltiples las anotaciones del cineasta que apuntan, a lo largo de la cinta, hacia una dirección opuesta. El rechazo del lirismo en la descripción urbana, la generosidad de la celadora tan opuesta al rígido papel que debe jugar en la burocracia carcelaria, el abandono en que viven los padres ya envejecidos, resignados a la reubicación domiciliaria que les impone el gobierno, y sobre todo la persistencia de la disciplina totalitaria en los refranes de arrepentimiento y deseo de redención social que las reclusas deben corear de modo marcial en todas sus faenas. El desencanto es la nota que predomina en esta cinta de Zhang Yuan: imposibilidad de la armonía familiar (la hermanastra confiesa que su afán por el estudio sólo es anhelo por largarse del hogar donde su padre la adora; su muerte accidental es liberación anticipada, irónicamente cruel); una ciudad sin calidez y sin atractivos; un espacio doméstico sombrío, con seres apagados, jubilados del radiante optimismo oficial. Y con todo ello, la película conserva un vigor inusitado, hecho menos de denuncias que de constataciones parcas e inclementes. La amistad que crece entre las dos protagonistas, la celadora y la reclusa, es un signo de vitalidad en un entorno mortecino. Ese mismo vigor anima lo mejor del cine chino actual.
Diecisiete años se exhibe esta semana en el cine Lumiere Reforma.