DOMINGO 20 DE AGOSTO DE 2000
Los derechos de la madre y el producto
La bioética como tal se consolidó en Estados Unidos dentro del marco histórico de la discusión del aborto.
Si bien en la actualidad las opiniones se han polarizado de manera irreconciliable en Pro Vida (Pro Life) y Pro Elección (ProChoice), existía en aquel entonces entre los estudiosos del tema un verdadero interés por obtener una solución intermedia en la que tanto los derechos de la madre como los del producto fueran considerados.
Así, en el verano de 1964, los principales filósofos y teólogos católicos y protestantes ųmuchos de los cuales se convertirían más tarde en los dirigentes de los centros de bioética de Estados Unidosų se reunieron en el coto de Hyannisport de la familia Kennedy. La agenda se había programado para discutir los aspectos políticos y éticos del aborto. El senador Edward Kennedy se lanzaba a conquistar la relección en Massachusets y Robert Kennedy hacía campaña por Nueva York. Los hermanos Kennedy necesitaban salir del encuentro con una propuesta que fuera, a la vez, compatible con las enseñanzas de la Iglesia católica y con el clima político del país.
El sacerdote jesuita Richard A. McCormick, teólogo y progresista moderado representante de la corriente de renovación impulsada por el papa Juan XXIII, fue quien logró una respuesta unánimemente favorable de parte de sus compañeros. Y no por casualidad: la propuesta de McCormick respetaba el contexto de pluralismo moral de la sociedad estadunidense y reivindicaba los ideales democráticos de la nación.
Más aún, el teólogo jesuita partía de la premisa de que una ley de restricción rigurosa no promovería resultados positivos, sino que generaría mayores males sociales que los que pretendía evitar. En pocas palabras, el padre McCormick se pronunció moralmente a favor del "mal menor".
McCormick escribiría después: "cuando trato de incorporar la evaluación cristiana de la vida fetal en la escena estadunidense contemporánea y desarrollar una ley de aplicación factible, yo considero realista decir que mucha gente estaría de acuerdo con que el aborto es legalmente aceptable si la alternativa es la tragedia, pero es inaceptable si la alternativa es la inconveniencia. También creo que los ciudadanos pueden distinguir claramente entre las dos".
Una política legislativa acorde con lo anterior prohibiría el aborto a menos que: a) la vida de la madre esté en riesgo; b) haya una seria amenaza a su salud física o a la duración de su vida; c) el embarazo se deba a violación o incesto; d) las deformidades fetales sean de tal magnitud que los esfuerzos para mantener la vida no sean considerados obligatorios después del nacimiento.
"Yo no considero que estas sean excepciones que impliquen un bien moral. Pero creo que en este momento, mucha gente considera que la continuación del embarazo en tales circunstancias es un acto heroico, que no debe ser exigido por la ley y porque entre los males asociados con cualquier ley, éstos son los males menores".
McCormick escribió lo anterior en 1979, cuando la Iglesia ya se había pronunciado en contra del fallo Roe Vs. Wade (que legalizó el aborto en EU), calificándolo como erróneo, injusto e inmoral. Tal reacción se generó porque el Tribunal Supremo de EU había dictaminado en 1973: autorizar el aborto sin limitaciones en el primer trimestre; autorizar con restricciones en el segundo trimestre y prohibir el aborto en el tercer trimestre, excepto si hay riesgo para la salud de la madre.
De acuerdo con lo anterior, los magistrados habían decidido que en el primer y segundo trimestres debe prevalecer el derecho a la libertad reproductiva y protección de la intimidad de la mujer, mientras que el derecho a la vida del feto deberá protegerse y tendrá prevalencia a partir del tercer trimestre en que ya es segura su viabilidad fuera del seno materno. Ni derechos absolutos para la madre, ni derechos omnímodos para el feto.
Posteriormente en la resolución de Webster en 1989, el Tribunal Supremo se negó a revocar esta sentencia, pero invitó a las 50 legislaturas estatales a tomar una decisión por su cuenta.
(La doctora Sonia A. López, autora de este fragmento, es catedrática e investigadora de Fisiología y Bioética en la Universidad Autónoma de Nuevo León y es integrante de la Academia Nacional Mexicana de Bioética)