Pablo Espinosa Ť Una imagen en retrospectiva:
La sonrisa a flor de piel, hirsuta como su barba blanca y cortísima, que le dota de un aura cuasi mágica. La voluminosidad suspendida en el aire por sus emblemáticos tirantes que le rodean esa cúpula corporal desde las trabillas delanteras de su pantalón hasta las traseras. La voz de bajo profundo de ópera bufa, un duende nacido entre acto y acto de una obra maestra de la commedia dell'arte.
Estamos en un restaurante de Cuévano durante una versión del Festival Cervantino. El maestro Franco Donatoni pone como una condición para conceder una entrevista que ésta sea durante la cena.
Cómo negarle tal placer a un degustador de los placeres de la vida.
Sobre la mesa, ricas viandas, una hermosa mujer, muchas bromas y el sentido del humor interminable, ironías finérrimas, allegro giocoso, del maestro Donatoni, tan voluminoso él como exquisitos sus gustos culinarios, su regusto por el placer de la carne y los juegos de palabras y que come como postre, los pide a grito, frijoles negros, mexicanísimos.
Luego de la entrevista uno tiene la certeza de haber conocido en persona a la viva rencarnación de Gioacchino Rossini.
Tan genial el uno como el otro. El espíritu lúdico del Gordíssssimo Rosssini y el alma ludiquísima del otrora depresivo maestrísimo Donatoni.
Esos viajes fueron propiciados por Víctor Rasgado, su discípulo mexicano con su colega Juan Trigos.
En una entrevista --en la cual Donatoni hace alusión a sus pretéritas depresiones y a su luenga raigambre como maestro de música-- publicada por la revista Pauta en 1993, Víctor Rasgado describe: "Franco Donatoni vive como casi todos los milaneses, en un pequeño departamento cerca de una de las paradas del Metro, sin ningún lujo y con las paredes llenas de cuadros, fotografías de músicos, y un enorme sombrero mexicano".
Tiene razón Rasgado: "Encontrarse con Franco Donatoni es una experiencia cada vez diferente y siempre inolvidable".
El mundo no habrá de olvidar, por ejemplo, aquella noche cuando se estrenó una elegantísima partitura suya, basada a su vez en una de Johann Sebastian Bach. Y no habrá de olvidar la memoria de quien se precie de humano que a la hora de los aplausos apareció el autor, que no era otro sino el mismísimo Donatoni pero disfrazado de Bach.
FRANCO adiós, maestro DONATONI.