SABADO 19 DE AGOSTO DE 2000
* El laberinto circular *
* Ivan Ríos Gascón *
Hace cincuenta años, Octavio Paz escribió que la mexicanidad es "una manera de no ser nosotros mismos, una reiterada manera de ser y vivir otra cosa. En suma, a veces una máscara, y otras una súbita determinación por buscarnos, un repentino abrirnos el pecho para encontrar nuestra voz más secreta"; esas palabras alumbran los pasajes del laberinto poblado de minotauros y quimeras que es nuestro reflejo, porque el espíritu, como el movimiento de los planetas, tiende a la circularidad.
Hace cincuenta años, Octavio Paz aclaró que la soledad no es sino el sublime rostro de una orfandad que no puede conjurarse; que la soledad es vacío y anecdótica embriaguez de sí mismo y de los otros, ascensión orgiástica sobre el universo en que la sombra de la muerte es el paradójico ritmo del caos y la vitalidad perpetua, porque es cierto, el laberinto no sólo es nuestro, es de todos los hombres: de aquéllos que se burlan del tiempo y su caída; los que hacen de la lengua el simulacro de un paroxismo de ilusión y olvido; los que en el origen buscaron el cobijo en la frondosa vegetación de sus pasiones y sus vicios, sus debilidades y miserias, sus contradicciones y virtudes. Quizá es por eso que nuestro mayor poeta advirtió: "La 'grandeza mexicana' es la de un sol inmóvil, mediodía prematuro que ya nada tiene que conquistar sino su descomposición".
ƑY qué ha cambiado en estos años de recuerdo y desmemoria? ƑQué hemos resuelto nosotros, herederos de una tradición que subyuga y aísla, que trastoca la voluntad por mostrarse y nos sepulta en un deseo aplazado por las infinitas agonías de una razón enturbiada por la fe y el sacrificio?
El laberinto de la soledad sigue siendo el manifiesto y la poética de lo ausente. El periplo por el temperamento de una sociedad donde el crimen nos dirige a una "efímera trascendencia"; hace cincuenta años, Octavio Paz observó que en la noción civil del mexicano confluyen la desesperanza, el tedio y la clausura, que la alteridad y la conciencia de la historia fueron apuntaladas por la perenne inmolación que forjó a héroes y santos, justos y mártires, dioses y musas, en un retablo donde la penitencia ha sido el principio fundamental de un credo político y sociocultural en conflicto permanente. Donde la transgresión es singularidad y es atributo: la fuga ardiente hacia una libertad que nos devuelva al absoluto; "el mito acude a la complicidad de los instintos", dijo Malraux, y en la panoplia moral y emocional del mexicano, la transgresión es una búsqueda sutil, el clamor de los azares colectivos porque "el mexicano no sólo no se abre; tampoco se derrama".
"La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida", y esa muerte sigue siendo el ritmo giratorio de un cuerpo social que pierde el equilibrio en las luchas por la legitimidad, la tolerancia, la igualdad y la justicia. La muerte es, en suma, el delirio religioso que nos hace transparentes, espectrales, en una parábola de ludismo fúnebre que concilia al bien y el mal: en este reino de la democracia falsaria o encubierta, el mexicano prosigue en la aspiración de un espacio abierto al que, paradójicamente, él no quiere abrirse. Un sitio ideal donde convivan la diversidad, la subversión, la disidencia, y esa anhelada habitación es la cultura, el universo de lo permisible y lo múltiple y caótico: ser es ser percibido, dijo Berkeley, pero aquello es, precisamente, la mayor de las fobias que Octavio Paz adivinó del mexicano: en la máscara de la simulación, la falsedad y el mimetismo, las expresiones más humanas se extravían, y el amor y el erotismo se transfiguran en combate; la poesía, que Paz reflexionó con Dámaso Alonso, sigue siendo "goce puro, recreación artificial de una naturaleza ideal" y en la emancipación de las trampas de la razón, la fe, la moral y la utopía, sólo podemos vislumbrar un terrible desconcierto.
"El hombre es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro. Su naturaleza --si se puede hablar de naturaleza al referirse al hombre, el ser que, precisamente, se ha inventado a sí mismo al decirle 'no' a la naturaleza-- consiste en aspirar a realizarse en otro. El hombre es nostalgia y búsqueda de comunión. Por eso cada vez que se siente a sí mismo se siente como carencia de otro, como soledad", y, en las palabras de Octavio Paz, podríamos resumir las luchas y derrotas de un México que se ha convertido a sí mismo en sinónimo perpetuo de carencia.
El laberinto de la soledad sigue siendo la obra que resguarda el misterio de la identidad mexicana, donde el hombre y la historia confluyen en la intrincada geografía del cielo y el infierno.