SABADO 19 DE AGOSTO DE 2000

 

Ť Enrique Calderón A. Ť

ƑQué mueve a Pro Vida?

Resulta difícil mantenerse al margen de la actual crisis moralina desatada por grupos fundamentalistas que se proclaman defensores de la vida y de la verdad única, como justificación a conductas difíciles de entender, que supuestamente pertenecen a un pasado ya superado, pero que resultan francamente delictivas en cuanto desconocen los derechos de terceros y terceras.

Resulta así altamente sospechoso, que organizaciones como Pro Vida no alzaran voz alguna cuando ocurrió la masacre de Acteal, no obstante que en ese crimen se privó de la vida a niños pequeños y a mujeres, varias de las cuales estaban embarazadas, corriendo igual suerte los hijos que llevaban en su seno. ƑPor qué entonces Pro Vida y sus similares no abrieron la boca? ƑAcaso sería porque les proporcionaba beneficio alguno? ƑO más bien porque sus benefactores podrían enfadarse, tratándose de hombres, mujeres y niños indígenas? Acteal es desde luego una referencia obligada; casos de crímenes de periodistas, de activistas políticos y de mujeres indefensas, asesinadas luego de ser ultrajadas se cuentan por centenas; en todos ellos la conducta que ha caracterizado a estas organizaciones ha sido el silencio. ƑNo deben acaso una explicación de su incongruencia, si quieren ser consideradas en serio?

Por otra parte, el sustento ético de quienes abogan por que se paralice el aborto para las mujeres violadas, resulta de una irresponsabilidad absoluta en cuanto afectaría a los más débiles con una saña inaudita. Imaginemos, por ejemplo, el caso de una mujer violada, con dos o tres hijos pequeños a los cuales sostiene con su trabajo. ƑQué seguiría para ella y esos niños? La lista de aberraciones posibles se desborda por todas partes. Qué fácil resulta para quienes parecen estar destinados a ser los nuevos funcionarios de salud, recomendar a las mujeres violadas o con otros graves problemas, que continúen sus embarazos, ofreciéndoles apoyos que carecen de todo sustento real, como el que podría constituir un fondo que garantizara mínimos de bienestar para la madre y el niño durante toda la niñez y la adolescencia de éste, y aun así los efectos traumatológicos para ambos serían difíciles de superar.

No me gusta repetir historias ya contadas, pero escuchar a Serrano Limón, describiendo cómo un legrado es equivalente a quemar y luego descuartizar a un niño pequeño e indefenso, y observar sus muecas que es difícil distinguir si eran de horror o de fascinación me ha vencido, no puedo dejar de recordar un día hace unos 25 años en que le llamé a mi oficina en la Secretaría de Educación Pública, para que me explicara por qué gustaba de poner pólvora en los ceniceros, para que éstos dieran un flamazo cuando algún fumador acercaba su cigarro para apagarlo o sacudirle algunas cenizas.

Ese día sus bromas de mal gusto habían logrado un efecto predecible, a un joven se le incendió una manga y luego todo el suéter de lana que llevaba puesto, causándole quemaduras severas que hicieron necesaria una visita de emergencia a un hospital cercano. La respuesta de Serrano Limón, quien trabajaba entonces bajo mis órdenes, me sorprendió por lo inusitado de su franqueza: "Mire, lo hago por su bien, es una forma efectiva de quitarles el vicio del cigarro; al hacerlo me siento una especie de mensajero de Dios". Han pasado 25 años desde entonces, las palabras quizás no fueron exactamente las mismas, sin embargo la esencia del mensaje es exacta. Por supuesto que ese fue el último día que trabajó en la SEP; la necesidad de ayuda psicológica y de atenderlo en una clínica psiquiátrica me resultó fuera de duda; hoy sigo pensando igual.