VIERNES 18 DE AGOSTO DE 2000

Ť Cuando ejecuta el piano parece tener las manos entre el cerebro y el corazón


Eddie Palmieri, el desbordado vigor del ritmo

Ernesto Márquez Ť La música afroantillana ha sido pródiga en excelencia pianística, pero Eddie Palmieri es, sin duda, el más moderno, el más estudioso, el más arriesgado y el más revolucionario.

Lo curioso del asunto es que él deseaba ser percusionista y por imposición de sus padres tuvo que aceptar el piano como su instrumento.

A los 14 años debutó como músico profesional en la banda de Johnny Seguí, de la cual lo corrieron por tocar muy fuerte. Luego estuvo con Vicentico Valdés, Tito Rodríguez y en la agrupación de su hermano Charlie, hasta que en 1961 formó su propia orquesta, La Perfecta, donde la fuerza de su sonido descanzaba en los trombonistas Barry Rogers y José Rodríguez, con los que desarrolló un concepto instrumental innovador que evolucionó desde la charanga (violines y flauta) hasta el conjunto tipo combo.

Palmieri elevó a la máxima expresión el guajeo de trombones (que había iniciado años antes Mon Rivera) y apoyándose en esa particularidad compuso y arregló sus primeros temas, que destacaban por un sonido ronco y agresivo que marcaría la pauta de lo que más adelante se conocería como "salsa".

Desde entonces Eddie nunca ha dejado de experimentar nuevas combinaciones rítmicas y sonoras, apostando siempre, sin ningún tipo de límites, a una música que se caracteriza por su osadía y por el desbordado vigor de su ritmo.

Sus creaciones tienen un nivel de elaboración que asumen influencias que van desde el son cubano y la rumba hasta el rithm & blues, el funky y el soul, pasando por Bach y Debussy.

Eddie Palmieri es un músico abierto que conjuga todo con la naturalidad de sus virtudes. Pianísticamente es un hombre que parece tener las manos a medio camino entre el cerebro y el corazón, que piensa y siente en la misma décima de segundo.

Es un pianista agresivo, casi hasta el desplante, que crea y desarrolla notas "en racimo" que asombran por su claridad y propósito comunicativo. Su formación estrictamente del barrio -nació en el Bronx neoyorquino el 15 de diciembre de 1936- y su vocación por las fusiones le han llevado a combinar sobre un mismo teclado la influencia de su entorno.

En ese sentido el pianista del Bronx ha sido un precursor incómodo para aspirantes mediocres. Desde que empezó lo hizo introduciendo todos los elementos musicales que se encontró en el camino, desde el tango hasta el bossanova pasando por la música guajira puertorriqueña, el jazz y la canción mexicana.

No muchos le entendieron, pero el hombre siguió adelante y no conforme con esta nueva sonoridad orquestal incluyó una espectacular ejecución pianística donde el diálogo de las dos manos sobre el teclado sustituyó al diálogo tradicional entre instrumentos o entre instrumentos y coros. Una técnica, "su" técnica, donde una mano responde armonicamente por los acordes rítmicos de la otra, estableciendo una conjunción afortunada de las danzas latinas y afrocaribeñas con la vena jazzística.

Por esos años -principios de los setenta- ya era famosa la frase que ahora se corrobora con insistencia: "El montuno de Palmieri es el montuno de Palmieri y nadie más le pone y lo suelta como él".

Eddie suele comenzar sus conciertos con una sesión de calentamiento que constituye toda una demostración de virtuosismo emitida por los veintitantos dedos de sus manos.

Los que no saben y llegan pensando que asisten a un concierto de jazz, en el transcurso tratan siempre de descifrar que es lo que está pasando: Primero escuchan las formas clásicas del género, luego, al instante, cambian de emoción y se sienten arrastrados por la fuerza del Caribe, luego por sonidos extraños, después por Bach o Beethoven... Y así, hasta sentir cuerpo y alma rendidos ante la magia de una música que no cesa y que es un todo, como la vida misma.

Uno ve a Palmieri y parece que está luchando con el teclado para extraer torrentes de notas a velocidades supersónicas; aunque la voluntad creativa va más allá de la exhibición. Evidentemente lo que a Palmieri le interesa no es el que le reconozcan sus virtudes sino el gozo que puede generar con su música. Por lo que mantiene -para saciar esta inquietud- tres tipos de agrupaciones: una orquesta de baile integrada por 13 elementos, un trío acústico de jazz y un octeto de jazz afrocaribeño, que es con el que se presenta esta vez -como hace cuatro años- en la Sala Nezahualcóyotl.

El dice que en todos los formatos su música vuela alto pero que con el octeto ha logrado conjuntar todas sus aspiraciones dentro del jazz latino, que por demás define como una suerte de "fiebre contemporánea" que nació "de la unión de ritmos del Caribe y el jazz de los treinta".

Eddie está feliz, hemos charlado con él y el hombre se muestra entero y con muchas ideas por desarrollar. Nos dice que por fin ha podido realizar uno de sus grandes sueños: "matrimoniar la música mexicana con el jazz" -en su reciente producción discográfica, Masterpiece, que hiciera al alimón con el gran Tito Puente, incluye un tratamiento al Cielito lindo y el Son de la Negra- y aunque lo tiene todo para ser un jazzman respetable humildemente marca una diferencia entre lo que él hace y el trabajo de gentes como McCoy Tyner, Chick Corea y Keith Jarret: "Soy solamente un pianista", señala. ''Un pianista del género afroantillano, con aspiraciones a desarrollar mi propia técnica''.