VIERNES 18 DE AGOSTO DE 2000
Ť Juan Soriano y su espiral gráfica Ť
Ť Alberto Ruy-Sánchez Ť
Su extensa obra gráfica: serpiente de luz, de claroscuros, de visiones llenas de ironía y simpatía elemental por las cosas del mundo. Cada obra una escama de la serpiente, una ventana concisa que se abre a un mundo interno infinito. Es evidente que si bien muchos de sus grabados, serigrafías, aguafuertes, etcétera, tienen como pretexto, o más bien dicho como preimagen, una narración precisa, sus imágenes nunca son llanas ilustraciones de esos textos previos o simultáneos. Son imágenes de una fidelidad infinita al horizonte Soriano que las crea. Y sin embargo penetran como bisturí en el mundo narrativo que las acompaña. Se dejan impregnar con desenvoltura de la mejor de esas otras existencias previas. Con sensualidad se bañan en esas fuentes, no las ilustran. Así lo hizo con el universo rulfiano de manera ejemplar (Ver "Juan Soriano en Comala", en la carpeta Cinco lecturas del mundo de Juan Rulfo). Así también, por ejemplo, sucede tanto en sus trabajos para el poema dramático Ifigenia Cruel de Alfonso Reyes, ilustrada al buril en los años sesenta, como en su Animalia, del mismo autor, ilustrada con dibujos tres décadas después. En los primeros la línea teatral se desliza veloz dando más importancia a la tensión dramática de la escena que a los contornos formales de los cuerpos en el escenario. En los segundos las formas animales son privilegiadas sobre cualquier historia, como llevando más a fondo la línea de Ifigenia Cruel para hacer que forma, misterio y destino vayan juntos.
Las dos deslumbrantes aguafuertes que acompañan a La moda y la muerta de Giacomo Leopardi, de 1989, serían excepcionales si la misma delirante narrativa estuviera instalada como una de las esencias del horizonte Soriano.
Sus litografías de 1944, El árbol y Sirenas-esqueleto con un ángel, están emparentadas muy cerca con sus muy logradas imágenes mágicas de El perro negro y Ciudades y días, hechas cuarenta años después.
Curiosamente, conocí hace veinte años a Juan Soriano mientras trabajaba precisamente la piedra para una litografía, El murciélago. Entre todos los artistas que en esos días grababan en el famoso taller Clot, Bramsen y Georges de París, Soriano era el que más intensamente trabajaba y con obsesión más lúcida. Su noche verde para un murciélago azul en el hueco de un árbol fantasmal se me quedó grabada para siempre. Me di cuenta entonces que un buen grabador no sólo graba sobre papel sino sobre la mente, sobre la visión interna. Tal vez más que la pintura, el grabado tiene la propiedad de clavarse en el ánimo como una entintada huella digital sobre un documento. La pintura se fija en nosotros como una superficie extensa, el grabado como una punta esmerilada que nos dibuja por dentro. La pintura, si hay suerte, nos envuelve y entra por la piel. El grabado nos pinta una espiral en el cuerpo y entra mordiendo cuando sus líneas dibujadas son como navajas.
En esa misma época, 1975, en Los felinos, que tiene un antecedente conmovedor en Los leones, de 1951, continúa haciendo Soriano de su animalia personal un mundo elocuente y a la vez elemental. Por su sencillez, afectivamente indispensable, el mismo gato se mueve entre las hojas en una litografía de 1982, y nos hace sentir extrañamente que esas hojas son nuestras manos, nuestros brazos. Soriano nos hace recoger al gato y llevarlo muy cerca de nuestro cuerpo. Nos los entrega más allá de nuestra mirada.
Tanto Mujer y peces, de 1976, como Juegos acuáticos, de 1989, muestran la dulce perversidad que impregna hasta las más inocentes imágenes de Soriano. Su horizonte nos sonríe con una calma sensual que es juego y divertida cortesía. Clave a la vez de su relación sensual con las formas de los animales, tan abundantes en su obra. Con menos cortesía pero sonrisa más amplia, su Bacanalia, de 1989, continúa el juego. En Los amantes, de 1991, que acompaña una carpeta con poemas de Octavio Paz, la pareja en el lecho me recuerda a unos felinos en la azotea, con cuerpos menos ágiles. La animalia de Soriano se extiende hasta convertirse en nuestro múltiple retrato utópico, o en nuestra sensación fugaz de ser otra casa, como en Pájaros volando, de la misma carpeta.
Pintado, esculpido o grabado por Juan Soriano, el arte es un estado de excepción gracias al cual se muestran desnudas las cosas que de verdad están en el mundo. Incluyendo nuestras fantasías, nuestros sueños. Y nuestra mirada, también desnuda y alucinada, está con ellas.
(Fragmento del texto incluido en el catálogo que acompaña la exposición Juan Soriano. Obra gráfica 1944-2000)