JUEVES 17 DE AGOSTO DE 2000
* Olga Harmony *
Once
Hay que solidarizarse en todos los espacios que tenemos con Ahumada y protestar por las oscurantistas reformas al Código Penal de Guanajuato, porque la embestida viene brutal y parece regresarnos a épocas pasadas, no tan lejanas como el medioevo ųaunque medieval parece en sus modosų de la censura por moralina o por cuestiones religiosas. Pero también hay que ocuparse de las otras cuestiones que nos atañen, y yo lo hago al referirme a este cuento de hadas, no sin preguntarme si el desnudo Cupido que aparece no será ųu otro semejante, porque el espectáculo no volverá escenificarse entre nosotrosų vetado en un futuro.
Once... es un título que puede prestarse a equívocos en México, porque en nuestro idioma nombra un número, aunque la intención del grupo ųsin duda para hacerse entender en sus giras, empleando la lengua ya por desgracia internacional, sin necesidad de traduccionesų es empezar con el "había una vez" en inglés. En los Encuentros Internacionales del Teatro del Cuerpo (éste es el III) se imparten talleres y cada año se invita a un espectáculo extranjero. Este año es el Theatre Derevo, de origen petersburgués, pero afincado en Dresden, que dirige Anton Adassinski, que presenta espectáculos de creación colectiva sin duda afinados por el propio director. Once... adolece de la falta de limpieza dramatúrgica de todos los espectáculos de creación colectiva, con escenas que rompen la estructura y desvían la historia contada, como podría ser la del monje-muerte que enseña al clown cómo tirar una estocada, lo que da lugar a escenas muy graciosas pero muy fuera del contexto dramatúrgico.
A las fallas dramáticas se opone una amplia gama de recursos más allá de la clownería, como la danza Butho o la Commedia dell'arte y la ambivalencia entre chiste circense y tono grave y molecúlico que asemeja a este espectáculo con el de nuestro conocido Daniele Finzi con su Teatro Sunil de Suiza, aunque Finzi emplea algunos diálogos, ausentes por completo en Derevo. Y aunque para mí, como para muchos otros, el teatro sin palabras es un teatro trunco, la gran capacidad, tanto del director como de los actores ųsólo cinco, contando al director que parecen multiplicarseų para utilizar las variadas técnicas no puede menos que rendirnos a su gracia y su maestría.
En una escenografía de Maxim Issaev, compuesta por casitas simultáneas de un cuento de hadas, que se transformarán en mazmorra sombría con sólo darles vuelta y con la muy eficaz iluminación de Thomas Rothe, apoyado también por la música de Andrej Szintsev, el director crea diversos mundos, con iconografía tomada de diversas partes. Así la extraña recreación de México, con un inusitado acento en una especie de Jardín de las delicias (que no nos molesta porque sabemos que habitamos el caos) y que deviene en una bella imagen del inepto Cupido convertido en un San Sebastián con el hato de flechas que recogió tras dispararlas, si bien es otro momento que confunde la historia, tiene gracia y encanto. O el orientalismo de la escena de la novia robada, en que las largas uñas del pretendiente malo nos hacen pensar en el mismísimo Maligno.
Es deliciosa la escena de Angel y retrato, en que el barquito del cuadro se mueve y echa humo, para mostrar después chistosos retratos de marinos y al clown enamorado con su periscopio, lo que dará lugar a otra escena circense. Circo a la vieja escuela es la persecución del enamorado por policías entre el público, o el juego del regalo en que el enamorado gana, por única vez, la partida. Los disparos al azar ųque rematan a un inocente futbolistaų contrastan con escenas de gran melancolía, como la flor depositada para la novia fallida, o bien con la idea de un cometa cazado en el que montará el clown para buscar a su amada y que al final vemos alejarse, con el mismo muñequito que asomó al principio, una vez la boda consumada y el amante muerto. El farito del cuadro, con su luz, es lo último que vemos de este espectáculo grotesco y tierno, de grandes contrastes.