JUEVES 17 DE AGOSTO DE 2000

Cambiar de parroquia

 

* Soledad Loaeza *

EL PRI PERDIO LAS ELECCIONES de julio porque no supo responder a la principal propuesta de Vicente Fox: el cambio. Una idea que, además, el candidato de Acción Nacional presentó de manera astuta como algo sencillo, indoloro, de ninguna manera catastrófico ni grandioso. Así logró desactivar los tradicionales temores a lo desconocido de un electorado conservador, que en el pasado había preferido lo malo por conocido. El mensaje del candidato del PAN era muy simple, en el fondo lo único que parecía proponer era un cambio de personas, que de ahí vendrá todo lo demás. Como si atribuyera a sus propias virtudes y a las de sus cola-boradores un enorme poder de transformación.

Dentro de esta atmósfera favorable al cambio, muchos han dejado de ser priístas, o lo que fueran antes de Fox, para convertirse en panistas de hueso blanquiazul. Es perfectamente natural y humano. Sin embargo, no podemos controlar la sorpresa que nos causa escuchar a quienes en el pasado denunciaban a la "derecha retrógrada", que ahora defienden lo que antes repudiaban, y miran al ho-rizonte con ojos esperanzados para decirnos que el candidato panista seguro no es como lo pintan la historia de su partido, sus decisiones o sus pronunciamientos. Es preciso empezar a acostumbrarse a los traslados partidistas. Hasta ahora, en México estos movimientos han sido mal vistos, se habían denunciado como un acto insuperable de traición. Pero hay que reconocer que esta intolerancia es una rémora del pasado.

El cambio de opinión es un derecho humano inalienable, que la mayoría de los electores ejerció el pasado 2 de julio. Ese día, el pueblo dejó la parroquia en la que rezó sin problemas 71 años, y se fue al PAN. Así se generalizó un espectáculo que en los últimos 12 años fue materia de ocho columnas, pero que ahora será una rutinaria parte de las costumbres democráticas que estamos por estrenar.

Así tendremos que aprender a no denunciar a quien cambia de colores políticos. Muy su gusto, sus afinidades, sus ambiciones y su estómago. El triunfo del PAN define las identidades políticas que en el pasado quedaban todas enredadas en la promiscuidad ideológica del PRI. Si de algo ha estado orgulloso Acción Nacional desde que se fundó, en 1939, ha sido de que tiene una identidad ideológica bien definida, la misma que lo defendió del aislamiento de años, que lo distinguió de los apéndices del partido oficial, y en virtud de la cual siempre, siempre ha estado a la derecha. Lo estuvo cuando se fundó como reacción a las políticas socializantes del cardenismo; se mantuvo en la derecha en la posguerra, cuando adoptó sin miramientos el anticomunismo feroz del papa Pío XII. Desde la derecha en la que estaba, el PAN se espantó cuando Adolfo López Mateos dijo que su gobierno era de extrema izquierda dentro de la Constitución. Se a-fianzó en esa postura en los años del liderazgo de José Angel Conchello, quien denunciaba a gritos la política de asilo a los exiliados chilenos que practicó el go-bierno de Echeverría; mientras las filas del partido aplaudían, le hacían ascos al presidente Salvador Allende y le daban la espalda al socialismo cristiano de Efraín González Morfín. Los diputados de Acción Nacional denunciaron en 1982 la expropiación bancaria con el argumento de que el gobierno entrante ųde Miguel de la Madridų pondría en práctica un "capita-lismo de Estado". Uno de los mejores amigos del PAN es el Partido Popular, de José María Aznar, que, hasta donde sabemos, es de derecha. Así, podríamos seguir dando un ejemplo tras otro de los rasgos que definen la identidad política de Acción Nacional. Por eso, es una barbaridad que ahora los que llegan de fuera quieran repetir con un presidente panista el confusio-nismo ideológico priísta. Ningún partido político moderno se opone a la justicia ni a la paz entre los hombres de buena voluntad. Todos coinciden en que hay que combatir la pobreza, pero discrepan en cuanto a la manera de cómo hacerlo. En esa discusión surgen las diferencias entre la derecha y la izquierda.

Es inútil regatear al PAN su identidad ideológica, como es inútil querer esconder a sus aliados objetivos, incluido el Opus Dei. Quienes tratan de hacerlo para justificar su emigración al nuevo partido en el poder insisten en oscurecer esa identidad, cuando lo más sencillo sería que admitieran que han cambiado de opinión, aunque eso signifique que están en el mismo bando de otros grupos e individuos que en el pasado denunciaban como adversarios. Ahora hay que asumir que con Fox también ganaron grupos de poder que no tienen ningún tipo de confusión ideológica. El triunfo del candidato del PAN no fue la victoria de una ma-yoría política que se rebeló contra una dictadura de siete décadas, sino el resultado de un cambio de opinión. La izquierda, por su parte, siguió trabajando y votando por Cuahtémoc Cárdenas.

Decía Aldous Huxley que la consistencia es contra natura, que sólo los muertos son completamente consistentes. Pero además, la inconsistencia no tiene por qué ser un problema moral, puede justificarse como capacidad de adaptación, sentido de la oportunidad o instinto de supervivencia. Lo que no se puede es camuflar la cruz de la nueva parroquia con los colores y la nostalgia de las capillas abandonadas. *