MIERCOLES 16 DE AGOSTO DE 2000
Ť Arnoldo Kraus Ť
Una historia
ƑQué es una historia clínica?
La historia clínica suele ser la biografía de una persona. Es el análisis de las muchas vidas que conforman la arquitectura de quien habla. Si quien cuenta lo hace a partir de la enfermedad, el tono y las metas de la historia variarán, dependiendo de los dolores del afectado y de la sagacidad del escucha. Hay entrevistas blancas y las hay imperecederas. En las blancas, nada pasa, nada sucede. En las segundas, nada muere, nada es efímero, todo dolor se convierte en historia. El ejercicio de la escucha suele entretejer lamentos infinitos, construcciones inacabadas y un cúmulo de ricas vivencias que devienen literatura.
Algunos escritores atribulados se han convertido en verdaderos "contadores" de enfermedad. Uno de ellos, Anatole Broyard, decía que "las historias son anticuerpos contra la enfermedad". Los médicos, en cambio, alegan que los anticuerpos son una suerte de defensa contra lo extraño. Para quien sufre, estas pequeñas partículas, los anticuerpos, toman la forma de palabras, oraciones o lamentos. Son vínculos a favor de su cura. Por eso Broyard tenía razón: la propia narrativa que uno construye sobre su enfermedad, que no es más que otra porción de la vida, es el mejor antídoto contra el mundo externo, a veces inmanejable, a veces asfixiante, sobre todo cuando se padece alguna patología.
La literatura sobre la enfermedad abunda. Se sabe, por ejemplo, que la tuberculosis afectó a grandes creadores. Se dice que las fiebres de ésta invitan a la melancolía y a la creación. Otros han aseverado que la enfermedad es una forma de deseo. Deseo que sirve para sembrar, para reinventarse y que suele cavar hondo ante la amenaza de los malos e inevitables caminos: invalidez, cronicidad, muerte.
De un paciente acometido, pero no vencido por el mal, escuché, antes de caer en fase terminal, las siguientes narrativas. Algunas fueron suyas y otras quizá no "tan suyas". Delata en ellas su interés por la enfermedad como tributo a la lectura de su patología y como reflexión de su sentir por la literatura de su mal.
Decía, antes de saberse derrotado por su enfermedad, que ante ésta sólo hay dos caminos: negarla o enfrentarla. Le respondí que la primera opción, la negación, implicaba el final. En cambio, propuse, la segunda vía, la confrontación, significaba adueñarse del tiempo y así construir una despedida apropiada.
Sabedor de su mal y sus tiempos, había optado, sin requerir consejo alguno por adueñarse y disecar, hasta donde pudiese, la enfermedad. Aseguraba que cuando uno tiene conciencia de su patología y sabe que la muerte espera, la casualidad y lo inocuo dejan de existir. Ya nada es ajeno, ya nada es distante. Todo es hoy. Todo empieza a ser casualidad. Otros lo han expresado de otra forma: la posibilidad de supervivencia es la mejor defensa ante los embates despiadados de la muerte-
Esa idea de persistir, de sobrevivir, la escriben algunos enfermos como metáforas, como cuentos, como una épica propia o como historias de su padecimiento. Narrarlas es una forma de cura. Recrearlas es inmunizarse. En cambio, callarlas es alimentar el peso del daño. No en balde algunas escuelas de medicina obligan a sus alumnos a leer poesía o participar en talleres de creación artística. Teatro, por ejemplo. Con esos instrumentos a la mano -notas musicales, letras, gestos, movimiento-, la sensibilidad del escucha se incrementa y los síntomas de los enfermos que carecen de una interpretación fisiológica, anatómica o lógica, se digieren bajo otro prisma.
Así, los sentires, convertidos en parábolas, en historias, se transforman en signos o síntomas. Los argumentos del paciente dejan de ser incoherentes, inentendibles o ininterpretables. Las palabras devienen signos, los rictus síntomas, los silencios, reflexión.
Esa es otra de las caras de la enfermedad: la modificación corporal producida por las células enfermas se lee desde una perspectiva diferente a partir de (y con) las bellas artes.
Ese enfermo, cuya narración de sus células estro- peadas transformó la vida en otra lectura, solía también decir que nunca había estado tan vivo, como cuando oía o palpaba la presencia de la muerte.