MIERCOLES 16 DE AGOSTO DE 2000

 

Ť Bernardo Bátiz Vázquez Ť

Causas de discordia

Nada es más vulnerable que una sociedad dividida por abismos ideológicos o doctrinarios; según Fujuyama, las ideologías han llegado a su fin a partir de la demolición del muro de Berlín, sin embargo, estamos viendo cómo por cuestiones de convicción, más que por grandes motivos económicos o políticos, se enrarece el ambiente social y los mexicanos nos alineamos en facciones intolerantes, recíprocamente dispuestas a enfrentarse y agredirse.

Pareciera que la historia no es una maestra eficaz y que fácilmente se nos olvidan sus lecciones. Tenemos grandes problemas enfrente, económicos, de desarrollo, tecnológicos, de justicia social y distribución del ingreso y nos enfrascamos en debates que parecen pueriles y que si ciertamente no son ociosos, tampoco tocan los temas más graves e importantes en este momento.

Tenemos enfrente la pavorosa sombra que avanza de la pobreza extrema, de la miseria de muchos, de miles de niños que llevan una vida infrahumana en las calles de las grandes urbes y nos ponemos a discutir si es conveniente o no perseguir con cárcel a las adolescentes que abortan, o por un dibujo destruido violentamente por ser considerado ofensivo. Estos temas que son importantes ciertamente, que deben deliberarse con razones, buen sentido y tolerancia recíproca, tienen sin duda conexiones cercanas con las libertades humanas, pero también con otros puntos muy sensibles de convicciones religiosas y doctrinarias

Los jóvenes que destruyeron el dibujo de Ahumada, que han pisado la cárcel por ello, que se ven sujetos a un proceso penal por daños en propiedad ajena, se han convertido para sus correligionarios en héroes de una causa y ellos mismos se han de sentir como campeones de sus convicciones religiosas y de valores que tienen en alta estima, del mismo modo que el artista cuya obra fue atacada, siente pisoteada su libertad de expresión y vulnerado su derecho de creación artística...

El incidente me recuerda la trama de La Esfera y la Cruz, genial novela de Chesterton, que relata los intentos siempre frustrados de dos enemigos, un católico irlandés y un escocés ateo, que deciden batirse en duelo, precisamente por un escrito que al católico le pareció intolerable, acerca de la Virgen María y que el escocés había publicado en su periódico de combate llamado nada menos que El Ateísta; la serie de aventuras que corren juntos, tratando de encontrar un lugar adecuado para matarse, acaba por hacerlos camaradas y finalmente amigos.

El incidente no puede menos que recordarnos también el tiroteo prácticamente incruento entre Puros y Polkos, que tuvo lugar desde las azoteas y las cúpulas de las iglesias de la capital, mientras los soldados estadunidenses invadían nuestro descuidado territorio.

Habrá tiempo y modo de dirimir si el aborto debe ser sancionado o si es un asunto de conciencia personal, habrá tiempo de discutir hasta dónde llega la libertad de expresión y si puede considerarse algún límite, especialmente cuando esa libertad va en contra de convicciones que también exigen no ser objeto de burla o escarnio; habrá tiempo de resolver por la discusión, el diálogo y el convencimiento estas cuestiones que hoy por hoy nos dividen y alteran.

Entre tanto, antes que esos pleitos distractores, antes que esas provocaciones y retos mutuos, debemos pensar en el enemigo común que avanza el paso; en la desigualdad, en la miseria económica y moral, en la injusticia y en el riesgo en que se encuentra nuestra soberanía.

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