MIERCOLES 16 DE AGOSTO DE 2000
Ť Luis Linares Zapata Ť
Imagen y gobierno
Aun mes y medio de las elecciones de julio la imagen del presidente electo y la del nuevo jefe de Gobierno en el DF empiezan a encontrar sus contornos básicos en el imaginario colectivo. La del Ejecutivo federal brota entre golpes espectaculares, rumores matrimoniales, giras externas a trompicones, recules instantáneos y en la cotidiana presencia en medios de él y de su equipo de transición. A veces son los contratados e innecesarios buscadores de cabezas y, en otras ocasiones, los brochazos inconexos de planes y decisiones despiertan el frenesí difusivo de sus futuras posturas públicas. Pero también las polémicas que él y sus colaboradores han desatado al girar tan ostensiblemente y también por las notorias y significativas ausencias en grandes y sensibles áreas de la actividad política. En cambio, la de la jefatura de la gran ciudad de los mexicanos va siendo definida por las propias negativas y secrecías así como por sus incipientes y reactivos adelantos. La insistencia en el referéndum para continuar o revocar su mandato es sólo una pieza de las muchas que todavía tiene flojas. Ambos triunfadores se afectan, quiéranlo o no, con sus mutuos desplantes y anunciados procedimientos pero, más que todo, por sus formas personales de abordar los retos que se les han ido presentando.
Nada se diga, al menos por ahora, de sus distintos orígenes, educación, experiencias, actitudes y compañeros de aventuras que mucho tendrán que ver en los contenidos, aspiraciones, alcances y límites de sus respectivos gobiernos.
Fox ha sido, con mucho, el candidato triunfante o presidente electo que más se ha hecho presente en el ámbito colectivo, a juzgar por lo ocurrido en el pasado. Los priístas optaron, con regularidad asombrosa, por respetar los postreros días de sus antecesores y patronos. López Obrador ha seguido, en lo fundamental, una discreta lejanía de la atención de medios aunque a últimas fechas trata de ocupar el espacio que le pertenece.
La primera diferencia entre ambos líderes se estableció en el propio enfoque con que abordaron los varios problemas de inmediata atención. Fox buscó resarcir los varios entuertos de campaña y pidió perdones hasta que la fórmula se gastó. Puso en práctica una táctica de acercamiento con la administración saliente y un trato gerencial para la transmisión de poderes con el propósito de hacerla lo más tersa posible. Introdujo así calma en los mercados. El doctor Zedillo contribuyó, con todo su entusiasmo e instrumentos a su alcance, a lograr tal cometido sin importarle las mohínas y desconciertos de los priístas que lo ven, de manera alterada y crecientemente ríspida, como el más notorio e importante motivo de su derrota.
Andrés Manuel, en su retiro momentáneo, no se permitió formar parte de las premuras de una evidente cargada, a la más antigua usanza, evadió los telefonazos y las fotos instantáneas y agradecidas. Quedó en espera de mejores tiempos y de una agenda precisa y de interés mutuo. En lugar de privilegiar los métodos administrativos y nombrar encargados de cada rubro para una transmisión planeada, arrancó un intenso programa de visitas y recorridos que tocarán lo que se pretende sean las bases organizativas de la sociedad capitalina. Gobernar desde abajo, lo llama. Movilización permanente de un lado, frente a la utilización dosificada de contactos organizativos con técnicas y especialistas reconocidos. Ninguno de los dos ha dado a conocer, aunque sea de manera incipiente, los lineamientos de su enfoque global. Los brochazos de aquello que se llama una concepción abarcadora. De ahí que los anticipos, en los dos casos, aparezcan como chispazos desordenados, menores o inconexos.
Fox, para mitigar quizá la desconfianza inicial, pero bastante extendida de su real capacidad de gobernabilidad, está haciendo lo posible para concertar acciones, llamar aliados factibles y mondar fricciones anteriores. Recibe toda clase de sugerencias, toca los más variados ángulos de la actividad nacional en un afán de apuntar su amplio abanico de atentas preocupaciones. López Obrador oculta su baraja de opciones a no ser por las confirmaciones de algunos distinguidos funcionarios actuales. Pero se abre de lleno sobre sus intenciones de mitigar y hasta corregir la inequitativa distribución del ingreso que se extiende sin miramientos por la ciudad y el país. Los dos se mueven con dificultades en los ámbitos de sus respectivos partidos políticos.
En el resumen de sus diferentes prioridades, bien puede decirse que ya se conocen, cuando menos, los programas que pueden definir los primeros tiempos de sus gobiernos. Uno por la profundidad de la reforma fiscal; y, el otro, por los alcances de su programa de atención social a los de abajo. Si López Obrador logra instrumentar un efectivo agrupamiento social de base y detiene el deterioro en la calidad de vida de los grupos más vulnerables (los de la tercera edad, los retirados), y Fox hace que todos paguen impuestos y equilibra el reparto, tendrán, los dos políticos electos, un arranque prometedor.