MARTES 15 DE AGOSTO DE 2000
* Ugo Pipitone *
Capitalismo confuciano
Asia oriental se encuentra en un momento crucial de su historia. La parábola del vado es gráficamente exacta para describir un modelo de desarrollo que hace tres años descubrió varias fallas en su interior y está hoy forzado a una transformación. Entendámonos, nunca existió un "modelo" en sentido estricto sino una serie de variantes nacionales alrededor de tres temas comunes: el sentido casi sagrado de la autoridad, la familia como unidad empresarial y la ética del rescate cultural-nacionalista.
El dilema asiático contemporáneo tiene dos aspectos, que son otras tantas preguntas. ƑCómo transitar de un sistema corporativo-autoritario a uno más eficaz en términos de competencia internacional y de bienestar interno? ƑCómo acelerar la apertura hacia el mundo conservando aquello que Mahatir Muhammad (primer ministro de Malasia) llama "valores asiáticos" y Lee Kuan Yew (patriarca, en pensión, de Singapur) denomina "valores confucianos". Escuchando a los dos líderes mencionados, a los cuales podríamos añadir Kim Dae Jung (de Corea del Sur) o Jiang Zemin (de la República Popular China), se oye un eco común: la voz colectiva que proviene de las mismas tradiciones históricas.
Estas raíces entrecruzadas en el pasado han producido en la actualidad una criatura histórica sin precedentes: el capitalismo confuciano. La primera réplica verdaderamente amenazadora al capitalismo blanco-cristiano de occidente. La amenaza no viene aquí del enemigo, sino del aliado que comparte las mismas reglas, pero sigue siendo "otra cosa".
Esta "otra cosa" es hoy objeto de presiones, internas e internacionales, para que se renueve, deje atrás sus tradiciones corporativas y autoritarias y se abra mayormente a los circuitos financieros internacionales. La respuesta asiática es: sí y no. Un artículo reciente de Lee Kuan Yew, aparecido en un número especial, dedicado a Asia, de Newsweek, constituye una excelente forma de aclarar los términos de la situación vista del lado asiático.
ƑPor qué ocuparse de Lee Kuan Yew? Porque discutir sus tesis nos pone frente a las complejidades que ninguna globalización podrá planchar como si fueran arrugas de la historia. Para algunos, la globalización es apenas un vientecillo transitorio que no obliga a alterar formas arraigadas de pensar. Para otros, está destinada a eliminar todas las diferencias mundiales. Entre esta clase de desvaríos --uno ingenuo y el otro evangélico anunciador de homologación cultural planetaria-- escuchar al viejo dirigente de Singapur nos recuerda los tiempos largos de la historia. Y la irreducible originalidad de Asia como universo de culturas.
El argumento es éste. Poderosas fuerzas de innovación tecnológica barren el mundo. "Para competir necesitamos un cambio de mentalidad para alentar la innovación y la creatividad. (Pero) no podemos enseñar la creatividad". Traduzcamos: una fase del desarrollo asiático, que se basó en la imitación de las tecnologías de occidente, se está agotando. Competir supone ahora capacidad para innovar. Así que las antiguas maquinarias administrativas asiáticas orientadas a crear, promover y encauzar los negocios, comienzan a revelarse inadecuadas.
ƑCómo defender los valores confucianos --se pregunta Lee-- en una sociedad en cambio acelerado? Conservando los dos valores fundamentales de la ética confuciana: respeto a los mayores y respeto a la autoridad. Afectar la autoridad, en la familia y en la política, es desanudar el tejido de conexión que mantiene unida una sociedad. He aquí una mezcla de Hobbes y Confucio. La legitimidad de la autoridad se asienta en el bienestar colectivo, y sólo a condición de que no cumpla esta tarea, el pueblo tiene derecho a la rebeldía. Estamos, evidentemente, en un universo en que la democracia puede ser un corolario pero no lo sustantivo. Lo que cuenta es la estabilidad política y el bienestar.
La moraleja de Lee es inevitable: "Esto es diferente del individualismo occidental, donde el individuo es glorificado como el irrefrenable agente del progreso". Es obvio que hay aquí una refiguración algo simplificada de occidente. Pero el problema queda: Asia oriental va hacia una renovación interna profunda sobre cuyas características (sobre todo, políticas) es imposible hacer predicciones desde el presente. Pero no parece muy probable que el "capitalismo confuciano", bajo las presiones de la globalización, abandone en el camino muchos de los rasgos históricos adquiridos en las últimas décadas. La historia puede renovarse, pero algo es seguro: no puede inventarse.