LUNES 14 DE AGOSTO DE 2000
Resolver la confrontación de clases, asignatura pendiente para Chávez
Las dos caras de Venezuela
Josetxo Zaldúa, enviado, Caracas, 13 de agosto Ť Arnulfo Martínez vive en el barrio 23 de enero, ubicado en los cerros de Caracas. Tiene 55 años, aunque no los aparenta, tal vez porque, reconoce jocosamente, "los negros disimulamos la edad mejor que los blancos''. Vivir en los cerros caraqueños es, salvo raras excepciones, sinónimo de marginalidad. De ahí la gente bajó en 1988 -recién estrenado el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato- para gritar su necesidad saqueando comercios y enfrentándose a las fuerzas armadas. Nadie sabe a ciencia cierta cuántas personas murieron en lo que se conoce como el caracazo.
Valentina Cisneros, madre de tres hijos, empresaria y perteneciente a la clase media, vive en el barrio de Los Palos Grandes, municipio de Chacao, uno de los más pujantes de la capital, y desde ahí vivió con terror aquellos inolvidables días que, pensó entonces, eran los del fin del mundo. Incumplidos sus temores, se dedicó a trabajar como mejor sabe, de sol a sol. Levantó así una microempresa pastelera (ella era a la vez jefa y única empleada) que hace poco vendió en muy buen precio a una franquicia estadunidense. Ahora, Valentina se dispone a emigrar a California. Está persuadida de que el futuro chavista no es para ella ni para quienes son como ella: "Ahora resulta que yo soy oligarca, sólo porque me rompo el alma trabajando y he conseguido un capitalito que me permite dar educación a mis hijos y tener una camioneta que ni es del año".
Martínez trabaja como chofer en un organismo no gubernamental y hoy se siente, después de una vida extensa en sacrificios -comenzó a trabajar a los ocho años-, como si viviera en el Palacio de Miraflores, sede de la Presidencia. Vehemente, rechaza que en el país haya crisis económica y, a modo de aclaración, dice que la crisis de hoy "no es de los pobres, sino de los de arriba". Cree que ellos temen perder lo mucho que tienen y no esconde cierto dejo de satisfacción cuando vaticina tal desenlace.
Para Valentina la película es otra: de entrada es blanca y aunque tampoco guarda especial simpatía por los partidos tradicionales, hoy en vías de extinción, como que le brinca ver a "un sambo (mezcla de indio y negro )vulgar" al frente de la nación. No le importa que sea militar, tampoco que haya sido golpista. En Venezuela, dice esta brava mujer, casi todo se perdona..."pero que un sambo llegue a presidente..."
Entre esos dos personajes hay, más allá de los colores de la piel, una diferencia tal vez más importante: Adán tiene que ver con 80 por ciento de venezolanos que son pobres -y él no es pobre entre los pobres-, y Valentina pertenece a ese 15 por ciento que no son ricos, pero que para los pobres sí lo son. Entre ella y él, los poderosos del país viven en fortalezas... o en Estados Unidos. Son los menos y estarán más a salvo de la eventual furia popular chavista.
Valentina y Arnulfo representan fielmente las dos caras más obvias de la actual Venezuela.
A lomos de esa confrontación de clases -no hay otra forma de describirlo-, el presidente Hugo Chávez parece un jinete dispuesto a arrasar con lo que considera es "el viejo edificio político, social y económico" surgido tras la caída de la dictadura de un colega de armas, y golpista exitoso, Marcos Pérez Jiménez, a quien el propio ejército se encargó de tumbar el 23 de enero de 1959. Pérez Jiménez vive un exilio dorado en Madrid (España).
La fuerza de Chávez, y por ahí dicen que también su debilidad, descansa en el masivo apoyo de las clases populares, personas como Arnulfo Martínez: "Por fin llega (a la Presidencia) alguien como nosotros. Dicen que él no va a traer nada bueno a Venezuela, y yo me pregunto qué cosas buenas trajeron los que estuvieron antes...para nosotros nada, nada de nada".
No es de gratis que, desde el domingo electoral del 30 de julio, Chávez y sus acólitos repitan hasta la saciedad que 40 años de gobiernos corruptos, representados alternativamente por socialdemócratas y, en menor medida, por socialcristianos, no pueden borrarse en apenas 18 meses, tiempo transcurrido desde que Chávez asumió la presidencia por primera vez. Tal vez por eso, y porque repetidamente ha dicho que un solo periodo es poco para establecer sólidas líneas de gobierno, el presidente venezolano logró sin esfuerzo alguno abolir la no relección. Previamente había extendido el periodo presidencial de cinco a seis años.
Su estrategia -y como buen militar ha confesado que no hay término que más le guste- es mantenerse en la presidencia hasta el 2012. Ya logró relegirse una vez -aunque en términos formales no se considere así-, y va por más. La desorientación de la izquierda tradicional criolla también lo favorece y, respecto de socialdemócratas y de socialcristianos, poca es la oposición que pueden esgrimir, especialmente los segundos. Hoy, Chávez parece ser principio y fin de la política venezolana.
Al calor de su contundente triunfo electoral -en un proceso plagado de irregularidades en lo tocante a gobernadores y Asamblea Nacional-, Chávez parece decidido a actuar por la vía del decreto, con todo y que tiene mayoría en el Congreso. El militar que de golpista frustrado llegó a la Presidencia en siete años y medio, previo paso por la cárcel, donde su imagen creció como la espuma, acaricia la idea de "pedir" a sus congresistas le extiendan una Ley Habilitante en materia económica -incluiría al petróleo-, que le permitiría gobernar en esa materia por la vía del decreto-ley.
Chávez, a tenor del contenido de sus discursos, no es de izquierdas, tampoco de derechas, y da la impresión de no conocer qué es el centro político. No es comunista, por más que se esfuerce en no esconder su admiración por el presidente cubano Fidel Castro; y quienes lo conocen aseguran que nada tiene de derechista. Sin embargo, señales como la Ley Habilitante, aducen algunos observadores locales, hablan de un hombre que, por encima de las palabras, ama la acción, de ahí que considere a los partidos políticos más como un estorbo que como un elemento indispensable de la democracia parlamentaria.
En sus peroratas, generalmente interminables, los nombres más invocados por Chávez son Bolívar y Dios, en el orden. No en vano la nueva Constitución se llama Bolivariana, y la República de Venezuela, desde que Chávez es presidente, pasó a llamarse República Bolivariana de Venezuela. Cada vez que el frustrado golpista va a decir algo que cree importante, Bolívar y Dios salen a relucir inevitablemente. Y a Dios lo invoca muy a pesar de la mayor parte de la jerarquía católica, con quien desde hace 18 meses sostiene una relación más cercana a la confrontación que al avenimiento.
"...así que como lo dijimos la noche del 30 de julio (elecciones), gracias a ustedes, primero gracias a Dios, que es dueño de todo esto y anda con el pueblo. La voz del pueblo es la voz de Dios. Por la boca del pueblo, por las manos del pueblo, por el corazón del pueblo laten las manos de Dios...", dijo Chávez tres días después de los comicios, en cadena nacional de radio y televisión.
Habló en el Palacio de Miraflores ante ministros y cuerpo diplomático, y durante tres horas y media esbozó un discurso cuya línea central brilló por su ausencia. Modelo de dispersión discursiva, Chávez se dirigió al auditorio como lo haría un maestro de escuela ante sus alumnos. Las caras de los presentes en Miraflores, que por medio de la televisión alcanzaban a verse, mostraban una mezcla de hastío y perplejidad. Pero dicen que Chávez es inmune al desánimo.
"Cuando Bolívar lo dijo, 'los partidos eran las divisiones, eso de partir la sociedad en pedazos, cuando cesen los partidos y se consolide la unión bajaré tranquilo al sepulcro'. O Cristo, verdad Monseñor (dirigiéndose al presidente de la Conferencia Episcopal, a quien minutos antes le había comentado que conocía una micro empresa donde fabricaban sotanas de buena calidad y a buen precio) que la Iglesia es eso, la reunión de todos. Cristo se reunía con todos, con las prostitutas, con el ladrón que perdonó en la cruz, con el rico, con el pobre, claro, siempre pedía justicia, reflexión. Cuando hay un rico rodeado de pobres le decía (Cristo) 'mira rico, vamos a ver qué hacemos, vamos a ver a los lados', esa reflexión seguiré haciéndola porque creo en ella". Así explicó Chávez su visión social ese mismo día.
Siempre Bolívar y Dios, (o Cristo) de la mano, y él, dicen sus cercanos, está persuadido de que su política debe guiarse por los dichos y hechos de ambos personajes. Tal vez por eso la tradicional cúpula sindical criolla también está en proceso de aguda revisión.
Las tentaciones del Presidente
Lo que el gobernante venezolano no puede negar es su origen: militar. Lo recuerda con gusto cada vez que hay oportunidad, y si no la hay, se las ingenia para crearla.
Hay en él, dicen quienes siguen sus pasos, una mezcla de Juan Domingo Perón, Fidel Castro y Daniel Ortega. Le encanta hablar ante multitudes y, sobre todo, en cadena nacional de radio y televisión. En lo que va del año se registran 75 (diez y fracción por mes) de variada duración. En esas cadenas lo único seguro es que toda Venezuela desconoce su duración.
El domingo 6 de agosto, minutos antes de partir en una gira por los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Chávez era feliz, o al menos esa impresión dio, explicando a los periodistas presentes en el aeropuerto de Maiquetía, el periplo de su apretado viaje pizarrón en ristre, con el puntero que le servía para explicar la estrategia de su próxima batalla. Era la imagen de un hombre feliz.
A este singular presidente de Venezuela le quedan, por ley, seis años por delante. Tiene ante sí un país profundamente dividido en términos sociales; problemático en clave política, y extremadamente agudo en lo económico.
Chávez, apoyado en una poderosa corriente social, vuela como una flecha y lo mismo es capaz de mostrarse como un hombre conciliador que como una persona que, desafiando a la historia misma, puede cometer errores que a casi nadie le importan.
Ocurrió en la penúltima cadena nacional de radio y televisión (2 de agosto) cuando Chávez se refirió a la vecina Guyana ligándola al Libertador (Bolívar) y al viejo diferendo territorial que Venezuela mantiene con ese país caribeño sobre el territorio del Esequibo.
Así lo escribió el analista Simón Bocanegra en el diario Tal Cual, dirigido por el ex dirigente guerrillero y ex ministro de Planificación en el precedente gobierno de Rafael Caldera, Teodoro Petkoff: "Hablando de Guyana anoche, en posición que este minicronista comparte, porque el otro lado comete un error al actuar como si no hubiera pendiente un reclamo sobre nuestro territorio esequibo, nuestro héroe (Chávez) se permitió, sin embargo, tres gazapos imperdonables. Primero dijo que Bolívar, quien murió como se sabe en 1830, había enviado tropas a enfrentar al imperio británico. Ya se sabe que Bolívar era genial, pero anticiparse así a un despojo que ocurrió a finales del siglo XIX revelaría que el hombre tenía también poderes extrasensoriales. Bueno, es bolivarianismo pero, carajo, no hay que exagerar. Segundo, dijo que Guyana se había independizado en 1960. En su primer año los cadetes aprenden que fue en 1966. Tercero, le regaló a Guyana 25 mil kilómetros cuadrados al decir que la extensión de la zona en reclamación es de 135 mil kilómetros cuadrados. Son 160 mil, como también aprenden los cadetes en primer año. Antes de opinar hay que informarse".
Pero esos errores le traen sin cuidado a Chávez y, al parecer, a 80 por ciento de los venezolanos pobres que hoy están con él.
Pero tampoco el inquilino del Palacio de Miraflores tiene ante sí un cheque en blanco, por más que él trate de demostrar que es así.
Si hay que atenerse a los números electorales, de casi 12 millones de venezolanos (sobre una población de 24 millones) habilitados para votar, apenas 53 por ciento ejerció el sufragio. Chávez ganó por poco más de 20 por ciento sobre su rival Arias. El problema para él es que la apatía electoral no es nada despreciable.
Mientras tanto, gente como Valentina y Arnulfo seguirán atentamente los pasos de un hombre, Hugo Chávez, que mostró su madera de Mesías en febrero de 1992, cuando dio un fallido golpe de Estado contra la "horrorosa" (así la llama) oligarquía política y económica. Personas como Adán le dieron el triunfo, y personas como Valentina básicamente se abstuvieron en espera de tiempos mejores.
Hugo Chávez tiene seis años por delante para plasmar, aunque sea parcialmente, su sueño bolivariano, sueño que bien a bien casi nadie conoce. Que lo consiga dependerá más, al parecer, de su oculta capacidad camaleónica para convivir con pobres y ricos que de su actual discurso, proclive a la confrontación interclases.
El dilema que enfrenta no es para despreciar: Ƒgobernar para Valentina o para Arnulfo?
Si acaso encuentra lo que algunos llaman "la tercera vía", estará claro que Chávez gobernará más tiempo del que los pesimistas y los hombres del gran capital predicen.