LUNES 14 DE AGOSTO DE 2000
Ť León Bendesky Ť
Ocasiones
El fin de la era de gobiernos continuos del PRI durante siete décadas se fue gestando por largo tiempo. Las luchas políticas fueron decisivas y, también, muy onerosas en términos de represión y de la pérdida de la vida de muchos militantes de partidos y organizaciones sociales. Las escisiones ocurridas en el propio PRI fueron un hecho que a la larga provocó un reacomodo decisivo del espacio político que se fue asentando desde fines de la década de 1980 en el terreno electoral del país con una creciente participación del PAN y del PRD, hasta las elecciones del 2 de julio en las que la oposición alcanzó la presidencia. A ello contribuyeron, también, las condiciones económicas de los últimos veinte años, marcadas por el lento crecimiento productivo y tres grandes crisis, lo que ha provocado un alto costo social.
Cualquier balance de lo que hoy suele llamarse la transición política en México debe considerar estos factores. En primer lugar, el contenido y la forma de esta transición están abiertos y exigen un análisis riguroso y un amplio debate sobre su sentido y sus posibilidades. Pero ese balance es necesario, también, no únicamente por una mínima coherencia histórica que lleve a ubicar de mejor manera a los personajes y los hechos ocurridos, sino para reconstruir de modo más eficaz a las mismas fuerzas políticas, sean éstas partidos, instituciones o grupos organizados, e incluso afectar el comportamiento de los mismos individuos. Todos ellos, tanto en su victoria como en su derrota o en su oportunismo, tienen que repensar sus posturas e imaginarse a sí mismos de manera novedosa y moderna para tener un papel activo y creativo en una sociedad que padece de grandes fracturas. A las oportunidades que se abrieron con los resultados de las pasadas elecciones corresponde hoy una serie de nuevos riesgos, lo que si bien es parte de la dinámica de la vida social, exhibe que no existen garantías surgidas directamente del cambio que ha ocurrido, aunque sí representa una modificación de las condiciones y, sobre todo, de las ocasiones para actuar. Esto ya empieza a mostrarse de modo rápido en distintos ámbitos, desde los derechos individuales hasta la gestión económica.
Si durante los últimos veinte años ha habido una recomposición política en el país que llevó hasta el triunfo de Fox en las elecciones, por el lado del esquema de política económica que se ha seguido en ese mismo periodo se aprecia, en cambio, una fuerte rigidez. Tal vez, lo primero sea una consecuencia de dicho esquema y haya sido precipitada por el desgaste de un modo de gobernar autoritario y excluyente, que entregó muy malos resultados económicos, incapaz de rendir cuentas a la sociedad y que mantuvo siempre, aun en medio de las crisis, una falta de autocrítica y de la capacidad de sospechar que raya en una gran soberbia.
Hasta ahora sólo contamos con una serie de pronunciamientos hechos por Fox durante su campaña electoral y, más recientemente, por su equipo de transición, con respecto a sus intenciones en materia económica. El programa será más claro cuando se sepa el contenido del Presupuesto Federal para 2001 y cuando se exponga el nuevo esquema de la política económica. En todo caso las aspiraciones cuantitativas planteadas son muy ambiciosas en el terreno del crecimiento de la producción, de la estabilidad de los precios, de los equilibrios externos, de la creación de empleos y de la generación de oportunidades. Ya es hora de que esta sociedad amplíe sus expectativas y agrande sus horizontes, ése es uno de los motivos por los que se votó por el cambio, es decir, por derrotar al PRI.
Después de haberlo hecho, buena parte de las oportunidades del nuevo gobierno se van a concentrar en la economía, cuyas condiciones de funcionamiento y sus efectos directos están más cerca de la vida cotidiana de las familias y de las empresas.
Eso no significa que los nuevos arreglos políticos no representen una demanda esencial, pero lo que no será posible es seguir manteniendo la dicotomía entre la gestión política y la económica, ya que si algo ha demostrado especialmente la experiencia de los dos últimos gobiernos priístas es que ambas son una misma cosa. ƑPodrá Fox y sus expertos económicos dar el salto que se requiere en el esquema económico para que sea un verdadero complemento de la voluntad del electorado por un nuevo entorno político y que fue expresada en las urnas?
Las fracturas que tiene la economía son profundas y hasta ahora se han escondido en los resultados contables agregados que se proyectan en una visión miope por parte del gobierno. Pero parte del cambio que ha ocurrido es que será cada vez más difícil posponer los arreglos necesarios: en materia fiscal, de articulación productiva, de comercio exterior, de política industrial y de financiamiento, y de gestión regional y territorial. Ahí están las oportunidades de expresar un cambio real en la vida del país en un marco de pluralidad, tolerancia y distribución efectiva de los frutos del crecimiento. El nuevo gobierno tiene una legitimidad y un mandato muy claros; la primera no puede ser desperdiciada y la segunda será cercanamente auditada por los ciudadanos que no merecen que se reduzcan sus expectativas por el cambio hacia un mayor bienestar social.