DOMINGO 13 DE AGOSTO DE 2000
Ť VENTANAS
Ť Eduardo Galeano Ť
Los camarones
Es la hora de los adioses del sol. Antes de hundirse en las aguas del golfo de California, el sol, el viejo mago, echa su fogonazo final, un rayo verde, y se despide.
Y llega la noche. Y llegan, con la noche, las canoas de los pescadores, con sus atarrayas prontas, y se deslizan entre los islotes de la costa.
Durante el día, los camarones han estado escondidos en el fondo de las aguas, bien pegados al barro o a la arena. Apenas la luna se deja ver en el cielo, los camarones suben. La luz de la luna los llama, y allá van. Entonces los pescadores arrojan las redes, plegadas al hombro, y las redes se abren como alas en el aire y en la caída atrapan los cardúmenes.
Así, viajando hacia la luna, los camarones encuentran su perdición. Nadie diría, al verlos, que estos bichos barbones tienen tanta tendencia a la poesía, con lo feítos que son; pero cualquier boca humana, al saborearlos, puede dar fe.