DOMINGO 13 DE AGOSTO DE 2000

MAR DE HISTORIAS

No es tiempo de amor

Ť Cristina Pacheco Ť

Don Pedro dejó de recibir las llamadas telefónicas nocturnas de Magda, Jaime y Ezequiel tras la discusión que tuvieron el primer domingo de mayo. Se desencadenó cuando él mencionó a Serena y su propósito de casarse con ella.

Magda formuló una pregunta injuriosa: "ƑA tu edad? Por Dios, papá: Ƒya se te olvidó que tienes setenta años?". Jaime intervino: "Es lo de menos. El problema es quién va a mantenerlos". Ezequiel sonrió: "Me parece absurdo y ridículo".

Por más que su padre le suplicó que se quedara, Ezequiel abandonó furioso la reunión en compañía de Julia, su mujer. Magda se quejó: "Hacía meses que no estábamos todos juntos y todo se echó a perder porque a ti, papá, se te metió esta locura en la cabeza. ƑNo te das cuenta de que a tu edad es grotesco?" Don Pedro se defendió: "ƑQuerer pasar los últimos días de mi vida con una persona que me ama? No". Jaime levantó los brazos: "No seas ingenuo. La tipa esa sólo está pensando en desplumarte".

Don Pedro respondió enardecido: "La tipa esa tiene su nombre: se llama Serena. Es jefa de enfermeras y gana lo suficiente..." Advirtió las miradas de burla que intercambiaban sus hijos y salió del apartamento. Magda lo siguió por el pasillo: "Te juro que te vas a arrepentir, papá. Yde una vez te advierto que conmigo no cuentes para nada. ƑOíste? No quiero volver a verte. Me das asco".

De vuelta a su casa, don Pedro tuvo dudas y se sintió culpable. Recuperó su certeza al día siguiente, cuando se reunió con Serena. Escucharla y verla sonreír le devolvió la confianza de estar actuando bien. Se resignó a perder a sus hijos.

Por eso el jueves lo sorprendió la visita de Magda. No mencionó la discusión familiar. Se concretó a preguntarle por su salud y decirle: "Voy a hacer una comida el domingo. Asistirá toda la familia y desde luego estás invitadísimo. ƑVendrás?" Don Pedro creyó que con todo esto su hija se disculpaba y le pedía perdón.

II

La perspectiva de volver a reunirse con sus hijos desveló a don Pedro. A media noche sintió la tentación de llamar a Serena y darle la buena noticia. Ella contestó de inmediato, pero con una voz tan teñida de sueño que él prefirió colgar. Sin embargo, permaneció con la mano en el teléfono, confiado en que el instinto de Serena le advertiría que él estaba urgido de hablar con ella.

Miró el reloj. Eran las dos de la mañana. Se sintió molesto por haber perturbado el descanso de Serena. Tendría que respetarlo cuando vivieran juntos: aunque ya estaba en tiempos de jubilarse, ella iba a seguir trabajando como jefa de enfermeras en la Clínica de Especialidades.

Allí se habían conocido en la época en que don Pedro llevaba a Josefina, su esposa, para que le hicieran análisis. Llegó el momento en que Josefina no tuvo fuerzas para levantarse y soportar las prolongadas antesalas. En vista de que ninguno de sus hijos y nietos tenía tiempo para hacerlo, don Pedro se encargó de acudir cada dos lunes a la clínica. Iba a recoger la dosis de un medicamento muy caro que la enferma debía tomar con regularidad.

Don Pedro no faltó a su compromiso ni siquiera al día siguiente del entierro. Fue a devolver las cápsulas que Josefina no alcanzó a tomar. En la Clínica de Especialidades nunca se había visto un caso igual. La enfermera en turno se desconcertó, no supo cómo hacer el trámite y prefirió llamar a su jefa.

A Serena la conmovió ver a aquel hombre, aún con el polvo del cementerio en las solapas. "Señor, para qué se molestó. Pudo haber venido después", le dijo. El respondió sin titubear: "Josefina me hizo prometerle que si ella terminaba antes de que se agotara la dosis de la quincena, yo traería la medicina para que le sirviera a otra personas".

Serena admiró la ternura con que don Pedro se refería a su esposa muerta. Le preguntó: "ƑTiene hijos?" "Tres. Gracias a Dios pudimos darles estudios. Pobres, siempre tan atareados..." Serena ocultó sus verdaderos pensamientos: "Pero le aseguro que siempre se preocupan por usted, y más ahora". Don Pedro olvidó el resentimiento contra su familia.

Durante los meses en que se agravó la enfermedad de Josefina nadie se había ofrecido para llevarla al hospital. Tampoco a pasarse una tarde o una noche atendiéndola, con lo que hubieran permitido que don Pedro descansara de la enorme fatiga. Al verlo salir de la clínica, Serena se preguntó qué haría ese hombre en el momento de llegar a su casa, encontrarla desierta y al mismo tiempo saturada por la presencia de Josefina.

III

Dos semanas después Serena reconoció a don Pedro en la antesala de consulta externa y fue a saludarlo: "ƑCómo le va? Cuénteme, Ƒqué anda haciendo por aquí?" Don Pedro sonrió como disculpándose por no saber qué decir. Serena insistió: "ƑViene a consulta?" El negó con la cabeza. "ƑEntonces?". Serena se acercó a él. Don Pedro se mordió los labios mientras sus ojos se humedecían. Serena le acarició un hombro: "ƑQué le pasa?" El aspiró con ansia, como si le faltara aire para articular la respuesta. Mezclando la ternura y la energía Serena le ofreció su brazo: "Tranquilo, vamos al jardín. Apóyese en mí". Don Pedro se dejó conducir.

Caminaron un buen rato en silencio, confundidos entre las enfermas que iban despacio acompañadas por algún familiar que les murmuraba palabras de consuelo. Las escenas revivieron en don Pedro momentos muy dolorosos. Para huir de la visión se refugió en un quiosco y tomó asiento en la banca rústica.

Serena lo siguió y se mantuvo a la expectativa hasta que lo oyó hablar: "Por tres años vine cada quince días. Hoy es lunes y, sin darme cuenta, regresé. Olvidé que mi esposa..." Don Pedro vio conmoverse a Serena y trató de restarle peso a su explicación: "Bueno, usted comprende... En fin, es cosa de tiempo". Sin decir más se levantó, inclinó la cabeza y se alejó.

IV

Serena pensó que no volvería a tener noticias de aquel hombre. Se equivocó. Cada lunes lo descubrió en la sala de consulta externa. Se propuso ignorarlo: temía interferir con sus recuerdos. Al fin pudo más la curiosidad que la discreción y se aproximó a él: "ƑOtra vez por aquí? Y ahora Ƒqué anda haciendo?"

El dijo algo que la sorprendió y la halagó profundamente: "No se vaya a burlar: vine a buscarla". La sonrisa de Serena lo estimuló para seguir hablando: "Bueno, no es la primera vez. Otros lunes la he visto, pero siempre tan ocupada que no me atreví a molestarla".

V

Allí comenzó la amistad entre Serena y don Pedro. Con el tiempo, se convirtió en un amor lleno de ternura en el que poco a poco se fue manifestando la pasión. Un día, al cabo de muchas conversaciones, resolvieron casarse. Al domingo siguiente, don Pedro les notificó a sus hijos su decisión. El rechazo fue unánime. El posterior silencio se rompió hace tres días, cuando Magda reapareció en casa de su padre para invitarlo a una comida.

Don Pedro encontró a toda la familia en la sala. Magda lo abrazó, le pidió perdón y le dijo: "Hemos entendido muy bien que no quieres seguir viviendo solo". Al suponer que contaba con la anuencia de sus hijos para su matrimonio, don Pedro quiso, en correspondencia, ser amable: "Bueno, pues díganme qué fecha les parece bien".

Ezequiel tomó la palabra: "Si quieres, el próximo domingo, papá. Felicítanos: te conseguimos el mejor cuarto del asilo. Te olvidarás de esas locuras y vas a estar muy feliz en compañía de otros viejitos".