SABADO 12 DE AGOSTO DE 2000
* Luis González Souza *
Reforma del país
Soñar no empobrece y, además, es un derecho irrenunciable. El pasado 2 de julio ese derecho se hizo realidad en México. Contra momios e insomnios a granel, el ya maloliente régimen priísta por fin fue derrotado en las urnas. Ahora el sueño del cambio se teje entre nubes más altas: Ƒqué país deseamos construir tras el pasado terremoto electoral?
Así sea de bolsillo, el manual de ética establece que a todo derecho corresponde una obligación. Ahí mismo podría leerse que no se vale destruir lo que no se está dispuesto a construir. O más directo: "el que destruye, reconstruye". El electorado del 2 de julio está obligado, y desde luego facultado, a diseñar e imponer al nuevo gobierno el tipo de nación que desea la mayoría.
Arriba, en las cúpulas preparatorias del nuevo gobierno foxista, ya se instaló una comisión especial para llevar adelante la "Reforma del Estado", así con mayúsculas. Mucho nos tememos, sin embargo, que el sueño mayoritario de las y los mexicanos no se limita al asunto del Estado, ni permite más distorsiones cupulares.
Según nuestra interpretación del 2 de julio, lo que se demanda es una reforma de todo el país: la economía, el sistema educativo, el mundo laboral, la incultura empresarial, el sistema de seguridad en su conjunto, el régimen político y, en fin, la democratización de la cultura misma. Además, lo que se demanda es una reforma bien diseñada: de abajo para arriba, desde la sociedad hasta el gobierno, pasando por las mediaciones que se quiera (partidos, Congreso, medios de comunicación), pero siempre y cuando dejen de jugar al teléfono descompuesto o al ciegomudo ("ni los veo, ni los oigo").
Entre más abajo comience el diseño del nuevo México, tanto mejor. Nadie como los moradores del sótano social, sufre y conoce los problemas del país. Nadie como ellos, sabe por qué y cómo resolverlos. Si además agregamos el factor de la sabiduría histórica, entonces la conclusión es obvia: los pueblos indios de México pueden y deben ser el motor en la reconstrucción del país. De albañiles a ingenieros, han de pasar. Y los de arriba, de todo-poderosos a simples ejecutores del diseño ciudadano.
Lo bueno es que ya hay camino andado. Y es un camino harto promisorio, aunque brutalmente truncado. Por lo mismo, es un camino cuya reanudación de paso propiciaría la conjunción de la ética, la justicia y la sensatez. Nos referimos al camino que comenzó a trazarse, ya hace varios años, en las mesas de San Andrés Larráinzar... obviamente en Chiapas: explosiva tumba de lo viejo y, a la vez, luminoso vientre del México posible.
Hoy, San Andrés es más bien recordado por los acuerdos que el gobierno insiste en olvidar. Y que al hacerlo, empuja al país hacia el abismo donde confluyen la antipolítica de la barbarie y la cultura de la traición. Pero San Andrés Larráinzar es mucho más que la burla de unos acuerdos sobre los derechos de los pueblos indios, comenzando por el derecho a mantener su identidad cultural y a convertirse en sujetos de respeto, es decir, sujetos hermanados en su autonomía.
San Andrés también es el ejemplo más vivo del consenso al que pueden llegar los segmentos más variados de la sociedad cuando hay metas nobles y actitudes constructivas, tal como ocurrió al principio ųno ya al finalų de los diálogos de 1996 en ese municipio chiapaneco. Lejos de monopolizar el uso del micrófono, y lejos de la soberbia criolla, los indígenas zapatistas no sólo permitieron sino solicitaron la participación de una amplia gama de personas en tales diálogos.
Así, San Andrés es la primera piedra de la reforma que, en forma y fondo, urge a México. Esto es, una reforma impulsada desde mero abajo por los sujetos más probados en su disposición a construir un México pluriétnico y multicultural. Es decir, el único México hoy posible, si un futuro sólido es lo que se busca.
ƑPara qué pues, tanto mapa, estando el camino tan despejado? Todo lo que falta es crear las condiciones para que los pueblos indios, comenzando por los zapatistas en armas, puedan seguir empujando el espíritu de San Andrés. De esa manera, la reforma de México sería tan profunda como democrática, tan creíble como visionaria.